31 de diciembre de 2012
La última palabra
Me gustaría disponer de una palabra, un mantra, en fin, una construcción silábica que repitiéndola una y
otra vez me sanase y me reportara beneficio espiritual. Por alguna razón siento
que esa palabra debe ser parecida a un pronombre personal. Igual recitar la
lista de los pronombres personales puede desembocar en una experiencia mística.
Yo, tú, él…
Pero si esto resulta hasta cierto punto ridículo podemos
recurrir a grandes éxitos del ayer y hoy como, por ejemplo: Gate Gate Paragate Parasangate Bodhi Svaha, o Señor
ten piedad. Contar hasta diez algunos lo señalan como apropiado y hasta los
insultos también provocan hondas sensaciones.
La palabra podría ser también un balbuceo, un sonido, un
gesto...
Casi alcanzo a escribirla, a pronunciarla…
Pero no es necesario nombrar lo innombrable, basta con
confiar que está ahí.
Ese otro texto
Últimamente suele ocurrirme con cierta frecuencia. Pasa que
tengo abandonadas mis empresas literarias y en momentos puntuales del día me
suelen asaltar ideas fantásticas sobre ensayos. En el momento en el que me
pongo a escribir descubro que no recuerdo nada sobre mis pasadas y visionarias ocurrencias, de modo que entonces
acostumbro a escribir textos como el que está leyendo usted ahora mismo. Este
mismo texto que compongo escogiendo frases como esta.
Solución a mis diatribas podría ser una libreta. - Esto último
me lo he sugerido yo en ausencia de algún amigo al que le estuviera
describiendo la situación -. Un cuaderno, un borrador, un papel de emergencia… una
llave que me permita acceder a esos armarios que en su momento me parecieron
repletos de esencias. Pero lo más seguro es que cuando me sentase a escribir
descartaría las ideas anotadas pues por muy bien que las anotara siempre obtendría
la sensación de decir una cosa distinta a la que pensé o, aún peor, distinta de
la que pretendía decir.
27 de diciembre de 2012
29:35 - Orquesta Arrecife
La portada del álbum está inspirada en el Poeta de las pirámides y su título
corresponde a la duración. Se publicó el día de navidad (25 de diciembre de
2012) y le restan 25 segundos para cumplir con la media hora. El autor de El viaje de Antonio reveló, además, que
el 29 es para él un número mágico.
Tags: Piano, Teclados, Sintetizador, Instrumental,
Orquestal, Electrónica, Slowtempo, Lowtech, Ambient, Relaxing, Underground,
Classicalinfluenced, Bluesinfluenced.
Podéis escucharlo aquí.
(Gratis y sin publicidad)
24 de diciembre de 2012
Feliz navidad
Incluso quien considera que es feliz sufriendo persigue la
felicidad, la satisfacción… hablo del masoquista o del cristiano, de algunos
poetas… aunque sufran y hasta quieran sufrir, van en pos de la dicha. Es como
si todos quisiéramos ser felices y hasta quien desea morir, lo hace por evitar
sufrir.
Todos queremos ser felices y nadie infeliz, ahora bien, cada
uno tiene una idea distinta de la felicidad. Las empresas nos venden felicidad,
las religiones nos ofrecen felicidad, los políticos nos prometen felicidad… el
fútbol, la música, tumbarse en la hierba, tomarse un café, dar un beso… las
drogas, el juego… existen tantas ideas de la felicidad como personas en el
mundo. Y a pesar de esta imprecisión conceptual la felicidad parece encontrarse
siempre al final del videojuego, detrás de la última pantalla. Un camino con
tantas bifurcaciones que se convierte en laberinto, en otra conceptualización
platónica, en la pirámide de Maslow, en Dios, en Epicuro, en Coca-cola o en Gin-tonic.
Independientemente de lo que sea la felicidad muy pocos son
los que se reconocen felices durante el tiempo que les gustaría permanecer así.
Al menos en este primer mundo donde la felicidad se asocia generalmente a algo
pasajero, transitorio y poco místico. Ignoro si los indios de las tribus del
Amazonas son más o menos felices que nosotros aunque me incline a sospecharlos
más dichosos. Tampoco sé si existe un lugar donde la felicidad no sea como el
sabor de un chicle.
Aquí, en el primer mundo, parece que nos acordamos más de la
felicidad conforme se acerca la Navidad. De ahí quizás que las navidades acaben
convertidas en algo triste.
Pero no deben preocuparse porque no voy a ser yo quien les
amargue la cena. Eso, si tienen algo que cenar. Voy a despedirme y a desearles
unas felices Pascuas aunque cuando usted lea esto pueda ser en pleno mes de
agosto. Más que una feliz navidad lo que deseo, por extensión, es que sean
felices.
