Incluso quien considera que es feliz sufriendo persigue la
felicidad, la satisfacción… hablo del masoquista o del cristiano, de algunos
poetas… aunque sufran y hasta quieran sufrir, van en pos de la dicha. Es como
si todos quisiéramos ser felices y hasta quien desea morir, lo hace por evitar
sufrir.
Todos queremos ser felices y nadie infeliz, ahora bien, cada
uno tiene una idea distinta de la felicidad. Las empresas nos venden felicidad,
las religiones nos ofrecen felicidad, los políticos nos prometen felicidad… el
fútbol, la música, tumbarse en la hierba, tomarse un café, dar un beso… las
drogas, el juego… existen tantas ideas de la felicidad como personas en el
mundo. Y a pesar de esta imprecisión conceptual la felicidad parece encontrarse
siempre al final del videojuego, detrás de la última pantalla. Un camino con
tantas bifurcaciones que se convierte en laberinto, en otra conceptualización
platónica, en la pirámide de Maslow, en Dios, en Epicuro, en Coca-cola o en Gin-tonic.
Independientemente de lo que sea la felicidad muy pocos son
los que se reconocen felices durante el tiempo que les gustaría permanecer así.
Al menos en este primer mundo donde la felicidad se asocia generalmente a algo
pasajero, transitorio y poco místico. Ignoro si los indios de las tribus del
Amazonas son más o menos felices que nosotros aunque me incline a sospecharlos
más dichosos. Tampoco sé si existe un lugar donde la felicidad no sea como el
sabor de un chicle.
Aquí, en el primer mundo, parece que nos acordamos más de la
felicidad conforme se acerca la Navidad. De ahí quizás que las navidades acaben
convertidas en algo triste.
Pero no deben preocuparse porque no voy a ser yo quien les
amargue la cena. Eso, si tienen algo que cenar. Voy a despedirme y a desearles
unas felices Pascuas aunque cuando usted lea esto pueda ser en pleno mes de
agosto. Más que una feliz navidad lo que deseo, por extensión, es que sean
felices.
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