31 de enero de 2011

La hamburguesa asesina

Ayer mismo visité los baños de una cadena de restaurantes. Al salir, advertí que la puerta estaba tachonada con el mensaje que puede apreciarse en la fotografía.
He consultado a mi tribu de asesores en manifestaciones de esta índole y me han asegurado que el tal Pabek no es un escritor que merezca mucho reconocimiento... también he investigado por si encontraba obra suya en Internet y sólo he hallado un tocayo suyo mexicano que también hace sus pinitos en el mundo del graffiti. No creo que uno y otro sean la misma persona ateniéndome a criterios caligráficos.
En este mundo contracultural que cada vez cuenta con más literatura, el estilo y la identidad es una cosa muy importante y los estilos individuales se agrupan en una serie de clanes o colectivos que rivalizan entre sí por adueñarse de las paredes de la ciudad. Cada clan tiene sus propias referencias y su propia visión de interactuar con el entorno pero parece que por encima de todos ellos hay una especie de códigos comúnmente aceptados. Es fácil reconocer un graffiti pero no es tan fácil entender estos códigos y, ya dentro del graffiti, saber apreciar distintas, por así decir, escuelas o tendencias.
Debo manifestar que no soy un entendido en la materia, quizás por eso he subido este Pabek en contra de las recomendaciones de mi tribu. Si lo he hecho ha sido porque, de alguna manera, el mensaje de este individuo ha sido capaz de llegarme a pesar de los códigos herméticos con los que suele manifestarse el graffiti hacia las personas ajenas. El mensaje estaba de tal manera dispuesto que para mí fue sorprendente encontrarlo. Dirán ustedes que no es raro encontrar cosas de este tipo en unos baños pero, por alguna razón, esta anotación me pareció llamativa y especial. Supongo que fue determinante mi estado de ánimo. He encontrado también cierta pulcritud en él y cierto cuidado de las formas además de cierta rudeza y tosquedad.
Otra forma de expresar esta misma idea por otro escritor distinto la he encotrado azarosamente por internet:
Es obra de un tal cacrewwear10th.

Me parece curioso que dos personas que probablemente no tengan nada que ver salvo su dedicación al graffiti lleguen a conclusiones similares, cada uno con su particular sensibilidad. Viendo obras de este último escritor yo mismo me he sentido identificado (y yo no hago graffiti) lo cual me lleva a pensar que hay un camino hacia verdades latentes que pugnan por manifestarse contra las grandes verdades impuestas de nuestra era.

29 de enero de 2011

El contestador

Noé acababa de guardar el Informe de riesgos en una carpeta, y la carpeta, en el cajón de su mesa de oficina, amplia y lacrada en negro. Había estado trabajando toda la semana en él y se encontraba satisfecho con los resultados; mañana, en una reunión con su equipo, daría las órdenes precisas para finalizarlo.

Recogió los subrayadores fosforitos y apagó el ordenador. La pantalla se despidió con una carga de energía estática. Ya en el parking, desanudándose la corbata y respirando un aire caliente y pastoso, colocó su maletín raso en el asiento del copiloto y esperó a que el motor de su Audi entrara en funcionamiento.

Cuando llegó a casa y colgó el abrigo, el teléfono le recibió con timbrazos. No lo descolgaría, en vez de ello depositaría las llaves en un mueble y se internaría en la pequeña cocina de su apartamento. A los cinco tonos el contestador automático reprodujo la voz de Noé, un poco distorsionada por el ruido del casete.

Hola, soy Noé. En estos momentos no puedo atender tu llamada, si lo deseas puedes dejar un mensaje después de la señal, gracias.

El contestador entonces empezó a reproducir murmullo de gente, como si quien estuviera al otro lado de la línea se encontrara en medio en un lugar concurrido. Se oían también ruidos de platos y vasos chocando unos contra otros, haciendo difícil la llegada del mensaje.

Noé, hola, soy Dios. Te he enviado en un correo electrónico las diez Tablas de la ley para que guíes a tu pueblo según mis deseos. En “no codiciarás los bienes”añade “ajenos”, por favor, para que no haya lugar a equívocos. Llámame y hablamos sobre el asunto de un arca que se me está pasando por la cabeza.

Noé se sirvió una copa de coñac, se sentó en el sofá suspirando, y cuando Dios colgó volvió atrás en los mensajes

Noé, hola, Soy Dios. Te he enviado…

Tras un pitido, se escuchó la voz de una señora. Ésta sólo tenía de fondo el rasgueo de la cinta y parecía rebotar en un pasillo estrecho y demasiado limpio y decorado.

Noé, hijo, ¿cuándo vas a pasar por casa? Y por cierto, ¿has comprado ya…

Noé pulsó la tecla entrecortando la frase, escuchó otro pitido, y a continuación otra voz distinta que tardó en reconocer

¿Noé? ¿Noé? Oye, no se escucha nada, ¿Noé, oye, estás ahí? Ah, si es el contestador.