19 de diciembre de 2012
Oda a Tracer
Gente como Tracer (en la foto) o tantos otros anónimos
perdidos en el vasto internet, de forma altamente desinteresada y sencilla,
cumplen con una labor impagable. Gente como Tracer hace posible que los medios
de producción no sean propiedad exclusiva de unos pocos.
Parece que hay cierta controversia con el tema de la
piratería.
Lo último es que pagaremos el canon digital con nuestros
impuestos.
A partir de 2007 pagábamos más por un montón de dispositivos de almacenar o reproducir música dando por hecho que íbamos a realizar copias privadas. Todo, sin consultar a las autoridades ni a los consumidores sobre si esta medida era la idónea. En el 2011 se anuló la orden que regulaba el canon digital. El canon sería reemplazado por un nuevo pago a cargo del Estado. El Gobierno español, en plena época de recortes, trata de compensar a la industria de la música por la piratería y el saqueo indiscriminado.
Es lógico.
Los malos son los negritos del top-manta y los buenos los gestores y políticos con sobresueldo, jubilaciones millonarias, De Goes, cuentas en Suiza...
10 de diciembre de 2012
Extraño título tiene la entrada anterior
Pocos días antes del lanzamiento de 29:35 la Orquesta Arrecife se ha declarado en suspensión de pagos. Ya no hay café para nadie. Los productores dicen que hay que trabajar para salir de la crisis, los músicos abandonan la orquesta paralizando el lanzamiento del disco y los seguidores empiezan a interesarse por otros grupos.
9 de diciembre de 2012
“Por supuesto que recurro a sustancias psicoactivas para elaborar mis composiciones. La droga ayuda a desinhibirte y a estimular la percepción sensorial. El artista tiene mucho de chamán. La música tiene mucho de rito y en éstos las drogas tienen cabida”.
“Un artista ávido de fama o de dinero no se diferencia mucho de un oficinista que aspira algún día a conducir un deportivo como el de su jefe. Nos han enseñado a creer en el éxito y en base a los esfuerzos desinteresados de millones de jóvenes artistas se ha montado un auténtico Eurovegas”.
Y, sin duda, lo más polémico de todo:
“Prefiero la mermelada de fresa a la de melocotón”.
5 de diciembre de 2012
De cómo nuestro narrador descendió a los jardines
Y LOS DESENCUENTROS QUE ALLÍ TUVIERON LUGAR
Humedecí mi pluma en el tintero tras consultar con mi
frasquito de sales qué peluca debería lucir mañana a las importantes recepciones
que requerían de mi obligada presencia. Mi tocado predilecto estilo Luis XIV me
había sido sustraído desafortunadamente[1],
con lo cual el frasquito de sales contaba con más adeudo que mi pluma, algo
rezagada con respecto a mis exquisitas divagaciones a aquellas intempestivas
horas de la anochecida.
Al igual que el poeta de Dante, pronto cejé en mis vanos y
obstinados empeños literarios para internarme en una oscura selva que era mi
jardín. Me deleitaba extraviándome en su laberinto con la complicidad de la
oscuridad, de la espesura, del rumor de las fuentes y del gorjeo de las aves
nocturnas.
Al pronto intuí que algo allí había cambiado. Todo era común
pero a la vez distinto. La noche, sí, era oscura; el laberinto, simétrico; mis
pies calzaban unas botas algo deslucidas… pero algo era del todo inusual. Tan raro y extravagante como un elefante
montando en bicicleta y tan invisible como el mismo Hades. Para colmo, un pavo
real así me lo advirtió:
- Está raro el jardín esta noche ¿no lo cree Su Ilustrísima?
En efecto, algo raro había, ¿pero
qué diablos…? Por más que escrutaba los rincones del laberinto no hallaba el
motivo de mi tribulación.
- Quizás las estrellas…
Me sugirió el pavo y, por unos instantes, pensé que
encontraría la solución a aquel cruel enigma en alguna constelación. ¡Oh
despiadada incógnita, oh atroz arcano! Fue tal si las palabras pronunciadas por
el pavo real acentuasen más la sensación de extrañeza que me apresó al visitar
el jardín y que todavía no me había abandonado.
En mi acostumbrado paseo por los intestinos del laberinto, el
ave se prestó a hacerme compañía y a ofrecerme un poco de conversación. Acepté
gustoso.
Mientras sorteábamos encrucijadas y doblábamos los setos que
hacían de esquinas en aquel laberinto, el pavo real departió acerca del
terremoto de Lima, de la excavación de las ruinas de Pompeya, del Círculo de
Viena… Yo asentía tímidamente ante los razonamientos ofrecidos por el ave y a
veces me sorprendía de su mundanismo. Quizás en ocasiones se pavonease un poco
pero me pareció inevitable y poco pertinente reprobárselo.
