Por lo general me inclino a pensar contrariado que el mundo
es demasiado grande. Prácticamente inabarcable. Aspirar a cambiarlo con actos
-violentos o no- o con palabras -violentas o no- puede representar una empresa
quimérica. Tiene mucho de bella y de imposible; también puede llegar a ser
violenta y antitética. Acudo en busca de consuelo de tanto en tanto a la
actualidad informativa mediatizada mientras sueño con vivir otras vidas que no
son la mía.
Hoy los políticos se han asomado al balcón y este acto que
cualquiera puede hacer todos los días se ha convertido en la gran noticia de un
otoño más lluvioso que el pasado. Porque estamos en otoño, en otoño suele
llover y en otoño también se necesitan noticias. Es de esperar que esta nueva
noticia se sustituya por otra con el paso del tiempo. Las hojas de los
periódicos son, a este respecto, como las hojas del otoño.
Pese a que uno pueda asomarse al balcón todos los días -si
dispone, claro, de balcón por el que asomarse- asomarse a un balcón, para un
diputado, es realmente excepcional. Es incluso épico si el diputado acude
rodeado de cámaras de televisión y periodistas a sueldo que nos novelan la
realidad. Por motivos de seguridad conviene no descorrer los visillos blindados
del Congreso pero hoy se ha hecho una excepción con motivo del 25 S. Si hubiera
pintores de la Corte como los de antes -porque ahora también hay pintores de la
Corte y no me refiero precisamente a los periodistas- retratarían al político
de turno en una alegoría barroca y delicada. El mandatario con la tez
blanquecina, los pómulos sonrosados y una peluca llena de bucles, en un trance
de abandonar sus importantes pliegos (la pluma todavía húmeda, la mirada de la
lechuza disecada) para dirigirse a un balcón por el que entra un halo de luz
divina.
Estamos en otoño, veinticinco de septiembre. En otoño suele
llover, de hecho, ha llovido, pero yo, en vez de la lluvia, sólo escuchaba las
palabras de mi propio hemiciclo, éste mismo que ahora les entretiene. Me he
dado cuenta de que llovía al hacer una pausa para fumar un cigarrillo
interrumpiendo mi burocrática labor literaria. Por eso he pensado que el golpe
de una piedra no se escucha en el interior de un tanque blindado y por eso
mismo no creo mucho en las palabras. Ni siquiera en las mías. El mundo es
demasiado grande, inabarcable, y pertenece a los que tienen las armas. Respecto
a las palabras, son sólo embalajes.
2 comentarios:
Muy bueno Fernando. Estás en la cresta de la ola.
Muchas gracias Luismi. Si ahora estoy en la cresta de la ola o en la cúspide del triángulo pronto vendrá la resaca espumosa o el descenso a la base.
De cualquier forma, es un placer recibir un comentario de vez en cuando. Me paso por tu blog, que veo que has actualizado.
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