28 de enero de 2011

Revelaciones

Los predescubridores ya han estado aquí en varias ocasiones. Lo narran desde crónicas de escasa credibilidad aparecidas en publicaciones sensacionalistas hasta informes confidenciales de distintos gobiernos. En las revelaciones de los indígenas, Yucahuguamá profetizó la llegada de los hombres blancos del cielo. Descubrirán lo que nosotros llamamos Tierra y le pondrán un nuevo nombre en una lengua sin palabras. Nuestra cultura milenaria será devastada y sólo sobrevivirá en el inconsciente de generaciones de esclavos. Su orden terrorífico nos resultará incomprensible… tal si fuera el descubrimiento de las Yndias, nosotros seremos indios una vez más y nos desprenderemos de nuestras riquezas a cambio de falsos y relucientes hologramas. Serviremos para alimentar al más fuerte porque las leyes del universo son siempre inflexibles en este punto. Las estrellas se apagan y la oscuridad del cosmos es cada vez más impenetrable.

26 de enero de 2011

Reseña cultural: Los Mateo en la Pauta Mágica

Bienvenidos a la Pauta Mágica. En este lugar, cada noche, los jueves tienen cabida estos conciertos de música alternativa, a los cuales venimos asistiendo de manera puntual. Los ganadores del último festival periférico quieren hoy ofrecernos esta soberbia audición onírica. Así lo han titulado ellos y así es como pretendemos entendernos nosotros.

Acabamos de escuchar los últimos estertores de la pieza titulada “Eternidad”, composición e interpretación a cargo de Luis Miguel Torres, autodidacta afincado en Madrid y natural de Mérida. Ya a temprana edad sentiría la llamada de la música y es hacia el año dos mil tres cuando establecerá estrecha relación con el que será su más renombrado mentor: El director de música coral renacentista sobrenombrado como Maese. Emérito y egregio autor, este último, transmite las enseñanzas de la Royal London Academy -ni más ni menos- a su pupilo asentándose así, a partir de entonces, las bases compositivas de su obra.

A continuación, ya sin más acotaciones innecesarias, en la Pauta Mágica, como anunciábamos en principio, escucharemos “Poema austriaco” Composición en Do mayor e intento acertado de mezclar en un pastiche postmoderno la música mozartiana con la folklórica de finales de los cincuenta.

20 de enero de 2011

Libros y mentiras

« ¿A qué viene esa puñalada trapera de escribir un libro para decir que la única realidad que importa es falsa y se nos va a morir si no la protegemos con más mentiras, más apariencias y locas aspiraciones: con la desmesura de un libro? »[1].

La imaginación puede ser, a veces, un veneno. Otras veces es una droga. La imaginación es una mentira terriblemente adictiva que nos hace ver el mundo de modo placentero. Las ideas, en última instancia, no saben nada del tiempo y consumen a sus pensadores. Son cantos de sirenas.

Podemos considerar la verdad una mentira, la mentira más engañosa de todas. Muchas veces se nos muestra la verdad de forma intuitiva, bosquejada, no dejándose ver del todo. Este asomo de verdad incierta, esta visión fugaz y mística concluye en lo más cerca que podemos estar de las ideas. Al final sólo distinguimos sombras.

La vida no es sueño, la vida es el ensueño de la vida.

El hombre, desde su recto pensamiento, trata de justificarse como proyección última de los contenidos naturales, trata de identificar la naturaleza originaria como deudora de su buena voluntad. Todos los medios que el hombre antepone por medio de su pensamiento a una esperanza que sabe jamás será cumplida, ni recompensada, ni siquiera considerada, tienden a sumirle en un estado de lucha frenética e infructuosa, heroicamente autodestructiva. El hombre ve la vida como un acto de sucumbir ante la impotencia de un torbellino arrollador de fuerzas fácticas abandonadas al azar… encontrando una crueldad insultante en los entramados del universo al que llega a aborrecer por no poder identificar los anhelos más hondos y puros de su alma.

El mundo que imaginamos, sí, es el mundo que acaso podamos comprender en su última esencia; el resto del mundo, que es todo el mundo, resulta sencillamente incomprensible por su carencia absoluta de idealidad. Nos resguardamos detrás de términos tales como cultura, civilización… entidades reguladoras que nos convierten en el eje de un mundo que quizás no tenga eje ninguno. Este mundo puede no existir.

Todo idealismo, desde su mismo inicio, muestra un muy humano afán de comprensión, de aprehensión, de entendimiento. Según se asciende por los peldaños del conocimiento, se va ganando vista, distanciamiento… en definitiva, se va atesorando rechazo y entreviendo un último tramo de la escalera. El mundo, sí, tiene mucho que ver con la lógica pero cuando el mundo se identifica con la lógica esta última palabra muestra su etimología oscura y turbulenta, ática. La lógica es autosuficiente, pero no suficiente para explicar el mundo. Acudirá en auxilio la fe, pero no servirá de mucho tampoco. Tener fe es parecido a tener catarro, la fe no es voluntariosa sino, simplemente, un anhelo incontrolado e inexplicable de nuestro espíritu. La fe identifica al hombre con su origen mágico y místico… ascendiendo por la escalera del conocimiento, el hombre aprende a vivir sin lucha o, por mejor decir, en la lucha de la eterna renuncia. El azar, caprichoso, moldea la vida y nos dirigimos de un lado a otro engañándonos, creyendo que realmente somos dueños de nuestro destino.