- En fin… - Al pie de la escalinata que nos conducía de regreso
a mis aposentos, el pavo real recogió sus alas, lo que equivale a introducir
las manos en los bolsillos. Se disponía a dar aquel coloquio por zanjado - mañana
será otro día, ¿no lo cree Su Ilustrísima?
- Sí, imagino - respondí, aún confuso debido a mis
inexplicables y latentes impresiones.
- He encontrado a Su Ilustrísima sensiblemente taciturno y
ensombrecido esta noche ¿se encuentra bien?
- Sí, desde luego, agradezco su atención. Ocurre que algo
raro he advertido desde mi llegada al jardín, pero no he acertado con el
motivo.
- Algo raro hay, es claro, yo también lo he notado y así se
lo hice saber. Al principio pensé que mi conversación con Su Ilustrísima era lo
extemporáneo. No quiero ofenderle, entiéndame, ocurre que no acostumbro a conversar
y menos a hacerlo con animales que no tienen alas. Sin embargo nada anómalo ha acaecido.
Hemos intercambiado impresiones sobre el terremoto, las excavaciones…
- No se olvide tampoco del empirismo consecuente - señalé, e
insistí seguidamente - ¿Y no le resulta acaso extraño que los dos hallamos albergado
la misma extrañeza y que ninguno consiga dar con la causa, con el móvil, con la
explicación a este pálpito también en sí mismo desconcertante?
- Sí, desde luego, es raro todo - y el ave se tornó
meditabunda, rascándose el pico con una de sus patas, lo que equivale a
llevarse la mano a la barbilla en actitud reflexiva.
27 de noviembre de 2012
Sin título
– Pero
hombre, si es mi narrador preferido, ¿qué tal se encuentra hoy?
Perplejo,
la verdad, hasta hace bien poco no me había propuesto hacerme una pregunta para
responderme acto seguido.
– ¿Sigue
en busca de un título de verdad para su libro? ¿Debería haber un título pero no
lo hay o acaso Aquí debería haber un
título es de por sí un título? Imagino que cuando algo no tiene título, o
nombre o forma ninguna de llamarse surge la imperiosa necesidad de nombrarlo de
alguna manera con el fin de referirse a ello. Un libro, efectivamente, debería tener título. Incluso si nos
refiriéramos a algo mediante el silencio deberíamos de caracterizar este gesto
de forma particular para entendernos y no confundirlo con otros silencios que
se refirieran a otras cosas o acaso que no se refirieran a nada. Así, su libro
puede ser esto, eso o aquello; una obra, un montón de párrafos, una soberana
falta de sentido común… Su libro se podría haber titulado así: Sin título, a secas, pero eso sería al
fin como si a alguien le preguntáramos por su nombre y respondiera: me llamo Sin
nombre. En mi opinión, si hubiese querido que su libro no se titulara de forma
ninguna debería haber dejado en blanco la portada y los espacios donde el
título figura. Sería un libro sin título en vez de un libro cuyo título no hace
referencia a nada. Ni siquiera a la obra que usted ha escrito. Está presente,
en cierta forma, un título, pero se trata de un título, si me permite que le
hable con franqueza, ciertamente desafortunado.
Debo
reconocer que no sólo el título, también el libro es bastante desafortunado y
no creo que se trate de un libro de verdad
aunque pueda tener título, páginas y hasta prefacio. De hecho, muy pocas
personas al margen de mí mismo y, si acaso, de este personaje que en realidad
soy yo desdoblado, saben de su existencia. Lo cual tiene su punto frustrante y
su aliciente estético. Hemos de entenderlo como un mensaje en una botella
arrojada al mar. Pasa lo del título, lo de las páginas, lo del prefacio pero
que no lo lea nadie… un libro sin que nadie lo lea es como la representación de
un actor que interpreta un papel solo delante de un espejo. Pero esto último se
trata de una aproximación, la cuestión es ¿existe el yo sin el otro? Imposible.
Con lo cual todo esto no existe en realidad. Sólo mientras tú lo lees cobra
sentido.
24 de noviembre de 2012
Sin título II
- Qué sorpresa. Mi narrador preferido narrándome otra de sus
magníficas historias. ¿Cómo se titula? Ah, ya veo, ahí arriba… un momento, no
me alcanza la vista… ¿Sin rótulo, Sin…
Sin título? Oh, qué proeza. Estoy realmente entusiasmado, permítame
estrecharle la mano.
Cuando tendí la mano a este personaje desconfié un poco.
Esto es porque la experiencia me dicta que es conveniente recibir cualquier
halago con algo de desconfianza.
- Le noto extraño, no sé, como desconfiado ¿se encuentra
bien, tiene algún problema?
