28 de julio de 2018

El cadáver exquisito (Desarrollo)


Si ya leíste la introducción a este artículo, o si la has pasado por alto, aquí, de cualquier forma, desenlazaré el nudo de esta cuestión. 

Siguiendo los párrafos de La Biblia de la Orquesta Arrecife, señalé la obra Hospital + Vuelo sin motor como un claro precedente (no el primero, pero sí el más famoso) de lo que denominé la tónica del cadáver exquisito. Esta consistiría en el ensamble de piezas diferentes dentro de una misma composición, tónica que, tal y como advierto en La Biblia, ha sido uno de los aspectos más criticados a lo largo de mi carrera, frecuente motivo de apasionados debates y discusiones. Posteriormente, estableciendo una analogía sobre un proverbio islandés, compuse la máxima siguiente: si no te gusta un tema de la Orquesta Arrecife, aguarda un minuto. Esta sentencia tiene su contrapartida pues, si te gusta, también tendrás que aguardar al minuto de rigor. 

Luimmi fue de las primeras voces en erigirse contra esta deliberada falta de coherencia y cohesión, proponiendo, entre otras opciones, la solución de hacer temas más extensos para que el oyente pudiera situarse en los diferentes movimientos de la trama, sin grandes sorpresas ni sobresaltos. No encontraba sentido a cambios tan drásticos en un espacio tan breve de tiempo. La cosa no trascendió demasiado hasta llegado abril del 2018, cuando la publicación del álbum The red phone no fue admitida en los programas comerciales de Jamendo. Porque una cosa es que hubiera gente que no comprendiera el cadáver y otra muy distinta que fuera vetado por los portales de música, haciendo imposible su rédito económico. Parafraseando una futura actualización de La Biblia

Melissa Grozinger, la portavoz de la compañía, alabó las grandes ideas y abundante imaginación del trabajo, no obstante, debido a que sus temas aglutinaban demasiados estilos, consideraba el álbum desordenado y con escaso potencial comercial”.

Argumenté, siempre de puertas adentro, con la máxima discreción y posible respeto, que nuestra forma de disfrutar el arte ha cambiado bastante respecto a formatos del pasado. Antes lo habitual era escuchar sinfonías u óperas de larga duración, no haciendo otra cosa mientras. Pero ahora todos sabemos que nadamos en un mar de sobreabundante información donde, mientras muchos asuntos nos ocupan, consultamos un amplísimo catálogo de obras diversas y desordenadas, tendiendo a hacer una especie de zapping irreflexivo. Todo ocurre más deprisa y de manera menos lineal, por decirlo así. A esto se le puede hacer frente de muchas formas y debo dejar claro que, trasladando simplemente este planteamiento a los esquemas compositivos, no ha de albergar forzosamente un carácter de renuncia o crítica a los tiempos actuales. 

La próxima actualización de La Biblia también cuenta con una pequeña reseña de precedentes bastante comunes en la práctica musical: Jazz fusión, crossover, psicodelia… manifestando que, en cualquier caso, no soy yo quien ha descubierto la pólvora precisamente. 

A lo largo y ancho de la historia de la música se han difuminado fronteras que se creían perennes y en un mundo cada vez más global y conectado, es usual que las nuevas propuestas se resistan a tener una única y rígida etiqueta”.

El propio Carlos Mínguez, pese a que inicialmente se mostró contrario a la censura de Jamendo, puso de manifiesto su disconformidad por los cauces cada vez más acentuados que estaba adquiriendo el cadáver.

“Supongo que este es tu sello. Me gustaba el comienzo, pero luego he despertado de esta maravilla para escuchar algo simplemente interesante. No digo que sea malo, pero hay un corte que me desagrada. Son como dos temas pegados”. 

Blissenobiarella secundó la crítica al punto. Quizás se diese la posibilidad de que, con dos partes diferenciadas, el rango de gustos fuera más amplio, pero, a su parecer, este café para todos, acababa convertido en un café para nadie
Los esquemas planteados por el cadáver exquisito, al margen de especulaciones, obligaron a los video creadores a reconstruir muchas de las obras elegidas, centrándose solo en una de las partes para no perder coherencia. Sobre este punto resulta paradigmático el caso de El patio, a todas luces el tema más rentable de la orquesta, señalado por su autor como un claro exponente del cadáver. 