[1] Carlos Fuentes. Cambio de piel.

19 de enero de 2011

Manual de lectura de un reloj

Miren su reloj y comprueben la hora, no les pido que reparen en lo absurdo del movimiento instintivo, ni siquiera les sugiero que al final del recorrido de esas manecillas se encuentre la muerte. Esto, la cuestión de las manecillas, es la cuestión primordial pero no en el sentido anteriormente referido ni similar. Les desaconsejo esta lectura si no llevan reloj pues tendrán que dejar el libro para ir en busca de uno y eso puede llevarles a perderse o a reanudar la lectura en otro punto, desperdiciando información.

Es difícil saber la hora y no escribo con dobleces significativas, digo, es fácil cuando se tiene costumbre. Distinguiré entre lector acostumbrado y quien aprendió ayer (como se dice) los rudimentos de la técnica.

Una pregunta retórica: ¿cuánto tiempo nos roba este gesto? En levantar la muñeca y desenterrar el mecanismo de debajo de la manga [en el caso, por supuesto, de que se vista una prenda que contenga esta característica] apenas un par de segundos. Acto seguido se formulan una serie de planteamientos inconscientes que nos aseguran que esa es nuestra muñeca, que ese es nuestro reloj y que lo estamos mirando con motivo –axiomáticamente– de saber la hora.

1. El segundero y la enunciación horaria: un diario y avezado lector de relojes quizás tienda a interpretar en un primer término la aguja más pequeña (la de las horas). El lector poco versado fija inicialmente su mirada en el segundero, por ser, de entre las manecillas, la más larga y la única que describe un movimiento fácilmente perceptible. Pero el segundero, como sabemos, pese a su afán protagonista, nos ofrece una información de escaso interés. Constituye una información necesaria, de precisión, entiéndase, que sin segundos no habría minutos y mucho menos horas, mas saber que ahora son “las tres y treinta y cinco minutos y cuarenta y cinco segundos” es casi indignante. Decimos que son “las tres y treinta y cinco”, “las tres y media pasadas” si se recurre al uso y, desde luego, jamás diríamos al igual que decimos que son “y media pasadas”, que son “y veintiséis segundos pasados”.

El término “pasado”, quede claro, es notoriamente equívoco. Se dice “y media pasadas” cuando hace minutos que transcurrió la hora exacta pero siempre, a mi humilde entender, se tendría que añadir “pasado” a la enunciación del tiempo presente o recurrir a una fórmula profética del tipo: “serán menos cuarto” e incluso podría añadirse, para mayor precisión: “dentro de un rato”, manera muy recurrida en nuestros días y que goza de mi completo y personal favor. Aunque eso del futuro sea algo incierto decir, nada más, que el hecho de pronunciar que serán “menos cuarto dentro de un rato” es agradecido, se escucha con esperanza a menos, claro está, que la hora esperada sea una hora funesta, el augurio de una terrible sentencia o castigo, por poner. He observado que ciertos mecanismos de fabricación de relojes prescinden del segundero lo cual les resta dinamismo estético en favor de una lectura más cómoda y sintética, aunque menos precisa, todo sea dicho, si hemos de ser imparciales.

2. La fecha y su enunciación: Dado que la hora suele expresarse primero enunciando las fracciones temporales de mayor amplitud (por ejemplo: “las doce menos cinco”), siempre queda la opción de invertir el enunciado sin dañar la gramática (“cinco minutos para las doce”). La primera formulación es más apelada pese a la validez de la segunda, que tiende a considerarse como una suerte de recurso literario no exento de cierta pedantería. Me remito, para reforzar el juicio, a la lectura de los relojes digitales: siempre de izquierda a derecha (y de arriba a bajo), comenzando por las horas. Pero el caso de la fecha, a diferencia del de la hora, en su enunciación, es más intrincado. Aquí la lectura de los relojes digitales no ofrece ilustración fidedigna; algunos relojes digitales, por ejemplo, aunque no sea lo más frecuente, presentan la fecha antes que la hora. Los relojes de agujas suelen contener un pequeño espacio reservado a la muestra de la fecha y lo genérico viene dado en que sólo se especifique el día del mes.

Acorde con una explicación de lógica similar a la anterior -de cifrar el tiempo de forma jerárquica- consistiría en mostrar primero el año, después el mes, después el día, a continuación la hora y etcétera.

El año es a la simbolización horaria lo que los segundos son a los relojes; información de poco interés, sobreentendida, pero de vital importancia. A diferencia de la enunciación horaria, no obstante, la enunciación de la fecha siempre es completa en la escritura (2 de mayo de 1808) e igualmente de forma contraria, tendemos a referirnos primero al año, luego al mes, seguido al día cuando apelamos a un tiempo cada vez más remoto (se dice que el Tratado de Fontainnebleau se firmó en 1808 y, acaso en los textos específicos, se reseña el año y el mes presentándolos en forma de orden convencional: mayo de 1808). En el tiempo presente siempre destacamos por encima de todo el día en el que vivimos (“hoy es veinticinco”) y nunca usamos en el habla cotidiana las fórmulas anteriores (rara vez se dice que “hoy es veinticinco de marzo de dos mil veintinueve”; es cercano a lo descortés informar al oyente que “estamos en el año dos mil veintinueve, en marzo, en el día veinticinco”…). Volviendo a los relojes, muchos no recogen la fecha.