Perfectamente, gracias por su interés. Al margen que suelo
ser desconfiado cuando alguien me halaga -cosa que ya he escrito por segunda
vez- simplemente he detectado su interrogante… cómo decirlo… salpicado de ironía, en cursiva vamos,
de modo que no sabía muy bien si estrecharle la mano con verdadero afecto o
acaso con cortés indiferencia. Actuar de manera violenta no me parecía muy
civilizado y responderle también en clave de ironía, ridículo. Con lo que
resumiendo; sí, desconfiaba, me encuentro perfectamente pero tengo un problema:
usted.
- Está bien, si es así me marcho, tampoco quería estorbar en
éste su texto sin título.
Haga lo que quiera. En cuanto a mí, prefiero no entorpecer
la escritura de sus Grandes Obras. Imagino que tendrán título, páginas,
prefacio… le darán muchísimo dinero, le harán famoso, le concederán el Premio
Nobel y se recordarán hasta el ocaso de nuestra civilización.
- No sea cruel. De sobra sabe que todo eso no me preocupa.
¿Entonces? ¿A qué viene arremeter contra un frustrado
intento de hacer literatura? ¿Tiene gracia que no se me haya ocurrido ningún título?
¿No le parece más bien triste ironizar sobre la desgracia ajena?
- Lo siento de verdad, desconocía que se titulara así por
falta de imaginación o de talento. Lamento mi ironía y quería pedirle disculpas
estrechándole nuevamente la mano.
Parecía, esta vez, sincero aquel personaje, de modo que le
estreché la mano.
Por supuesto que volví a desconfiar. No es que sea
conveniente recibir cualquier saludo con algo de desconfianza. Es la costumbre.
21 de noviembre de 2012
El pianista
Cuando el protagonista de esta modesta historia era pequeño
soñaba con ser pianista. Cuando tuvo dinero para comprarse un piano no dispuso
de tiempo suficiente para aprender a tocarlo. Cuando tuvo el piano y tiempo de
aprender, padeció Alzheimer. Después de esto, abandonó el mundo tal y como
vino: con las manos vacías.
Hoy, es claro, nadie recuerda a este hombre como un gran
pianista. No es que no se le recuerde porque no llegara a ser un gran pianista
sino que, encerrado en esta historia que es su vida como personaje, se tiende a
recordar, en cualquier caso, su historia. Y esta historia que tildé de modesta,
amigos míos, será olvidada pese a que usted la recuerde apenas cierre el libro.
Pocas tribus del Amazonas, de otro lado, han tenido la
oportunidad de recordar a Dante. Y no creo que estén faltos de cultura. La
realidad de un indio del Amazonas se le presenta de forma tan nítida como a
nosotros la nuestra. En muchos casos ambas realidades tienen poco o nada que ver.
En otros casos las realidades son una y la misma.
Este hombre -protagonista de esta historia y eterno olvidado-
tuvo un sueño en el que era pianista igual que un indio de la tribu de los Uaiás
soñó alguna vez con escuchar la voz de Arasy, madre
del cielo. Y toda vez que soñaba, de tanto que debió soñar, se convertía
a cada rato en un pianista distinto. Un pianista, al cabo y seguro que en alguna
ocasión el mejor que nunca se haya recordado y se recordará jamás. Hasta en lo
más profundo y oscuro del Amazonas debió ser conocido. Él, en cierta manera, interpretó
todas las piezas del mundo. Solo o acompañado de los mejores músicos. En el Royal Albert Hall o en el salón de su
casa. Eso, sin saber nada sobre música, sin necesidad de una sola hora de
ensayo… en el sueño de nuestro protagonista él era capaz de ejecutar la música
más bella.
Tuvo un piano y también Alzheimer. Jamás supo tocar el
piano. Olvidó todo lo que aprendió. Marchó igual que vino.
Pero tuvo un sueño. No es que los sueños no suelan hacerse realidad; los sueños siempre son parte de la realidad.
17 de noviembre de 2012
Montaje
Ante la realidad plena y desbordante debemos seleccionar sólo
unas pocas cosas para entendernos y entender la realidad. Nuestro cerebro se ve
obligado a realizar constantemente un montaje. Nada es real sino que está
falsificado por nuestra individual percepción de las cosas. Somos espectadores
de la película de nuestra vida en la que aparecen otros. La única película que
veremos. Una película cuyo desenlace no conocemos y cuyo comienzo recordamos
borroso.
No se me ocurre nada más que añadir, o sí, pero no es
necesario. El silencio debe convivir con la música, la muerte con la vida.
Paz
Mensajes en botellas
Ni usted ni yo sabemos nada de ese mensaje encerrado en una
botella y arrojada al mar. Suponemos que hay mensajes en botellas arrojadas al
mar pero encontrarlos puede resultar una tarea hercúlea. Y, en suma, lo mejor
de los mensajes de estas características es que aparezcan por casualidad.