“El patio cuenta con dos segmentos que tienen muy poco que ver. Es incomprensible que The red phone no entrara en los programas comerciales y El patio estableciera records de aceptación”.

En su último alegato, El autor de el viaje de Antonio reflexionaba sobre las críticas, y trataba de definirlo de la forma más clara posible:

“Cuando la gente escucha algún tema argumenta: está bien, pero mejor estaría si este tema fuera dos o tres, con sus partes separadas. El oyente escucha algo de forma pasiva y le agrada encontrarse con algo perfectamente definido, enmarcado y delimitado, que cumpla sus expectativas. Lo que aquí se plantea es algo así como un estímulo permanente, una escucha más dinámica y activa. ¿Por qué renunciar a decir una sola cosa pudiendo decir muchas más? Soy consciente de lo incómodo que resulta abandonar la zona de confort, desdibujar una atmósfera costosamente creada. Resulta bastante posible que me esté equivocando al defender este modelo, pero siempre será mejor hacer un tema original, único y distintivo, que un tema similar a tantos, que no aporte demasiada reflexión ni sorpresa. Puede resultar cacofónico y falto de sentido para la mayoría de la gente, no hay duda.
El artista que quiera encuadrarse dentro de algún género que actualmente sea tendencia con el fin de volverse popular, quizás a corto plazo obtenga más escuchas con esta práctica. Pero las tendencias son algo bastante movedizo y si se limita a hacer sucedáneos de los temas de moda, al final no van a aportar nada pues muchos grandes hitos lo son por haber implicado una revolución de las formas, por haber aportado algo distinto a lo anteriormente escuchado”.

El cadáver exquisito (Introducción)


Nunca he sido un apasionado oyente de música. Descubrí hace poco una entrevista a Mike Oldfield en la que confesaba que, fuera de su música, era raro que escuchase otros autores. Tampoco Kant, según dicen, viajó demasiado. Estos y algunos otros raros ejemplos suponen para mí cierto consuelo pues, en mi soledad y aislamiento, no me siento tan raro. 

Cuando he hecho patente mi falta de referencias musicales a otras personas, rara es la vez que no ha sido vista como una tremenda falta, como un despropósito, como un sinsentido. Aún hoy día me da cierto pudor confesarlo. Escuchar música tendría, a la fuerza, que hacerte mejor músico igual que leyendo libros descubres nuevas ideas para contrastar las tuyas, mejoras tu gramática, tu capacidad de expresión, tu entendimiento… si he visto más lejos ha sido subido a lomos de gigantes

Sin embargo, en la práctica, escuchar mucha música, para un músico, puede ser también perjudicial y no es raro el ejemplo del bibliotecario acaparador que, abrumado por la cantidad y perfección de las obras precedentes, renuncia a sus torpes ensayos. Avanzar en el conocimiento por caminos ya trazados puede que te motive a encontrar nuevas bifurcaciones a partir de una distancia considerable recorrida con relativa facilidad, pero también puede convertirte en alguien que, por temor, por comodidad… nunca se separará de los caminos ya trazados. De otro lado, la inspiración llega de cualquier parte y así habrá pintores que nunca hayan pisado un museo, cantantes que no sepan quien es Bach o diestros en cualquier disciplina que, a falta de referencias en su campo, las encuentren en otros, en la vida misma, o en la mera, sencilla e impetuosa, irracional y primitiva, necesidad de crear. 

No creo que Mike Oldfield crea que su música esté por encima de otras hasta llegar al punto de ser la única que merezca ser escuchada. Supongo que a Campoviejo le pasará lo que a mí y, lejos de considerar su música sublime, encontrará en ella aproximaciones, pistas, huellas, de lo que quiso expresar en algún momento, lo que fue su vida, todas las posibilidades, aciertos y errores que quedaron registrados para siempre en el vinilo. Él mismo recurre a motivos viejos y los reinterpreta años después, reviviéndolos, aportándoles nuevas perspectivas, reinventándolos. Habrá caminos más cortos, más largos, más sinuosos o más llanos, más bellos o mejor trazados, también menos frecuentados o más sombríos… pero él es consciente de que ese y no otro es su camino, su único camino. 