3. La hora, manejo: El lector de hora se sirve de partículas infinitamente divisibles (es la célebre fábula de Aquiles y la tortuga) de modo que se ve en la obligación de escoger aquellas que mejor se ajusten a la distribución que quiere hacer del tiempo. El caso de la Historia es un caso extremo, habitualmente se refiere a décadas, a siglos. El caso de determinada ciencia es aún más exagerado pues sitúa sus hechos en fracciones de tiempo milimétricas e imperceptibles, o bien en tópicos-utópicos similares al de “hace mil millones de años, el Universo…”. El caso de determinada literatura es despreocupado, se sirve de expresiones del tipo “tiempo atrás”, “en un futuro”, “al caer la noche”… Esta última sistemática (como el patrón “dentro de un rato”) es la que yo de manera personal recomiendo a la hora del manejo diario. Son tiempos esperanzadores y ligeramente sentimentales.

4. El minutero y la aguja de las horas: El segundo paso que supongo dará el lector habitual es el de mirar el minutero. Quizás tienda el novel a mirarlo en segunda instancia también a tenor de que es la segunda aguja con mayor longitud, no así sea la más gruesa [esa, veremos, es la de las horas y débase su grosor quizá para contrarrestar el efecto contraproducente]. Las agujas señalan siempre una sección, un punto, en la esfera que debemos subdividir de acuerdo con la aguja que seguimos. Dividiremos la esfera en sesenta segmentos equidistantes si seguimos el segundero o el minutero y en doce si seguimos la aguja de las horas. Hay pues, sesenta segundos, sesenta minutos y doce horas en la siguiente relación:

3.600 s = 60 m = 1 h

Determinados relojes de agujas facilitan el cálculo; tanto para indicar la hora como para indicar los minutos, reflejando la numeración correspondiente [las horas suelen indicarse, por tradición, con números romanos y para evitar el exceso de información los minutos se señalan de cinco en cinco, partiendo del cinco y terminando en cincuenta y cinco (el uno y el sesenta no suelen indicarse por ocupar la posición meridional de las doce horas).

Hombre y naturaleza



Suerte

Dicen que los tréboles de cuatro hojas dan suerte a quien lo encuentra, especialmente si ha sido de manera accidental. Todos sabemos que no es fácil encontrar un ejemplar como este que poseemos; por cada trébol de cuatro hojas existen diez mil tréboles de tres hojas. Si esto es raro, pensad que se han llegado a encontrar tréboles de dieciocho y veintiún hojas.

Porque son realmente escasos y quizá también porque cuando vemos uno lo arrancamos, están en peligro de extinción a pesar de que en Estados Unidos existan granjas dedicadas a cultivar y comercializar esta rara variante. No está muy claro por qué algunos tréboles tienen cuatro hojas pero entre las explicaciones científicas posibles podemos encontrar:

1. La causa es un gen recesivo.
2. La causa es la interacción de varios genes.
2. La causa es una mutación somática.
3. La causa se da por factores ambientales.

Si alguno de ustedes no ha encontrado un trébol de cuatro hojas y ha visto la imagen, ya puede decir que, en cierta manera, lo ha encontrado. Tendrá más suerte si ha acabado en esta página por accidente y no buscando un trébol de cuatro hojas. Para poseerlo sólo tiene que copiar la imagen y, si insiste, puede imprimirla.

Suerte.

18 de enero de 2011

NINI

Vacaciones


Este dibujo refleja mis tempranas inquietudes ecológicas. Cremas de sol, basura, huesos... también otros elementos de los que os hablaré más adelante con mayor detenimiento ya que serán constantes de mi nóbel producción, influenciada por el humor gráfico.

Palacios


Hubo una época en que estaba fascinado por los brillos y la suntuosidad. Por aquel entonces imaginaba arquitecturas bastante toscas y abigarradas. El segundo dibujo es la planta de un palacio, con sus escaleras, pasillos, puertas, columnas, fuentes y comedor incluido. Son, como digo, geometrías realmente sencillas e infantiles cargadas, no obstante, de detalles lo cual las convierte en algo ciertamente kitsch.

17 de enero de 2011

Laberintos




Acude a mi mente el recuerdo de un relato de Borges ciertamente interesante. El relato nos enseña que la naturaleza, con sus fórmulas rotundas, es mucho más compleja que cualquier artificio humano.

“¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo! en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso”.


Cuando aprendía en la escuela materias más o menos útiles, dibujamos laberintos. Era frecuente en los descansos entre clase y clase ver a todos mis compañeros congregados en selectas agrupaciones pasando sus dedos o sus bolígrafos por hojas de papel donde la plantilla cuadriculada era un elemento especialmente útil para trazar pasillos, trampas, escaleras, puertas y galerías.

