La palabra es la inerte vasija que contiene la sangre del
lector.
Las palabras de un novelista son como marionetas fabricadas
por un lunático. El novelista juega con sus personajes, construye su pequeño
teatro... y como él también es lector pues concede vida -derramando su sangre- a unos cuantos signos
capaces de conmovernos en ocasiones -raras o no, eso ya es cosa de cada cual y
de lo que lea-.
Pienso en las marionetas. Todos lo somos un poco.
Pienso en el fenomenal tinglado político-económico-social en
el que estamos metidos.
También pienso en una verdad repetida cientos de veces,
dicha por diferentes personas... al final acabará convertida en una soberana
mentira.
Luego leo que una mentira repetida cientos de veces acaba convertida en verdad.
Luego leo que una mentira repetida cientos de veces acaba convertida en verdad.
Julio César ahora hace propaganda para una compañía de seguros
(publicidad).
Pienso asimismo en los carros de la compra rebosantes de
fajos de billetes de quinientos euros incautados a las mafias asiáticas hace
unos días en la Operación emperador.
En los jueces, policías, médicos y profesores, en los guardianes de la
Democracia y en los simpatizantes de órdenes o desórdenes de lo más pintoresco
y variopinto que quepa concebir. En las personas con las que trato, más o
menos, en Dante y las pirámides. Pienso en la tribu india del Amazonas que
todavía no sabe que existe esta realidad despiadada y expansiva, generadora de
basura de todos los tipos y de todos los colores.
También pienso en ti y entonces ya todo empieza a
tener algún sentido.
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