¿Qué puede encerrar un mensaje en una botella arrojada al
mar? Desde algo escrito por Robinson Crusoe, por un indígena, por un poeta o
por un loco. También puede haberlo escrito un hombre inglés, chino, ruso… quizá
lo que escribió sólo era algo que no dijo él sino alguien hace mucho tiempo.
Quizá no tenga ningún sentido. También puede ser que debido a las inclemencias
medioambientales el mensaje resulte ilegible.
Que es lo más probable que suceda contra más tiempo pase ese
mensaje a merced de las olas.
12 de noviembre de 2012
La playa
Hoy he recibido el primer y de momento único ejemplar de La playa. Me ha costado 12,35 euros y debo ajustar algunas cosas todavía.
Desde que se escribió la primera palabra de esta obra hasta su encuadernación en un taller de Holanda han pasado doce años. Ahora es tangible y un poco más real.
Para quien quiera leerlo de forma completamente gratis aquí puede hacerlo.
25 de octubre de 2012
El otro yo
La palabra es la inerte vasija que contiene la sangre del
lector.
Las palabras de un novelista son como marionetas fabricadas
por un lunático. El novelista juega con sus personajes, construye su pequeño
teatro... y como él también es lector pues concede vida -derramando su sangre- a unos cuantos signos
capaces de conmovernos en ocasiones -raras o no, eso ya es cosa de cada cual y
de lo que lea-.
Pienso en las marionetas. Todos lo somos un poco.
Pienso en el fenomenal tinglado político-económico-social en
el que estamos metidos.
También pienso en una verdad repetida cientos de veces,
dicha por diferentes personas... al final acabará convertida en una soberana
mentira.
Luego leo que una mentira repetida cientos de veces acaba convertida en verdad.
Luego leo que una mentira repetida cientos de veces acaba convertida en verdad.
Julio César ahora hace propaganda para una compañía de seguros
(publicidad).
Pienso asimismo en los carros de la compra rebosantes de
fajos de billetes de quinientos euros incautados a las mafias asiáticas hace
unos días en la Operación emperador.
En los jueces, policías, médicos y profesores, en los guardianes de la
Democracia y en los simpatizantes de órdenes o desórdenes de lo más pintoresco
y variopinto que quepa concebir. En las personas con las que trato, más o
menos, en Dante y las pirámides. Pienso en la tribu india del Amazonas que
todavía no sabe que existe esta realidad despiadada y expansiva, generadora de
basura de todos los tipos y de todos los colores.
También pienso en ti y entonces ya todo empieza a
tener algún sentido.
13 de octubre de 2012
Hacía tiempo que no aportaba nada a esta olvidada y poco visitada sección. Dado que en un principio tuve a bien no titular las entradas, éstas pasan absolutamente desapercibidas al no figurar en los motores de búsqueda.
Pueden ser como un tesoro enterrado al que puedes acceder pulsando sobre la etiqueta "palabras". Gratis y sin publicidad añadida.
En esta ocasión el photoshop fue innecesario de todo punto y la revelación, absoluta.
Como de costumbre, la realidad supera a la ficción.
Como de costumbre, la realidad supera a la ficción.
Mentira, vergüenza
Cierto es que las paredes se quejan, que la calle siempre es escenario de protesta pero creo que la indignación es cada vez mayor.
9 de octubre de 2012
Antical con cal
Y OTRA DE ARENA
“Pasa Belinda, hija,
mira cómo tengo la mampara, llena de cal”
He escuchado esto tantas veces que sólo puedo pensar en
mamparas y en el maravilloso poder antical del limpiador de turno.
De inmediato me he resuelto a escribir algo a modo de
revulsivo contra esta sangrienta y despiadada invasión publicitaria.
De modo que aquí me tienen, una vez más.
Ah, V. perdone. Lamento haber interrumpido sus meditaciones.
8 de octubre de 2012
Control
Nuestro mundo civilizado es posible gracias a nuevas formas de colonialismo[1]. Dicho en otras palabras: podemos
comprar álbumes de música en una tienda virtual y escucharlos en nuestro iPod mientras otras personas sólo
aspiran a tener algo que comer esta misma noche. El mañana es algo todavía más
incierto e inseguro. Puede que estas personas vivan en un mundo subdesarrollado
pero la pobreza se extiende también a nuestro propio mundo. A lo largo de
nuestra vida –¿nuestra?– nos vemos obligados a comerciar con nuestro tiempo
–que es vida– si queremos comprar algún día canciones en una tienda virtual en
vez de estar preocupados por qué cenar.
No sólo las desigualdades son terribles; la marea nos
arrastra a todos independientemente de hacia dónde nademos. Esta marea a la que
me refiero no son sino acontecimientos que no son generados por nosotros.
Alguien nos incluye en ellos.
