Hace unos días obsequié a un amigo con una moneda antigua. Podía haber dicho que le regalé un trozo de metal de muy escaso valor monetario. A cambio, le pedí que si algún día se la daba a alguien, tuviera a bien referir la historia de cómo esa moneda había llegado a sus manos y cómo había llegado hasta las mías y que, de igual modo, esta moneda fuera pasando de mano en mano junto con el relato de su particular historia.
Por descontado, le aconsejé que no fuera fidedigno con los hechos acaecidos y que lo adornara con fábulas de cualquier tipo en la medida que considerara oportuno.
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