Raro es el disco que aguanto entero sin que me suponga un esfuerzo y ya desde joven tuve una cosa clara: sería maravilloso poder hacer la música que te gustaría escuchar. Y dentro de esta idea cabría, quizás, algo nuevo y distinto. Soporto mejor mis discos que los de otros (a las hembras del cuervo y la mona también le parecen sus crías hermosísimas) y si mi música es una realidad, estando más o menos cerca de lo pretendido, es porque creo que es necesaria. No puedo intentar imponer mi criterio y entiendo perfectamente que alguien prefiera escuchar cualquier otra cosa antes que Orquesta Arrecife. Sería estupendo agradar a la mayor cantidad de oyentes posibles, pero, antes que agradarlos, yo debo ser mi primer oyente agradecido. Si mi música gustase a todo el mundo y a mí no, dejaría de hacerla; y si solo a mí me gustase y a nadie más le gustara, seguramente seguiría desarrollándola. 

Sirva esta pequeña introducción para poner de manifiesto mi ignorancia en asuntos musicales, mi falta de referencias y completo desconocimiento. No soy un entendido, ni un estudioso, ni un virtuoso. Trato solo de aportar mi pobre perspectiva y aunque puede parecer que solo trato de buscar justificación, mi meta es ir en pos de la verdad.

26 de julio de 2018

Contrato firmado

Hemos estado, entre otras cosas, actualizando la trayectoria biográfica de la orquesta y aunque en un principio éramos reacios a hacerlo noticiable, al final hemos decidido anunciar que el 9 de febrero de 2018 firmamos un nuevo contrato de distribución con la compañía Rehegoo. 

Pensábamos que no habría ningún problema de compatibilidad con el contrato de DashGo, aún en vigor, pero, repasándolo, lo mismo surgía algún conflicto. Rehegoo nos demandó una lista de 10 temas máximo; enviamos 10 pero, para curarnos en salud, decidimos cambiar estos temas por una nueva lista no publicada por DashGo.
La compañía nos distribuyó 6 temas de esta nueva lista, que a continuación detallamos según el orden de popularidad hasta la fecha:

Cuarto menguante
Capricho
12 de enero
Sad clown
Turbulencias
F sharp ballad

Enviamos, además, Legadema, Depressing blues, Necrópolis y La rueca. El último quedó descartado porque ya estaba publicado por DashGo, cosa que no advertimos en un principio.

Por lo demás, como viene siendo habitual en el negocio de la música, nuestro primer pago consistió en 0.00 euros y 0.01 euros el segundo. En favor de Rehegoo podemos decir que obtuvimos un ligero aumento de escuchas gracias a la inclusión de los temas en sus listas.

*Actualización: Hoy, 27 de julio, nos comunican que Necrópolis pronto entrará también en circulación.

25 de julio de 2018

Nueva imagen portada



Con motivo de nuestra publicación del álbum nº 90, que será inminente, hoy hemos estado trabajando en una nueva foto de portada. Es increíble, de un solo vistazo, poder repasar nuestros siete años de discografía.

18 de julio de 2018

Cartelera























Aquí dos diseños para algunas producciones en las que he colaborado últimamente.

