22 de febrero de 2011

El museo

Con el desarrollo de la sociedad surge la Institución. La Institución es el aparato que se encarga de regular la vida en sociedad a través de normas, leyes y códigos. Estas normas, por descontado, también han afectado y afectan a la producción artística, cuyo natural es distinto del de otro tipo de producciones. El artista, en sociedad, precisa el reconocimiento del resto de ciudadanos, necesita estar integrado en el entramado social y gracias al establecimiento de un valor monetario u otro valor de reconocimiento público en su obra, determina su posición en el mundo.
La figura del artista, en las culturas primitivas, estaba asociada a la del mago, al taumaturgo. Con el tiempo el artista se convirtió en un trabajador y, en la mayoría de los casos, en un obrero-artesano sin ningún tipo de creatividad ni de libertad. Con el ascenso de la burguesía como clase hegemónica, el artista adquiere la personalidad pública que hoy todos conocemos. Los valores de la burguesía rompen con el feudalismo, en especial el dinástico. El burgués es autónomo, creador y propietario, y basa su producción en los principios del capitalismo. El capitalismo significó, en este sentido, una revolución que fue también artística. Desde la antigüedad el arte no ha sido sino un reflejo de la cultura y ha estado al servicio de los valores de la clase hegemónica; faraones, monarquía, Iglesia….
De esta forma, los museos aparecen en el s. XVIII como instituciones claves de representación del poder burgués. El museo consuma la laicización del arte y reivindica la esfera de lo privado. El museo hace público el arte profano, crea un nuevo espacio de representación y lo historiza. Determina qué es lo moderno, lo contemporáneo y descarta lo que no merece tal categoría.
La obra que entra dentro de un museo se convierte en un bien público, desprovisto de valor de cambio. Se monumentaliza. La obra del arte sale del circuito del consumo y se inserta en una historiografía que le confiere una determinada forma de intemporalidad. El arte moderno es arte en tanto está en el mercado, es decir, se produce, se distribuye y se consume. El artista mismo se convierte en mercancía y su personalidad pasa a ser valorada.
Algunos estudiosos dicen que hoy vivimos en una etapa de producción postfordista. Esto quiere decir que el primitivo modelo fordista de producción (producción en línea, tareas repetitivas y especializadas…) ha cambiado gracias a factores como la globalización, el fin de la posguerra o el aumento de las privatizaciones. El postfordimo, en suma, cuenta para su desarrollo con nuevas tecnologías de información, un énfasis en los tipos de consumidor, el surgimiento de los servicios y trabajadores de cuello blanco (empleados, no obreros), la feminización de la fuerza del trabajo y la globalización de los mercados financieros. El marketing ya no vende sólo productos, sino también experiencias, formas de vida… ahora la producción genera bienes inmateriales, de carácter emotivo y cognitivo. Surge el ocio y, en torno a él, millones de estrategias de marketing para no detener la producción, enfocada a un consumo constante. Hace ya tiempo que el burgués dejó de ser el propietario de los museos; en su lugar, la industria del ocio dirige este tipo de instituciones.
Puedes visitar antimuseo para seguir el hilo de este y otros debates.

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