Ni que decir tiene que yo estaba indignado. Los artistas matemáticos que estaban diseñando aquellos laberintos estaban empezando a desbancarme del salón de la fama. Mi destreza dibujística ya no asombraba a mis compañeros, interesados durante aquella breve época en recorrer trazos simbólicos que no requerían grandes aptitudes estéticas. Recuerdo que fuéranse los laberintos complicando de manera que los más prestigiosos diseñadores de laberintos imponían sus propias reglas y códigos, anotando en competiciones cronometradas las marcas de los participantes que recorrían sus dibujos. Estos participantes se especializaron en hacer trampas y muchos llegaron a desarrollar verdaderas destrezas intuitivas y rastreadoras.

¿Has hecho ya el laberinto de fulano de tal? Se preguntaban, visiblemente emocionados, y yo guardaba mis caricaturas de profesores obsoletas a la espera de que volvieran a interesar a alguien. Entendí entonces aquello de adaptarse o morir y compuse orgulloso mi primer laberinto.
Me costó mucho trabajo conseguir que la gente viniera a recorrerlo pero mi antigua y soterrada fama de dibujante atrajo la curiosidad de algunos. Por fin, ya todos reunidos en mi propia secta, comenzó la competición. El encargado de descubrir los secretos de mi laberinto, un explorador avezado, lo recorrió en muy poco tiempo, cosa que por entonces no debía de estar bien vista. Nadie se detuvo en apreciar las calidades artísticas de mi esmerado trabajo. Recuerdo que había diseñado jardines y otros elementos recreativos y ornamentales que servían para hacer del recorrido un agradable paseo, no un reto intelectual.

Bah, es demasiado fácil. Y el corrillo pronto se extinguió como si fuera humo. De nada servía que mi laberinto estuviera muy bien dibujado; el público, como digo, demandaba otro tipo de motivos. Debí romper mi laberinto en mil pedazos y comenzar a pertrechar una campaña de desprestigio contra los laberintos, manteniéndome alejado de los grandes hallazgos que se sucedieron en aquel campo. Con el tiempo, los laberintos fueron volviéndose tan difíciles y encriptados que mis compañeros necesitaban mucho tiempo o esfuerzo para recorrerlos y, quizá por esta razón, fueron perdiendo interés paulatinamente. Me encontré con lo que antes fueron prestigiosos diseñadores de laberintos volviendo a jugar al fútbol.

Pasada aquella época dorada de los laberintos retomé el asunto, esta vez intuyendo las reglas del juego que en su momento no entendí por estar ocupado, entre demás asuntos y materias más o menos útiles, en investigar la comicidad de los rasgos faciales de mis profesores. Ahora que lo pienso podía haber llegado a ser un buen dibujante de laberintos pero justo cuando empezaba a dominar la técnica ésta ya no interesaba a nadie.

En uno de estos laberintos que por fortuna conservo he encontrado los siguientes elementos:

1. Llaves. Son necesarias una o varias llaves para llegar a la salida. Si alguien llega a la salida sin las llaves requeridas debe volver sobre sus pasos. Hay llaves falsas, de ahí que quien recorra el laberinto tenga que tomarse unos minutos planteando su estrategia antes de perder el tiempo buscando una llave inaccesible o arriesgándose a no poder volver atrás en posesión de una llave.

2. Puertas. Le llevan a uno de un lado a otro del laberinto traspasando paredes, de una puerta a otra. Creo que esto tampoco lo inventé yo pero sí simplifiqué bastante su lectura sustituyendo los iconos de las puertas por parejas de números. Así evitaba la necesidad de una leyenda bastante engorrosa.
De las puertas se podía salir y entrar. Como he dicho, yo no presté mucha atención a los hallazgos de los diseñadores de laberintos pero sí recuerdo que alguien, relativo a las puertas, ideó la forma de comunicarlas por una suerte de pasadizos subterráneos alojados en la cara posterior del papel.

3. Pasos de no retorno: Representados por flechas. En cuanto el dedo o el bolígrafo de alguien franqueara uno de estos pasos, no podría volver, quedando encerrado en el tramo del laberinto que custodiaba la flecha. A veces era necesario atravesar uno de estos pasos lo cual implicaba tomar una decisión importante.

Echo en falta un tiempo límite, ésa sin duda hubiera sido una regla que haría el juego más interesante pero no la utilicé por alguna razón, pese a conocerla. Quizás mi intención de disfrutar los recorridos me llevara a desconsiderar el límite de tiempo. Por lo general, a día de hoy, sigo odiando las prisas, los plazos y los grilletes del reloj.
Tampoco había "agua", una especie de símbolo que hacía perder el juego a quien pasase su dedo por encima. Creo que lo suprimí porque la habilidad de los exploradores de laberintos era tal que no constituía realmente una trampa muy efectiva. En suma, generaba bastantes discusiones polémicas.

El laberinto que conservo está algo manido pero no lo suficiente. Llegué a ver laberintos que tenían que ser redibujados dada la erosión provocada por el paso excesivo de visitantes.
Una pared mal cerrada era motivo frecuente de disputa entre quien lo recorría y quien lo diseñaba.