El mundo pertenece a los poderosos. Son ellos quienes
generan los acontecimientos. Los estandartes de sus fortunas se alzan sobre una
montaña de cadáveres y los ondean un montón de sicarios. Representan una
minoría no obstante poseen las armas, el dinero o la información. Algunos son sobradamente
conocidos y famosos mientras que otros son tan desconocidos como tú y como yo.
Pero entre ellos y nosotros media una trinchera y un muro de hormigón forrado
con alambres de espino. Son como dioses en la tierra y nosotros tenemos que
cargar con las pesadas piedras que servirán para construir su monumental
pirámide. Con un poco de suerte tendremos una tumba en los alrededores del panteón
con preciosas vistas al mar.
Ellos determinan lo legal a través del gobierno, la verdad a
través de los medios informativos, la redención a través de su Iglesia… ellos
tejen la realidad en la que vives aunque puedas ser consciente de que instituye
una ficción injustificada e injusta.
[1]
Hace tiempo de esto ya; cuando Europa perdió su poder hegemónico en la Segunda
Guerra Mundial, el viejo imperialismo europeo se sustituyó por el programa de
desarrollo estadounidense basado en los
conceptos de un trato justo y democrático. Fue una campaña política del
presidente Truman. Sin embargo, aunque no faltaron buenas palabras, en realidad
el viejo modelo de colonización acabaría, al fin, reformulado. El mismo perro pero con distinto
collar.
29 de septiembre de 2012
26 de septiembre de 2012
Políticos en el balcón
Por lo general me inclino a pensar contrariado que el mundo
es demasiado grande. Prácticamente inabarcable. Aspirar a cambiarlo con actos
-violentos o no- o con palabras -violentas o no- puede representar una empresa
quimérica. Tiene mucho de bella y de imposible; también puede llegar a ser
violenta y antitética. Acudo en busca de consuelo de tanto en tanto a la
actualidad informativa mediatizada mientras sueño con vivir otras vidas que no
son la mía.
Hoy los políticos se han asomado al balcón y este acto que
cualquiera puede hacer todos los días se ha convertido en la gran noticia de un
otoño más lluvioso que el pasado. Porque estamos en otoño, en otoño suele
llover y en otoño también se necesitan noticias. Es de esperar que esta nueva
noticia se sustituya por otra con el paso del tiempo. Las hojas de los
periódicos son, a este respecto, como las hojas del otoño.
Pese a que uno pueda asomarse al balcón todos los días -si
dispone, claro, de balcón por el que asomarse- asomarse a un balcón, para un
diputado, es realmente excepcional. Es incluso épico si el diputado acude
rodeado de cámaras de televisión y periodistas a sueldo que nos novelan la
realidad. Por motivos de seguridad conviene no descorrer los visillos blindados
del Congreso pero hoy se ha hecho una excepción con motivo del 25 S. Si hubiera
pintores de la Corte como los de antes -porque ahora también hay pintores de la
Corte y no me refiero precisamente a los periodistas- retratarían al político
de turno en una alegoría barroca y delicada. El mandatario con la tez
blanquecina, los pómulos sonrosados y una peluca llena de bucles, en un trance
de abandonar sus importantes pliegos (la pluma todavía húmeda, la mirada de la
lechuza disecada) para dirigirse a un balcón por el que entra un halo de luz
divina.
Estamos en otoño, veinticinco de septiembre. En otoño suele
llover, de hecho, ha llovido, pero yo, en vez de la lluvia, sólo escuchaba las
palabras de mi propio hemiciclo, éste mismo que ahora les entretiene. Me he
dado cuenta de que llovía al hacer una pausa para fumar un cigarrillo
interrumpiendo mi burocrática labor literaria. Por eso he pensado que el golpe
de una piedra no se escucha en el interior de un tanque blindado y por eso
mismo no creo mucho en las palabras. Ni siquiera en las mías. El mundo es
demasiado grande, inabarcable, y pertenece a los que tienen las armas. Respecto
a las palabras, son sólo embalajes.
24 de septiembre de 2012
Lucy
Se llamó así a la
estrella BPM 37093, un diamante que pesa 10.000 quintillones de quilates. Se encuentra
en la constelación de Centauro. El astro se llamó también Estrella de África.
La Estrella de África es el diamante -tallado- más grande sobre la Tierra. Pesa
530 quilates y está en un cetro real británico.
En fin, qué les voy
a contar.
Los Beatles también
eran británicos y su fama y fortuna llegó a alcanzar cifras astronómicas. El
título de una de sus canciones era Lucy
in the sky with diamonds, de ahí lo de Lucy cuando se etiquetó
científicamente a la fuente de una luz que viaja por el espacio y llega a
nuestro planeta 54 años después de ser emitida.
