22 de febrero de 2019

La heladería

Anoche, en sueños, visitaba una tienda de helados con mi madre, mi hermano y una prima que no existe. No recuerdo de qué manera, habíamos llegado hasta un pequeño pueblo, con calles estrechas, muy parecido a Cercedilla. Una cola de gente daba la vuelta a una esquina, esperaban entrar en la tienda. Nosotros hicimos cola también, hasta que llegó nuestro turno.

En la tienda, oscura, pequeña y distribuida en varios niveles, la mayoría de los helados estaban agotados y a través de una cristalera podían verse a los artesanos heladeros, elaborando pastas de helado de diferentes y llamativos colores. Los sabores que tenían eran bastante exóticos y dudaba que fueran a gustarme, pero había que decidirse por alguno.

En el mostrador se agolpaban cajas de cartón vacías. Nuestro dependiente, que parecía un carnicero, nos preparaba tarrinas y cucuruchos mientras nos preguntaba cosas bastante aleatorias, extendiendo innecesariamente una larga conversación.

Me desesperaba un poco pues, con aquella afluencia de gente aguardando su turno, estábamos obstaculizando el flujo de clientes. Recuerdo que, en medio de la conversación interminable con el carnicero, llamaba la atención de un asistente, para que nos sirviera de una vez los helados y fuera todo más deprisa, pero el asistente no tenía mucha experiencia de cómo funcionaba el negocio.

A la salida de la tienda, después de que acontecieran varios sucesos, algunos de los cuales detallaré, adiviné que la técnica de aquella tienda era entretener a los clientes, con el fin de mantener la cola y así crear un mayor efecto reclamo.

El helado, por lo demás, no me gustó nada, tenía un sabor bastante artificial.

En el transcurso de la compra de los helados, me besaba con mi prima inexistente. Era una chica rubia, joven y bastante atractiva. Aquello, por descontado, debía quedar en el más absoluto secreto. Posteriormente, a la vuelta del pueblo, la acompañaba hasta la parada de metro de su casa en Carabanchel y nos despedíamos. Me sentía contento e ilusionado por aquel romance incipiente mas, al cabo de dos días, consulté mi teléfono y vi que no habíamos intercambiado ningún mensaje.

En algún momento de toda esta historia, estaba con unos amigos sentado en el asiento de copiloto de un auto. Conmigo había una batería y mis amigos y yo tocábamos alguna canción. Dentro del coche hacía bastante calor, pero cuando abrí la puerta descubrí que, en la calle, la temperatura era bastante baja. Les dije a mis amigos que no pensasen que la temperatura del coche era la temperatura real, y les recomendé abrir las ventanillas para no asarnos allí dentro.

17 de febrero de 2019

El juicio de Osiris


Anoche soñé con esta escena. Dado que no encontré momento para sentarme a detallar el sueño, he olvidado gran parte de él, pero no la referencia. 

El papiro se corresponde al capítulo 125 del Libro de los Muertos en donde, mediante una balanza, se sopesa la salvación o condena de los difuntos. 

En un lado de la balanza se colocaba el corazón del difunto dentro de un jarro (Ib: la conciencia y moralidad), extraído mágicamente por Anubis y; en el otro lado de la balanza, se colocaba la pluma de Maat (la verdad y justicia universal). 

Ignoro cómo esta escena llegó hasta mi conocimiento y, conscientemente, la tenía por completo olvidada. En el sueño, una chica me comunicaba su deseo de escribir algún tipo de relato o novela, y es cuando yo le refería la escena de El juicio de Osiris, confundiendo a las deidades allí presentes con el ladrón de tumbas Amenpnufer, que no tiene mucho que ver.

La chica quedó impresionada con mi relato, lo cual le llevó a dudar sobre la pertinencia de su libro. Le animé a emprenderlo pues, tal y como aseguré, la historia de El juicio de Osiris era poco más que un refrito.


Repasando el pergamino, me ha hecho bastante gracia la figura de Ammyt, una especie de engendro o Frankenstein de diversos animales. Esta alimaña que parece reptar en los jeroglíficos está esperando su ocasión para devorar al muerto si la sentencia es desfavorable, provocando una segunda muerte definitiva (como la que debió padecer el pobre Amenpnufer).

Imagino que en su época el dibujo debería despertar bastante temor y respeto entre los contemporáneos. Si hay algo peor que la muerte, es morirte cuando estás muerto.