La invasión de los poetas funcionarios zombis I

Nuestra civilización colapsará como menos lo esperan; una invasión de poetas funcionarios zombis se extenderá a nivel global y redactaran las leyes de una represión sexual sin precedentes en la historia. Como lo oyen. Seguro que todos pensaban que el fin de nuestra civilización vendría relacionado con la llegada al poder de Belén Esteban pero no será así. Se lo explico a continuación, más detalladamente:

Todo comenzará en un laboratorio de Illinois, cuando los científicos descubran una bacteria capaz de reproducirse e infectar el cuerpo humano convirtiéndolo en poeta deseoso de ser funcionario público. Los cuerpos del Estado empezarán a ser ocupados por humanos infectados o lo que es lo mismo, poetas. Una alianza de estados derrocará el poder del mercado capitalista. Esta alianza estará coordinada por la OIPP (Organización Internacional de Poetas Públicos).

Antes de que los poetas funcionarios controlen el mundo, habrá todavía una esperanza. Un grupo de especuladores inmobiliarios decidirá crear un ejército de clones de un simple inspector de hacienda muerto en el año 1952. Dado que la bacteria poética habrá dejado de extenderse entre la humanidad por un problema derivado de su misma genética, los poetas funcionarios irán muriendo y los clones se harán fuertes dentro del Estado, sobretodo en los Ministerios de Hacienda.

Cuando ya los funcionarios clones de hacienda apunten a algunos cargos de la OIPP los poetas saldrán de su tumba para reclamar su plaza. Pero, como las plazas ya les habrán sido retiradas legalmente, empezarán a estudiar de nuevo las oposiciones. Entretanto, los capitalistas rebeldes cometerán una serie de atentados y empezarán a organizarse a un alto nivel.

(Continuará).

La invasión de los poetas funcionarios zombis II

El Ejército de Papá Noel ha conseguido encontrar una vacuna contra la bacteria responsable de El enajenamiento poeta funcionario zombi. Se trata de un extracto de la corteza del pollo KFC conservado en el año 2250 gracias a avanzados procesos de criogenización por una empresa de la competencia de KFC, en busca del secreto de su exitosa fórmula.

John Mc Gregor era por entonces el jefe rebelde encargado de custodiar el camión frigorífico hasta el laboratorio clandestino, pero cuando se disponía a pasar la tarde libre con su mujer y sus dos hijas (Mari y Rebeca, de dos y seis años) tropezó accidentalmente por unas escaleras quedando paralítico.
De cualquier manera, la insurrección capitalista resulta finalmente sofocada por los servicios gubernamentales gracias a la conocida Operación Libertad.

Los poetas zombis están aprobando las oposiciones y en unos años se harán con el control del Estado. Son un grupo aplicado y silencioso, su invasión es de natural pacífico y pasa inadvertida, pero algún día, gracias a ellos, el mundo tal y como lo conocemos dejará de existir. La humanidad está en peligro pero... Oh ¿qué es eso?, ¿No es, acaso…

BELÉN ESTEBAN?

Estamos en el año 2250 ¿Cómo ha podido sobrevivir todo este tiempo? Ah, no, si es un holograma.

Bueno, pues de esta manera es como se acabará el mundo. Me voy porque se me está haciendo tarde. Estamos en el año 2250 de modo que figúrense.

La academia


Todo era vano. De nada servían mis esfuerzos por entender aquella frase musical escrita siglos atrás. Sentado al piano resolví que lo que puede parecer a simple vista un mero ejercicio de mecanografía se puede complicar hasta la altura del asunto metafísico más retorcido y enrevesado.

Según la primera profesora de piano que me instruyó jamás llegaría a tocar bien.

No se equivocaba.

Preso por la frustración, cerré la tapa del instrumento y resolví hacerme escritor en aquel mismo instante. Yo no necesitaba el piano, es más, jamás había soñado con ser pianista. Tampoco, a decir verdad, había soñado con ser escritor pero esa es otra cuestión.

Me dediqué a partir de entonces no a ser un buen pianista sino a tratar de disfrutar del piano. Compuse una infinidad de obras, toqué con los músicos más variopintos y diversos que se puedan imaginar, ejercí de músico a sueldo en más de una ocasión… Y a la anochecida, mientras escribía libros materializando mis sueños desbaratados por la amarga realidad de la vida, dirigía una mirada al piano abandonado, lleno de dientes polvorientos. Y acudía hasta mis oídos la voz de aquella profesora con un efecto de eco y reverberación

Con esa mano izquierda nunca serás pianista, nista, nista.

[…]

y después de todo esto escribí “y después de todo esto”, puse un punto, clickeé en el comando archivo, guardar. Cerraré el programa apenas haya tipografiado la consigna, en mayúsculas:

NO A LA ACADEMIA

Y la consiguiente invitación a quemar los pianos, en mayúsculas también

QUEMAD LOS PIANOS

8 de enero de 2011

El cuartel de las tortugas ninja

Una instantanea de nuestras oficinas, ubicadas en el fondo de una cloaca. Lo llamamos El cuartel de las tortugas ninja.

