16 de noviembre de 2023

La autopista turquesa

En el sueño de anoche me encontraba en compañía de un antiguo alumno del colegio. Pretendíamos cruzar una autopista y mi amigo se quedaba rezagado. Miraba hacia el horizonte, para vigilar los vehículos, que circulaban a gran velocidad. Apremiaba a mi amigo para que cruzase. 
Le avisaba de que no podíamos permanecer tanto tiempo en la cuneta, debíamos cruzar la autopista y alcanzar una isleta donde podríamos resguardarnos a la sombra de algunos pinos, dado que el sol caía con fuerza. 

Una vez cruzamos la autopista, ya en la isleta, había que volver a cruzarla a otra altura. Había un accidente y los coches estaban parados. Grupos de estudiantes caminaban por el arcén, dirigiéndose posiblemente hacia unos autobuses que les transportarían. Pensé que aquel incidente nos beneficiaba, puesto que, más adelante del accidente, el tráfico estaría cortado y podríamos atravesar la autopista sin obstáculos.

Pronto la autopista se convirtió en un río. El río también podía ser una lengua de mar, pues sus aguas eran de tonos turquesas, muy similares a las de las costas de Baleares. Teníamos que alcanzar la otra orilla a nado y a causa del accidente en la autopista, tampoco habría lanchas que nos estorbarían mientras nadábamos. 
Me preparé para cruzar el río y tuve que guardar un paquete de tabaco con un mechero en una gorra, donde el agua no le alcanzaría. No le ocurriría lo mismo a un pañuelo de tela fina; dado que no cabía en la gorra, tendría que meterlo hecho un gurruño debajo de mi camiseta. Dudaba entre si colocarme la gorra con la visera hacia delante o hacia atrás, pues quería protegerme del sol pero también quería que hubiera el mayor espacio posible para guardar el tabaco y el mechero. 

Apremiaba nuevamente a mi amigo y descendía por una escalera al agua, sorteando turistas, para no salpicar el tabaco al zambullirme. Buceando hacia la otra orilla, sentí que una lancha pasaba por encima mío, cosa que no tendría que ocurrir pues se suponía que el tráfico estaba cortado a causa del accidente. 

15 de noviembre de 2023

Boletín filosófico de noticias Arrecife

El último trimestre de remesas de la cosa de los vídeos (julio - septiembre de 2023) ha batido récords gananciales, casi duplicando nuestra mejor marca obtenida el primer trimestre del 2022.

Sin duda una buena noticia. Amarga un poco el factor de que parte de esos ingresos (a veces más y otras menos) corresponde a errores del algoritmo, que introduce en mi bolsillo céntimos que les corresponderían a importantes fondos de inversores y discográficas multinacionales. Esta va por ti Kōji Kondō.

Tras doce años de orquesta, conseguí instalar mi primera tarjeta de sonido. La anterior era la que venía integrada en la placa base y la nueva, para perpetuar las tradiciones low-tech, cómo no, dista bastante de ser profesional.

Aún así, el salto de calidad es perceptible y con la nueva ganancia mi padre se ha quejado por primera vez en la historia del volumen de la música en el estudio 1.

Otro síntoma de que estoy empezando a hacer las cosas bien. Prosigue la oda al plástico.

Tras una jornada miserable en la que pude destrozar el ordenador a costa de la dichosa tarjeta, recibí una notificación del portal Bandcamp, avisándome de que un ciudadano del mundo había comprado un tema que subí a la plataforma hace nueve años.

Se trata del Spoon Rapael, corte que inexplicablemente logró venderse en Jamendo cuando en Jamendo vendía algo.

Demandaba por el Spoon Rapael cincuenta céntimos de dólar y me pagaron generosamente siete dólares, parte de los cuales (1,76 USD) se volatizaron en comisiones e iban a ingresarse en una cuenta de PayPal que tuve que reactivar, pues ya la cancelé en su día para evitar números rojos.

Quizá por no hacerlo a tiempo o quizá porque el comprador se lo pensó mejor, al final la transacción no se llevó a efectos.

Esta hubiera constituido la tercera venta en el portal, las otras dos se produjeron hará nueve años.

Supongo que también esto debe leerse como una buena noticia

 pero

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No puedo evitar soñar con alcanzar grandes premios por mi labor musical, dado que uno, en su fuero interno, valora que lo que graba es sumamente caro y, en adición, tiene como referencia el paradigma de las grandes estrellas de la industria, a muchas de las cuales, de otro lado, no les ha ido del todo bien.

Sin embargo, mucho tiempo aquí, en los oscuros subterfugios, me llevan a sospechar que solo estoy arañando las paredes inútilmente cuando creo distinguir tímidas luces provenientes del exterior, como aquellas de los párrafos anteriores.

De vez en cuando, a tientas, buscando la ascensión del pozo interminable, me topo con otros músicos zombis que, como la Orquesta Arrecife, intentan emerger palpando escalones, dejándose las uñas en los húmedos ladrillos. Llevamos años emergiendo y nos sumergimos. Acabamos llenos de fango y de lodo. Más oscuros que el propio pozo. Somos negros tocando blues.

Si algún día alguien levantara de golpe la tapa del pozo, es muy probable que los músicos zombis negros nos desintegremos al contacto con los rayos solares.


Os voy a relatar una batallita, que hoy estoy de humor:

Cuando dibujaba cómics sin parar, el poco tiempo que pasaba sin dibujar planteaba que el dibujo me ofrecería a cambio de mi esfuerzo una jugosa recompensa en términos de fama y reconocimiento. Dinero también, ¿por qué no? USD, ya me entienden. Todo desembocaba en la creencia de acabar convertido en alguien como Ibáñez o como Dalí.