15 de julio de 2018

El parking

Hará cosa de dos días que dejé un poco de lado mis labores musicales (demasiado calor en el estudio), y me dio por firmar una entrevista informal en la que hice un pequeño sumario de mi labor artística desde sus comienzos hasta hoy día. No por nada en concreto, simplemente por ordenar un poco mis ideas y tomar panorámica de mi trayectoria, a efectos personales. Esto me permitió recordar que tengo una faceta literaria y todo. A tenor de esta entrevista estuve hablando con mi colega Carlos Mínguez, quien me animó a invertir más esfuerzos en dicha actividad. Tratamos, además, sobre samurais y zombies. Sopesé la posibilidad de emprender una nueva obra literaria pero, como ya dejé anotado en la publicación, me encontraba un poco desanimado por la más que discreta acogida que seguro iba a tener un nuevo proyecto. 
Aún recuerdo hace cuatro años más o menos, cuando la publicación de el Aquí debería haber un título era inminente, que una amiga me ofreció su ayuda desinteresada y quiso promocionar la obra ni siquiera a cambio de una jugosa comisión que al punto le ofrecí como muestra adelantada de mi eterno agradecimiento. El asunto de la cosa literaria siempre me ha parecido muy restringido y, para ser franco, nunca he tenido la menor esperanza no solo de que alguno de mis libros me de dinero, sino que alguien los lea, con gusto o sin él. Así pues, mi amiga trabajó de mánager una temporada hasta que se dio cuenta que, efectivamente, el mercado de la literatura en estos tiempos y en estas latitudes es algo complejo e intrincado. No hay prácticamente de donde rascar, por decirlo de algún modo.

No obstante, pese a todo, me había vuelto a aguijonear el asunto de la escritura y de mera casualidad, barajando posibilidades, me acordé de un relato que había escrito tiempo atrás y que en su momento no me había parecido gran cosa, motivo por el cual no había sido publicado y debía permanecer conservado en algún espacio de uno de mis más viejos discos duros. Este disco duro, concretamente, actualmente no lo uso y lo adquirí para mis labores de estudiante en la facultad. Tampoco mi colega, Carlos Mínguez, por aquel entonces pensó que El parking se tratara de algo encomiable. Recuerdo haberlo propuesto como guion de un vídeo promocional de la orquesta, pero era algo complicado de adaptar y, entre unas cosas y otras, la idea al final no se plasmó en celuloide. Sin demasiada fe, busqué el disco duro y el archivo de una edición obsoleta de word, solo por ver si se podía aprovechar aquel material y cual fue mi sorpresa que, al revisarlo, el relato no me pareció tan malo como recordaba. Tampoco, de otro lado, me pareció una genialidad absoluta. 

Decidí, ante la titánica labor que supondría emprender un nuevo proyecto desde el punto cero, rescatar El parking, convertirlo en algo publicable al menos, para lo cual invertí un día entero, en una jornada de diez horas lo menos, puliendo y retocando detalles en un derroche ilimitado de amor. Creo que el resultado es bastante óptimo, aunque quizás deba reconocer que no sea mi mejor historia. Igual a ojos de otra persona resulta serlo, de otro margen. 
Me seduce la idea que he pretendido transmitir; una reflexión sobre los valores equivocados e insostenibles de nuestro mundo contemporáneo a través de una trama desprovista de innecesarias complejidades, con leves toques de comedia en clave de absurdo. La soledad, el gran hermano, la alienación, el consumo, el materialismo, la sobreinformación, la desconexión con lo esencial y consiguiente desorientación en entornos puramente artificiales... son objetos de análisis y la moraleja o perspectiva global de todo este desarrollo es la pregunta, tanto necesaria como evidente, de si por alguna razón no nos hemos vuelto un poco majaras al intentar imponer una cotidiana normalidad, un mundo ilusorio que en el fondo es pura sombra. 

Por lo demás, me llevó trabajo fechar la obra. Tuve que guiarme por los datos del archivo y estos me remitían al año 2009, tiempo en el que estaba, paralelamente, elaborando el Aquí debería haber un título y aún por entonces la Orquesta Arrecife no existía. Espero que los lectores lo encuentren interesante y lo disfruten tanto como yo lo he disfrutado. Gracias y bienvenidos al parking.

13 de julio de 2018

El camino del artista




Entrevista autobiográfica a Fernando Cárcamo para Las torres de papel.