Lucy, a simple
vista, también parece el nombre de una joven norteamericana. Estaba en el cielo
acompañada de diamantes, al menos, mientras los de Liverpool dirigían su business y se convertían en estrellas. Más
tarde se especularía sobre si el estribillo de aquella canción era o no las
siglas del LSD… De cualquier manera al final el LSD pasó a llamarse también
Lucy.
Muchos, optimistas y
quizá enamorados de los 80, piensan que el corazón del hombre es un diamante
más grande y más valioso que Lucy. Por el contrario los desesperanzados piensan
que fortunas como ésa sólo se encuentran a 54 años luz, esto es, que en la
Tierra sólo hay miserias de todos los colores. Otros, los consumidores de LSD,
asisten entusiasmados a imaginarse cómo resonará una cosa que está más caliente
que el Sol y que es veinte mil veces más densa que el Platino[1].
A lo mejor parecido a aquella canción de los Beatles.
Y no sé quién
pensará de forma correcta o equivocada. Ni siquiera sé si pensar de forma
correcta es mejor o peor que pensar de forma equivocada. No sé tampoco si Lucy in the sky with diamonds es una
buena canción aunque sea ampliamente difundida y aceptada. Todo son apreciaciones de una realidad más o menos
alterada. No sé absolutamente nada y cuanto sé, a la vista está, me lo invento.
También hay una parte de lo aprendido y, finalmente, sólo quedará el olvido, el
vacío o la oscuridad.
Y Lucy brillando en
el cielo.
[1]
Porque es verdad que la estrella despide vibraciones sonoras a un ritmo
constante como si fuera un gong o una campana gigante.
20 de septiembre de 2012
Al revés
Hace algunos días descendí al sótano donde guardo mis
dibujos. En un archivador con anillas amarillean con el paso del tiempo. En la
edad que solía dibujar la muerte era una de mis grandes preocupaciones -si no
la gran preocupación- y me consolaba pensando que mi obra de algún modo me
concedería la vida eterna al lado de Dante y tantos otros. Preocupado, como
digo, pregunté a mi profesor de plástica cuánto tardaría el grafito o el papel
de aquellos dibujos míos en desintegrarse sin necesidad de ser restaurado. El
pobre hombre hizo sus números y supongo que silabearía que trescientos años o
una cifra así, cosa que debió aterrorizarme por completo. No es que despreciase
una vida tan larga pero aquello, comparado con la inmortalidad artística, se me
antojaba como una menudencia.
Mi obsesión por la posteridad me visitaba con frecuencia,
acompañada de temores análogos y esperanzas frustradas. Comencé por preservar
mis dibujos de la luz del sol, después los encerré en una caja fuerte que valía
más dinero que lo que me podrían dar por mis obras, pensé en envasar mis
dibujos al vacío para salvaguardarlos de la oxidación… mi esfuerzo, al dibujar,
no era poco y lo maravilloso que me parecía el acto era bastante; de modo que aguardaba
la recompensa, construía la pirámide, creía en la salvación eterna…
Mientras todo esto acudía a mi mente y pasaba de unos
dibujos a otros noté que uno de ellos estaba al revés. No había sido una
equivocación archivarlo así, al punto recordé que tal había sido mi última
voluntad antes de sellar por última vez mi particular caja del tiempo. La obra en cuestión se trataba de una abstracción pseudocubista de unas escaleras donde en
las zonas inferiores dispuse formas más sólidas y de aspecto tridimensional y
en las zonas superiores asuntos más enrevesados y garabateados. El dibujo
representaba algo así como una escalera firmemente asentada en el suelo que a
medida que ascendiera fuera desintegrándose.
Por alguna razón, al archivarlo, lo di la vuelta, de modo
que las formas más libres quedaron abajo y las más contundentes arriba.
En esta última visita mía al sarcófago reconocí que, si
alguien contemplaba la obra algún día, mejor sería que la encontraran en pie y
no haciendo el pino. Pero ésta no era una razón fundamental por la que me decidiera
darla la vuelta dejándola en su posición original, antes de cerrar el archivador
para dedicarme a otros asuntos sin relación con éste. La razón fundamental de
no dejarla al revés radicaba en que lo sólido tenía que estar manteniendo lo
vaporoso. No se extrañen, es una cosa natural: en un paisaje el cielo no es de
roca ni el suelo es de gas. No pretendía con ello que esta regla hubiera
de cumplirse siempre pues no es una idea del todo mala que lo vaporoso, en cierta
manera, sostenga lo sólido. Puede haber paisajes muy bellos y si cabe menos
comunes absolutamente líquidos o gaseosos. Más abstractos, extraterrestres y
quizá por ello más propensos a suscitar deseos exploradores lejos de los
magníficos paisajes clásicos.