Recuerdo que un amigo de mis padres estaba vinculado a una editorial, y mostró interés por mis obras. Tras la entrevista, en casa, repasé mis trabajos a conciencia y sospeché dolorosamente que nada de aquello era publicable. Hoy puedo confirmar que no, no lo era.

De modo que abordé con mucha presión y decepción un cómic nuevo y definitivo, último, tratando de esmerarme como nunca antes en cada viñeta. Pretendí lograr algo que me redimiera de años y años de ensayos infructuosos e inútiles. Huelga decir que el cómic no lo llegué a concluir, encarnando un fracaso estrepitoso, peor incluso que los que no me había tomado en serio. Sobreproducí, en otras palabras, un tipo de narrativa que siempre enfoqué mal y nunca atiné a encauzar.

En vez de lograr virtudes, ahondé en mis abultados defectos. Batacazo impresionante. También el hecho de proyectarlo hacia una audiencia de manera profesional, en este caso concreto, no me ayudó en lo más mínimo. Aquí se cumple la máxima de que el arte mercenario no está destinado a la excelencia, pero no pretendo que tomen esto último como juicio incontestable y válido para todos los ámbitos.

 

Ahora escucho mi música y me pregunto: ¿no estaré acaso repitiendo el triste episodio del cómic? ¿y si realmente mis grabaciones están mal planteadas y cuando alguien me ofrezca -si me ofrece- una oportunidad seria, apercibo que son un completo despropósito?

 

No profeso mucho agrado por las fechas, ni por el tiempo en general, pero hoy tengo más de 40 años.

No me gusta decir que tengo más de 40 años igual que no me gustaba que las entradas de este blog estuvieran fechadas. Concebía que fechar algo era sentenciarlo a muerte. Colocar una etiqueta con números inscritos en el pie de un cadáver.

Cuando tenía 10 años no me veía diciendo algún día que tengo más de 40 años. Tengo más de 40 años, es como si alguien pretendiera aleccionarte o darte un consejo, hacer valer su relativa experiencia... y solo aporta, en el mejor de los casos, un dato superfluo e insustancial. Bien, tienes más de 40 años, ¿qué pretendes?

En definitiva, trato de desviar la vista de las fechas y los años como si fuera un cuentakilómetros que está marcando excesos. O el depósito de gasolina que lo mismo ha entrado en reserva. Considero que estar pendiente de los niveles evitará el disfrute del viaje.

Pero claro, que no mire los indicadores no quiere decir que lo que marquen no sea real, ajustado o preciso.

 

Estuve en una vieja biblioteca de Plasencia sentado en unos sillones extraños. Escuché mi música con cascos, en silencio, mientras unos señores mayores leían libros. Los señores no podían escuchar mi música de la misma manera que yo no podía leer sus libros. La mayoría eran periódicos.

No creo que mucha gente vaya a leer libros o periódicos a la biblioteca de Plasencia por mero placer cuando esos señores mayores no estén entre nosotros. Los señores mayores que conocí cuando tenía 20 años ya no están aquí. Involuntariamente, espero encontrarlos cualquier día de estos, pero eso implicaría que volviera a tener 20 años y tengo más de 40. Mañana tendré más de más de 40. El tiempo avanza en una sola dirección. Aquellos señores mayores ya no existen y no parece probable que vayan a volver a existir. Yo tampoco existiré. Tú tampoco. Tus hijos menos.

 

Padezco vértigo al pensar en todo lo que ha desaparecido y, al mismo tiempo, me siento valioso y afortunado por conservar su recuerdo, por haber mirado a través de una ventana por la cual ya nadie puede mirar si no es gracias a la fría y lejana descripción del paisaje.

Si todo va bien, tendré 80 años o más algún día. Dentro de otros 40. Seré yo quien lea libros en asientos extraños y quizá haya alguien con 30 en la misma sala cuyos códigos generacionales tengan poco que ver con los míos. Compartiremos el espacio como ahora tú puedes compartir el espacio con una mosca.

 

A la vez que todo es valioso y preciadísimo, nada trasciende ahora ni posiblemente trascienda en ese futuro hipotético. De nada servirá que me dirija a un joven para informarle de que un día creé la Orquesta Arrecife. Me habré transformado en un señor mayor absurdo sentado en un sillón extraño, leyendo periódicos de Plasencia, apurando mis últimos tragos de arte mientras todo va esfumándose sin remedio. Nadie sospechará que todo esto existió, como existieron otras miles de cosas que ya no existen y no parece probable que vayan a volver a existir.

Porque el tiempo físico avanza inexorable y relativamente hacia una sola dirección y la vuelta atrás es solo un truco de prestidigitador.

 

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Pero un momento, aún queda una última noticia del boletín:

Hoy he visionado un corto con mi música. Permanece oculto y no puedo compartirlo. Lo siento. Quizás algún día sea público, quizá no.

El corto... no es un cómic para presentar en una editorial. Se trata de otra quimera defectuosa, imperfecta, pero realizada con verdadero esmero y pasión.

No trascenderá, por descontado, pero he tenido el honor de ser el pianista que ha acompañado ese pobre y modesto teatro. Y eso consuela.

Entristece, pero consuela.

Acompaño proyecciones fantasmales que nadie conoce de la misma manera que ustedes me han acompañado en otra velada aquí abajo, en el oscuro y frío subterfugio.

Tenemos mucha suerte, después de todo.