P: ¿Cuál fue tu primera vocación artística, recuerdas tus primeros contactos con el mundo del arte?
R: Mi primera vocación artística, o una de las primeras, fue la de actor cómico. Mi introversión y mala memoria para los guiones me apartaron de esa profesión. La primera educación que recibí fue bastante severa, pero debo agradecer a ella el contacto con el teatro. Dentro del programa educativo, hacer teatro constituía un verdadero recreo y creo que significó un aporte de valiosas enseñanzas.
En clase leíamos el guion y una vez asignados los papeles, ensayábamos. Ya desde muy pequeño mostré cualidades para la lectura, también era bastante payaso, esto me concedía cierta ventaja sobre mis competidores. Recuerdo que interpretamos, entre otras, la obra El inspector de Nikolai Gógol. Dar vida a un texto, recitarlo, es una gran experiencia. Creo que el teatro contiene un gran atractivo y se descuida su enorme potencial en la educación para acercar a los jóvenes al mundo de las letras. El teatro puede hacer ver a la gente que la palabra no es algo muerto, ni cosa del pasado, sino un elemento vivo y, hasta cierto punto, libre de ser interpretado. También el hecho de establecer una rutina, de interactuar con otros actores, de proyectarlo todo hacia una representación final con un público… desentraña mucho de la práctica artística, aplicable prácticamente en todos sus campos.
Recuerdo con gran cariño los concursos de literatura. Gané la mayoría de ellos y eso me daba acceso a leer mi obra delante de padres, alumnos y profesores. Incluso delante del director del centro, la máxima figura de autoridad que generaba respeto y temor a partes iguales.
El último premio que gané quizás merece relatarlo. Nos habían encargado un texto para el concurso y el ganador sería elegido mediante votación popular. Alguno de mis compañeros, de no incurrir en el plagio de una obra ya preexistente, había escrito una propuesta seguramente mejor que la mía. Sospecho que el profesor era de esta opinión. Sin embargo, el hecho de ser el favorito en ediciones anteriores y conectar con la gente a través del sentido del humor me otorgó el galardón. La obra había que encuadernarla y pasarla a limpio, y la noche anterior a su lectura pública tuve un acceso de creatividad y miedo porque no fuera suficientemente buena, de modo que la reescribí prácticamente, no sé si mejorándola, pero desde luego con pánico a que el jurado advirtiese que esa no era, ni mucho menos, la obra original. La presión de su estreno me motivaba a hacerlo lo mejor posible y de ahí puedes extraer que cuando piensas en quien va a escucharte, puedes sentirte al igual que intimidado, resuelto a ofrecer aquello que consideras valioso, instructivo, provocador o interesante. La respuesta es un elemento troncal dentro de lo que es el arte, muchas veces una pura conversación. Había notado que, si la lectura se repetía, los chistes no provocaban tanta carcajada, de modo que tuve que incluir nuevos gags y pulir los viejos. Creo que el texto, en sí, era bastante desordenado y la línea argumental la he olvidado por completo. En las fases de clasificación la gente se había reído bastante, pero el día de su presentación no conseguí ninguna respuesta favorable, salvo el obligado y quizá inmerecido aplauso final. Sentí que había aburrido al público con mis ingeniosas tonterías y traté posteriormente de aclarar este episodio con multitud de reflexiones, ninguna de las cuales me aportó nada valioso.
Por circunstancias personales, mi madre sentía que ella no había tenido acceso a muchas oportunidades dentro del mundo de la educación, de tal modo que procuró que su hijo estuviera en contacto con el conocimiento. Fue ella la que me llevó hasta la biblioteca, la que me inscribió en clases de piano o de pintura que luego, inmediatamente, quería abandonar.