6 de enero de 2011

Feliz navidad en el más allá



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Fama y cultura

Conozco a gente famosa, lo cual no es ninguna extravagancia. Supongo que no es ninguna extravagancia porque la sociedad genera un famoso cada cinco minutos, de ahí que haya muchos y se les llegue hasta conocer algún día. Ese día lo más seguro es que sea un día inesperado porque, sencillamente, uno no espera conocer a un famoso a menos que salga a la calle con la idea de conocer a un famoso, cosa que no se suele hacer a menos que uno se mueva dentro de un círculo excepcional de personas famosas.

Si empezara a escribir de nuevo lo que llevo escrito corregiría las primeras palabras: conozco a gente famosa. No es preciso que la conozca, más adecuado es decir que conocí a gente que fue famosa antes de que yo la conociera.

Todo esto me ha llevado a reflexionar sobre la fama y a anotar posteriormente mis reflexiones para compartirlas.

La fama puede parecer a primera vista un fenómeno extraño por las circunstancias azarosas en las que se produce pero para simplificar vamos a determinar que es como el caramelo que se le concede a un niño. Pero en vez de uno, por ser más gráficos, vamos a decir que se trata de una montaña. Estos caramelos son atenciones desmedidas de nuestros semejantes y generalmente una cantidad considerable de pasta. También una sucesión de acontecimientos generalmente precipitada, por mucho que se anticipe. La fama, en un alto porcentaje de casos, llega a uno como por arte de magia y pocos o prácticamente ninguno son los famosos que descubren el truco para ser famosos antes de que lo sean. Hay famosos que les lleva toda una vida ser famosos y parecen haber nacido para ello, pero no son estos los famosos que he tenido el placer de conocer. Otros nacen famosos y así, en ocasiones, podemos decir que la fama es hereditaria.

Pero volvamos al niño ¿Qué pasa cuando a un niño, al día siguiente de haberle regalado la montaña de caramelos, no se le presta el exceso de atención al que está mal acostumbrado? el niño llorará, no sé si es lógico, pero al menos sí instintivo. La sociedad genera un famoso cada cinco minutos, he dicho, pero mejor puedo decir que la sociedad genera un héroe cada cinco minutos y un villano cada tanto. Y ni héroes ni villanos, señores míos, son ante todo personas. Personas que han consumido emociones a una velocidad vertiginosa, personas con sus particularidades concretas e infinitas, con un yo personal e intransferible.

Es fácil volverse loco y caer en las drogas cuando uno es famoso, no lo duden. Lo digo no porque ocurra en muchos casos sino porque lo creo de verdad, aunque no lo haya experimentado en mis propias carnes. Cosas del instinto otra vez. Hay famosos que no caen en las drogas, o eso dicen, yo no les conozco. No olviden que lo que sabemos de los famosos es lo que se dice de los famosos y no lo que ellos son en realidad. Y aunque no es fácil ser famoso puede darse la circunstancia ¿por qué no? Pero aunque ocurra, una persona no dejará de ser una persona. No deberíamos olvidar esto cuando hablemos de los famosos.

Dejemos los héroes y los villanos para la novela. Con esto no digo que dejemos de lado a los famosos. Necesitamos a los famosos. Necesitamos las novelas y el mainstream. Necesitamos sentir ese elemento canalizador de reflejos sociales que es la cultura. Ese elemento que nos identifica y que nos permite estar en comunión con nuestros semejantes.

Llegado este punto tengo que confesar que aborrezco la parte borrega de la cultura y quiero pronunciarme contra ella pero sería una espada de doble filo con la que me acabaría cortando pues todavía no me he echado al monte, como se suele decir en una locución adverbial bastante curiosa.

Pensar de forma introspectiva y dialogar con otros son cosas distintas y deben procurar alternarse todo lo posible, siempre estando bien delimitadas.

No creo que vaya a articular ahora una frase más inteligente que la última en vista de lo cual abandono el acto comunicativo con la promesa de regresar cuanto antes. Deseo, de todo corazón, que SS. MM. Los magos les dejen muchos regalos depositados en sus calcetines.

4 de enero de 2011

Sector G-53

Nos encontramos en el sector G-53, una suerte de ciudad dormitorio futurista construida sobre las aguas del océano Pacífico. La sobrepoblación de los continentes, anegados por montañas de basura y escombros, ha promovido la construcción de estos sectores, semejantes a gigantescas refinerías de petróleo. Sus habitantes trabajan de diez a catorce horas diarias aislados del cielo plomizo y radiactivo en solitarias y reducidas cabinas, con la ayuda de poderosas y sofisticadas máquinas en el procesado de plancton y el cultivo de algas comestibles, cuya descomposición sirve para generar la energía que alimenta el sector. Las algas, por descontado, no se ingieren directamente sino que de ellas se extraen químicamente los nutrientes necesarios y se administran en pastillas.

Con motivo de amenizar tan penoso trabajo, totalmente exento de esfuerzo físico y limitado al rutinario control de unas máquinas que rara vez fallan, la gran corporativa dueña del sector G-53 instaló unos reproductores de música silenciosa que sólo fuera percibida gracias a unos implantes óseos recomendados para los trabajadores. El oído no interviene en la percepción, sino que la información llega al cerebro a través de frecuencias en principio imperceptibles.

