Cuando eres niño y vas
a clase dispones de tiempo libre, un tiempo en el que debes permanecer dentro
del patio. En la edad adulta la vida es una cárcel y también dispones de tiempo
libre que has de disfrutar en la cárcel. Abandonar la cárcel no sé si ofrece
algún consuelo pues cuando abandones la cárcel abandonarás también la vida.
Cuando uno escribe
también tiene sus recreos y suele darse una regla de perfecta proporción: a
mayor disfrute del creador, menos digerible resulta su obra para el público. Por
lo común el escritor se abandona a sus vicios en pos de formulaciones
definitivas y perfectas, tal si fuera el autor de ese poema ideal del que habló
Rafael Cansinos Asséns. Un poema que deberíamos escribir durante toda una vida,
aquel cuya contemplación debería extasiarnos por siempre. Armonía perfecta.
La poesía tiende a
convertirse entonces en poesía pura y
esta poesía, al final, no la lee ni la recuerda ni la tía de su autor. Porque
es -como podría considerar Witold Gombrowicz- un plato rebosante de azúcar y no
un pequeño azucarillo en el café. En definitiva, una lectura que puedes
admirar incluso sin haberla emprendido.
Cuando el arte se convierte en trabajo entonces el escritor se
ve obligado a prestar servicio. Disponer de horarios, rutinas, ser cortés…
atenerse –esencialmente– a ciertas convenciones sociales dependiendo del tipo
de trabajo en el que, además de escribir, debe trabajar. Si por contra el
escritor escapa de la cárcel, se limita a redactar mensajes en botellas
arrojadas a un mar inmenso y lleno de plástico. En otras palabras: está tan
muerto como Dante.
Esto, cuando estar muerto mientras se vive puede resultar
hasta cierto punto agradable y enteramente satisfactorio. Lo menos, si eres tú
quien escribes tendrás la garantía de que te lo has pasado bien a costa del
sufrimiento de tus indefensos lectores.
SUFRID MALDITOS
Si tienes lectores, claro, porque por lo común uno se
encuentra hablando solo. O haciendo poesía
pura o arte para artistas… uno se halla drogándose en cierta forma; sus
sentidos se agudizan y descubre cosas insospechadas. Está bailando en un ritual
tribal alrededor de una hoguera, está soñando con mundos y vidas maravillosas e
imposibles extramuros…
Y quizás luego despierte leyendo a alguien como aquel último
autor que citamos -Gombrowicz- y
llegue incluso a imaginárselo intentando hacer poesía en un idioma en el que
conocía muy pocas palabras. Normal que entonces uno se digne a escribir lo
elemental y estrictamente necesario. Es respetable y perfectamente
comprensible.
Un chino puede tratar de leer este mismo texto y usted,
querido lector, dado el caso, puede ser ese mismo chino del que le hablo.
Cuando se arrojan textos al mar pueden acabar en manos de chinos o de gente
que, por la razón que sea, no entiende tu idioma e incluso sólo conoce un
alfabeto distinto al que tú recurres sin más alternativa.
El mar es inmenso y sus corrientes, caprichosas pero ése no
es motivo suficiente para que dejen de escribirse mensajes en botellas
arrojadas al mar.
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