P: Y después vino el dibujo.
R: Así es. No sé si después o al mismo tiempo. Un contacto tan estrecho con la literatura me llevó, inicialmente, a la vertiente más literaria del dibujo: el cómic. También aquí la perspectiva humorística era una herramienta muy valiosa. Entre todos los libros que por entonces caían en mis manos, conocí las publicaciones del TBO, de Jan y, por descontado, de Ibáñez, al que yo llamaba Fibáñez. Mis historietas no eran buenas ni interesantes, ni siquiera estaban bien organizadas, pero me permitían materializar pensamientos y pasar bastantes horas entretenido, absorto en la creación. De Fibáñez aprendí a dibujar sin parar, independientemente de conseguir la excelencia en el resultado. En las clases escolares dedicaba más tiempo al dibujo que a la labor de atender y los profesores me permitían dibujar hasta cierto punto, porque si no, acababa boicoteando su duro trabajo. Prefería estar encerrado en mi cuarto en compañía de mis bolígrafos y lapiceros en vez de en la calle, jugando con otros niños. El arte, mis personajes, era mi juego, mi pasatiempo, mi diversión. Vivir vidas ficticias e imposibles me proporcionaba mayor satisfacción que cualquier otra cosa en el mundo real. Por entonces no pensaba en que aquello que realizaba tuviera un alto valor más allá del que yo pudiera otorgarle. Aquí el público, la respuesta, no era tan importante como en el caso anterior que he comentado. Disfrutaba mucho creando nueva obra, pero también lo hacía revisando obra vieja. Gracias a esta revisión accedía a retrospectivas y tiempos pasados, me fascinaba como todo el tiempo era resumido en unos trazos a los que podía retornar en cualquier momento. Asimismo, me preocupaba la tremenda descompensación que había, pues una semana de esfuerzo constante y prolongado (aun divertido), podía quedar reducida a una mera página que amarilleaba y no valía demasiado. Ya desde entonces, trabajaba sobre soportes y con materiales poco nobles, otorgándole un inconmensurable valor al contenido y no a las formas, práctica que ha sido constante en mis dedicaciones posteriores como a la hora de presentar mis trabajos sin encuadernar y con una grapa, o a la hora de hacer fotografías con un móvil de escasa resolución.
Esta etapa de autosuficiencia y ensimismamiento tenía poco recorrido. Constantemente acudían a mí preocupaciones, hasta cierto punto absurdas como, ¿es esto realmente bueno? ¿merece la pena?... E idealizaba un estreno, una representación, en la cual la gente revisara mis trabajos y quedasen absolutamente maravillados. Guardaba celosamente mis gruesos tomos de dibujos confiando en que algún día, seguramente, sería considerado uno de los grandes artistas de la historia universal. Sin embargo, comparándome con otros artistas, encontraba mi obra bastante inferior. Sospechaba que mi producción era demasiado personal e introspectiva, absurda e intrascendente, cándida, que a nadie interesaría entonces, que carecía de valor, por lo tanto. Pero mientras yo estuviera contento con ella, lo demás no trascendía demasiado, y me cerraba constantemente a recibir aportaciones o referencias externas, confiando en que, con años y años de trabajo e investigación constante, llegaría a mejorar mi arte y a fuerza de dar vueltas en círculos hacia el interior, encontraría verdades increíbles que nunca en la historia se hubieran revelado.
En algún momento se produjo un punto de inflexión. Fue hacia el año 1997, concretamente, cuando contaba con 14 años. Tuve un deseo de abandonar mi línea impulsiva y cómica y realizar obras más ambiciosas y trascendentes, más serias, que merecieran ser recordadas y aportasen algo a una visión del espectador. Hombre y naturaleza fue la primera obra que inauguró un nuevo periodo del que no me quería ruborizar. Como no podía ser de otra manera, esta obra fundacional tenía mucho de cómic, y volví avergonzado sobre ella, años atrás, embadurnándola de tinta para que los futuros descubridores no pensaran que era la obra ingenua e inexperta de un niño. La evolución pasó por abandonar la historieta gráfica y centrarme en dibujos más elaborados, con una gran carga conceptual, en un principio filosófica. Más o menos por entonces decidí convertirme en algo así como un dibujante profesional, sea lo que fuera eso, con lo cual ya tenía una meta, un objetivo e incluso una razón de vivir. Veía claramente mi futuro dibujando e imaginaba que alguien, algún día, pagaría sumas desorbitadas por mis trabajos. Pero eso no era compatible con mi deseo de conservarlos todos en propiedad. Sin duda alguna pensaba que el dinero que me pudieran ofrecer por mis obras, nunca llegaría a compensar el valor que yo les otorgaba en el momento presente.