El programa y la composición musical corren a cargo de ordenadores, los cuales utilizan complejos algoritmos para construir armonías. Dado que el estado físico y emocional de los trabajadores queda registrado por sensores ubicados en las cabinas, los ordenadores encargados de producir música tienen estimación del trabajador y en función de su ánimo en el momento, eligen unas variantes u otras con motivo de acercar su disposición a los registros óptimos presentados en las tablas de correcto funcionamiento del sector y sus integrantes. Durante algún tiempo se llegó a pensar que la música silenciosa sustituiría a las pastillas del sueño debido a su más intensa sensación de bienestar y a su reducción de efectos secundarios pero lo cierto es que, aparecidos los implantes, las pastillas se siguieron distribuyendo.

La idea del hilo musical, inicialmente, le acarreó algún problema a su autor, el investigador Herman Wildfren, no sólo por parte de los defensores de las pastillas del sueño. Herman no tenía buena prensa en el comité de empresa a pesar de que sus mentores habían hecho grandes contribuciones al sector. Se sospechaba que en su etapa de estudiante se había dedicado a experimentar con drogas digitales e incluso algunos decían que había llegado a formar parte de uno de los grupos de resistencia a la prosperidad corporativa. Esto último, por descontado, era una exageración ya que el último grupo de resistencia fue debidamente desarticulado por las autoridades antes de que el señor Wildfren fuera engendrado por inseminación artificial. Lo que llevaba a tales conjeturas era el extraño carácter creativo de Herman, un carácter que al tiempo que podía proporcionar ideas nuevas y provechosas para la corporativa, provocaba temor y desconfianza entre los alienados y tradicionalistas miembros del sector. Había otro motivo y este era el terror inoculado por el gobierno a los trabajadores a cerca de las actividades de los grupos de resistencia durante el breve periodo en que estos permanecieron en activo.

A partir de la desarticulación de estos grupos la corporativa incrementó sus tácticas de control mental pero estas tácticas fueron paulatinamente desestimadas debido a que, a medida que aumentaba el control psíquico sobre los trabajadores, disminuía su productividad. Parecía ser que, si los trabajadores necesitaban ocuparse de las máquinas, precisaban un mínimo de capacidad para tomar decisiones. La música ingeniada por Herman no mermaba esta mínima libertad al tiempo que garantizaba cierto control, de ahí que la idea resultase finalmente aprobada a pesar de la extravagante reputación de su autor.

Si bien no era cierto que Herman formara parte de la resistencia, si lo era que a veces le asaltasen ideas que no podía compartir con sus camaradas. Con el tiempo había aprendido a controlar sus rarezas y a no mencionar todo cuanto le pudiera ocasionar problemas. Cuando alguno de estos pensamientos le asaltaba se sentía solo, distinto y aterrado. De nada serviría que él ahora pudiera pensar cosas parecidas a las que los grupos de resistencia pensaron aunque, a decir verdad, él poco o nada sabía acerca de ellos y de ninguna manera se sentía identificado. A lo largo de su vida había asimilado qué era lo correcto, lo justo y lo constructivo pero… ¿y si hubiera otras formas correctas, justas y constructivas? El hecho de que no encontrara a nadie con quien compartir aquellas preocupaciones ayudaba a enterrarlas en lo más profundo de su pensamiento. En el fono el señor Wildfren sólo quería colaborar con el sector y ser considerado como uno más.

2 de enero de 2011

*Una idea de Ju

Aquí debería de haber un título

Aquí se encuentra la publicación oficial generada por este diario virtual. Su título es Aquí debería de haber un título. Serán en total una colección de cien textos algo más interesantes que éste.

Feliz año 2011

Cada fin de año me parece una pequeña reproducción del fin del mundo. Algún día espero tener tiempo para contaros por qué. Quizás porque este pensamiento lo tengo muy arraigado, quizás por otro motivo; el caso es que el símil me resulta muy evidente y prefiero dejar el asunto pendiente antes de ponerme a desgranar la cuestión.

De cualquier modo, feliz y próspero año 2011 y no olviden que ahora empieza la navidad en el Más allá.

Homenajes a Juan Farias

Estas son algunas ilustraciones que podemos encontrar en la biblioteca Manuel Alvar, en un homenaje al escritor Juan Farias:

Xosé Cobos, del libro Ismael, que fue Marinero.

Jesús Gabán, del libro A la sombra del maestro.


De Irene Frá Gálvez, del libro El loco de la ría.

Aquí anoto dos citas del homenajeado escritor:

A veces pienso si no deberíamos sentarnos en la cuneta, tirar la toalla, meter toda nuestra experiencia en el baúl, tirar el baúl al río y dejar que los niños improvisen una sociedad nueva...

Por aquellos años, cuando aún no enderezaba la "o" ni con ayuda de una falsilla, empecé a escribir. Esto puede llevar a convertirse en un vicio, en una servidumbre que, paradójicamente, tiene un claro sabor de libertad. Ocurrió así.