Sin embargo, para esta obra en concreto, me decanté
finalmente por la visión paisajística tradicional. Dar la vuelta al dibujo una
vez terminado puede resultar interesante pero también puede parecer un
prescindible efecto de postproducción. Cuando uno utiliza espejos y recurre a
planteamientos estéticos vanguardistas corre el riesgo de perderse en las
arenas movedizas de la poesía pura. Así
que ahora lo de abajo está abajo y lo de arriba, arriba. Puede que si visito el
sarcófago de nuevo me parezca pertinente volver a darle la vuelta.
Apagué la luz no demasiado convencido de si algún día tendré
ocasión de discutir esto con Dante.
17 de septiembre de 2012
Tapacubos
En ocasiones he andado o circulado por una carretera y he
observado que algún vehículo pierde alguno de sus tapacubos. Dado que las ruedas
de los vehículos giran con fuerza y velocidad los tapacubos salen despedidos y
llegan a rodar grandes distancias descontrolados hasta que se detienen colisionando
con algo y abandonando todo movimiento como si fueran monedas que han escapado
de nuestro monedero. Los tapacubos son de plástico, pesan poco y son hasta
cierto punto bastante inofensivos. Ignoro si cumplen alguna función además de
la puramente estética.
Ninguno de los conductores que he visto se ha dado cuenta de
que ha perdido el tapacubos mientras conducía.
Si algún día ustedes tienen ocasión de presenciar esta
escena advertirán que puede guardar cierto parecido con otra escena de alguna
película en blanco y negro de Charlie Chaplin. A cámara rápida y de escaso
metraje, cómica y, a su vez, algo triste.
El recreo
Cuando eres niño y vas
a clase dispones de tiempo libre, un tiempo en el que debes permanecer dentro
del patio. En la edad adulta la vida es una cárcel y también dispones de tiempo
libre que has de disfrutar en la cárcel. Abandonar la cárcel no sé si ofrece
algún consuelo pues cuando abandones la cárcel abandonarás también la vida.
Cuando uno escribe
también tiene sus recreos y suele darse una regla de perfecta proporción: a
mayor disfrute del creador, menos digerible resulta su obra para el público. Por
lo común el escritor se abandona a sus vicios en pos de formulaciones
definitivas y perfectas, tal si fuera el autor de ese poema ideal del que habló
Rafael Cansinos Asséns. Un poema que deberíamos escribir durante toda una vida,
aquel cuya contemplación debería extasiarnos por siempre. Armonía perfecta.
La poesía tiende a
convertirse entonces en poesía pura y
esta poesía, al final, no la lee ni la recuerda ni la tía de su autor. Porque
es -como podría considerar Witold Gombrowicz- un plato rebosante de azúcar y no
un pequeño azucarillo en el café. En definitiva, una lectura que puedes
admirar incluso sin haberla emprendido.
Cuando el arte se convierte en trabajo entonces el escritor se
ve obligado a prestar servicio. Disponer de horarios, rutinas, ser cortés…
atenerse –esencialmente– a ciertas convenciones sociales dependiendo del tipo
de trabajo en el que, además de escribir, debe trabajar. Si por contra el
escritor escapa de la cárcel, se limita a redactar mensajes en botellas
arrojadas a un mar inmenso y lleno de plástico. En otras palabras: está tan
muerto como Dante.
Esto, cuando estar muerto mientras se vive puede resultar
hasta cierto punto agradable y enteramente satisfactorio. Lo menos, si eres tú
quien escribes tendrás la garantía de que te lo has pasado bien a costa del
sufrimiento de tus indefensos lectores.
SUFRID MALDITOS
Si tienes lectores, claro, porque por lo común uno se
encuentra hablando solo. O haciendo poesía
pura o arte para artistas… uno se halla drogándose en cierta forma; sus
sentidos se agudizan y descubre cosas insospechadas. Está bailando en un ritual
tribal alrededor de una hoguera, está soñando con mundos y vidas maravillosas e
imposibles extramuros…
Y quizás luego despierte leyendo a alguien como aquel último
autor que citamos -Gombrowicz- y
llegue incluso a imaginárselo intentando hacer poesía en un idioma en el que
conocía muy pocas palabras. Normal que entonces uno se digne a escribir lo
elemental y estrictamente necesario. Es respetable y perfectamente
comprensible.
Un chino puede tratar de leer este mismo texto y usted,
querido lector, dado el caso, puede ser ese mismo chino del que le hablo.
Cuando se arrojan textos al mar pueden acabar en manos de chinos o de gente
que, por la razón que sea, no entiende tu idioma e incluso sólo conoce un
alfabeto distinto al que tú recurres sin más alternativa.
El mar es inmenso y sus corrientes, caprichosas pero ése no
es motivo suficiente para que dejen de escribirse mensajes en botellas
arrojadas al mar.
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