P: ¿Qué pasaba con la música entonces?
R: Como ya he comentado en otros coloquios, inicialmente la música no tenía para mí la proyección que tenía el dibujo. Ir a clases de piano suponía entonces una pesada obligación y la única faceta que me interesaba era la de componer, pero en la escuela no podía desarrollarla. Me habían metido en la cabeza que para ser pianista necesitaba estudiar mucho, demasiado. Tenía que significar, a la fuerza, un sacrificio desmedido y tedioso. Además de estudiar mucho, tenía que ser un genio en la música, tener unas dotes excepcionales a la manera de Mozart prácticamente, y eso, estaba visto, no era así. Hubo un tiempo en que tenía un amigo que por entonces estaba convencido que iba a ser profesional en el mundo del tenis. Él se veía algún día jugando en las grandes ligas de la misma manera que me veía a mí como un prestigioso y aclamado pianista de concierto. Era perfectamente lógico. A mí me seducía esa idea, pero la creía muy lejana e irrealizable, de manera que tendía a rechazarla. Por lo que sé, mi amigo sufrió una terrible enfermedad con varias operaciones quirúrgicas en una pierna, hecho que con toda seguridad lo alejaría de su sueño. El resto de mis amigos, por entonces, tenían más o menos claro su futuro y yo en cambio contaba con mi quimérica idea de ser dibujante, idea que no compartía con nadie porque sospechaba no era muy buena y, en adición, la gente no iba a acogerla bien. Tampoco sabía muy bien, cómo, concretamente, esta iba a materializarse algún día.
En otras entrevistas y testimonios siempre he hablado mal de la escuela de música, pero en esta ocasión quiero resaltar aspectos positivos, que también los hubo. Tras la primera profesora de piano que tuve, persona que durante muchos años desvió mi atención artística, cursé mis últimos años con un profesor bastante distinto y motivador. No sé cómo algunos de mis dibujos cayeron en sus manos, el caso es que me transmitió su admiración por ellos, y decidió hacer una exposición de mi obra. Yo no me consideraba preparado para mostrarme al público, tenía demasiadas dudas e inseguridades, pero el público terminó acogiendo bien mi propuesta. En adición, desconfiaba tremendamente de lo que la escuela de música pudiera ofrecerme pues, hasta la fecha, no habían sido más que situaciones incómodas.
En un tablón de opiniones la gente dejó mensajes de todo tipo y yo guardé aquello como un tesoro. Anduve muy nervioso aquellos días y con el fin de no ilusionarme demasiado, de protegerme, me mostré bastante cerrado y taciturno. Todo aquello me venía demasiado grande, mi obra expuesta, mi biografía y nombre en fotocopias… era un verdadero impacto, pero también, al mismo tiempo, la materialización de mi sueño. Así pues, pensaba algo así como ¿esto es todo? Un poco decepcionado, al tiempo que vivía expectante con las evoluciones de la exposición. Me sentí muy agradecido con aquel profesor y cuando toda la vorágine pasó, creo que todavía me sentí más. No lo supe expresar en su momento, por lo que he explicado, y al cabo de los años volví al auditorio con el fin de agradecer a este hombre aquella oportunidad, me sentía en deuda. No obstante, no conseguí localizarle.
Continué mis estudios con bastantes altibajos, preparando el acceso a Bellas Artes y abandonando la música. Realmente acceder a aquella carrera significaba una vía material de lograr mis aspiraciones, pero llevaba mucho tiempo desconfiando del sistema educativo. Intentar acceder al conservatorio sin conseguirlo fue un duro golpe, el último de todos los que la dichosa música me había asestado. Yo no quería ni oír hablar del piano y temía que Bellas Artes fuera a convertirse en otra escuela de música, es decir, algo que en pos de instruirme me alejara de mis pasiones.

P: Te matriculaste en Filosofía.
R: Mi año en Filosofía fue muy tormentoso. En aquella época había sido sometido a muchas presiones. No solo pesaba mi frustrado acceso de terminar la carrera musical o los muchos colegios de los que fui expulsado. Cuando conseguí el pase a la universidad, me presenté a las pruebas de acceso de Bellas Artes, fracasando en mi primera tentativa. Había muchísimos candidatos y el corte era muy difícil de superar. Hubiera abandonado todo, pero mi padre me persuadió para que insistiera y, a fin de no perder el año, me aconsejó matricularme en otra carrera. Yo elegí Filosofía porque era una materia que me interesaba, pero no tenía mucha preparación y me había incorporado con el curso ya bastante avanzado. En suma, la universidad no era, ni mucho menos, lo que esperaba.
La segunda vez que realicé la prueba de acceso a Bellas Artes conseguí el dichoso APTO. Sin embargo, como contaba con una media pésima del bachillerato y selectividad, no había sitio para mí en la facultad. En el momento de recibir aquella funesta noticia la funcionaria del vicerrectorado me informó de la existencia de una facultad de Bellas Artes en Aranjuez. Aranjuez estaba bastante lejos prácticamente de cualquier parte, en los confines de la Comunidad de Madrid, nadie sabía que existía aquello, pero allí podría realizar mis estudios a pesar de que el trayecto en transporte público me llevara cuatro horas de viaje todos los días. Yo estaba dispuesto a hacer cuatro horas u ocho, en pos de cumplir mi sueño. Resulta curioso que sin esta funcionaria a la que solo vi una vez en mi vida durante algunos minutos, mi vida hubiera sido muy distinta.

P. Ingresaste en Bellas Artes entonces, cumpliste con tu sueño.
R: Podría escribirse así en un guion de Hollywood, pero no fue exactamente así. Obtener aquel título, de alguna forma, significaría que la sociedad entonces me reconocería como artista. Esta idea es completamente equivocada pues muy pocos artistas han estudiado Bellas Artes, un título no avala tus conocimientos… realmente ser licenciado en esta materia te aporta muy pocas cosas en la práctica diaria. Lo que importa, a fin de cuentas, es que implicó un paso significativo y una meta que, esta vez sí, conseguiría realizar con éxito.
Al igual que en el capítulo de la escuela de música, podría referir muchas cosas negativas sobre la enseñanza, pero quiero destacar que gracias a mi ingreso en la facultad conseguí reconciliarme con la música. Ya por entonces era un gran dibujante mas aquel camino había dejado de interesarme. Tampoco todo lo que aprendí en academias de arte a fin de realizar el ingreso, sirvió de algo. En la facultad toqué en un grupo de música y esto me aportó tan buenas sensaciones que me impulsaron a desarrollar mi propia producción musical con el uso de nuevas tecnologías. El viaje de Antonio también ayudó mucho a que adquiriera confianza en mis posibilidades. Trabajé bastante y con constancia, en el año 2009 recibí mi licenciatura y en el 2011 fundé la Orquesta Arrecife. Con los años mi música empezó a ser solicitada por video creadores muy diversos y diferentes. Más allá de lo que pudiera retribuirme económicamente, había encontrado una meta, una utilidad, un lugar en el mundo y una materia en la que explorar y evolucionar constantemente, fuera de convencionalismos, dogmas, complejos y ataduras. Hoy en día es una de las pocas cosas que me hacen vivir con ilusión. No sé si en el futuro seguiré desarrollando esta disciplina, pero hoy por hoy, a nivel profesional y personal, es de lo que más me satisface.

P: Quedaría, por último, hablar de tu faceta literaria más allá de sus comienzos.
R: No solo fui una persona muy imaginativa, solitaria y rebelde, también un voraz lector. Esto me llevó, inevitablemente, a escribir. Cuando tenía 17 años, más o menos, empecé a hacerlo con algún tipo de proyección. Creo que la escritura no es tanto una obra artística definitiva como una necesidad bastante práctica de ordenar tus ideas, de viajar a placer en el tiempo, de concebir cuanto se te antoje... La escritura tiene un punto de inmediatez y claridad que es menos sensible en el dibujo o la música. Al menos, no del mismo modo. A día de hoy puedo proclamar con orgullo que tengo tres obras importantes publicadas. Me han llevado mucho trabajo y cuando he estado inmerso en ellas ha sido lo mismo que cuando estuve haciendo dibujos o cuando compongo un tema musical apasionante. Sin embargo, no las veo potencial para ser bien recibidas. No sé si es que su público no existe o es muy minoritario, si mi trabajo adolece de fallos imperdonables… están ahí, porque para mí son una necesidad y un reto, pero no creo que vayan a prosperar mucho.