Nos encontramos en el sector G-53, una suerte de ciudad dormitorio futurista construida sobre las aguas del océano Pacífico. La sobrepoblación de los continentes, anegados por montañas de basura y escombros, ha promovido la construcción de estos sectores, semejantes a gigantescas refinerías de petróleo. Sus habitantes trabajan de diez a catorce horas diarias aislados del cielo plomizo y radiactivo en solitarias y reducidas cabinas, con la ayuda de poderosas y sofisticadas máquinas en el procesado de plancton y el cultivo de algas comestibles, cuya descomposición sirve para generar la energía que alimenta el sector. Las algas, por descontado, no se ingieren directamente sino que de ellas se extraen químicamente los nutrientes necesarios y se administran en pastillas.
Con motivo de amenizar tan penoso trabajo, totalmente exento de esfuerzo físico y limitado al rutinario control de unas máquinas que rara vez fallan, la gran corporativa dueña del sector G-53 instaló unos reproductores de música silenciosa que sólo fuera percibida gracias a unos implantes óseos recomendados para los trabajadores. El oído no interviene en la percepción, sino que la información llega al cerebro a través de frecuencias en principio imperceptibles.
El programa y la composición musical corren a cargo de ordenadores, los cuales utilizan complejos algoritmos para construir armonías. Dado que el estado físico y emocional de los trabajadores queda registrado por sensores ubicados en las cabinas, los ordenadores encargados de producir música tienen estimación del trabajador y en función de su ánimo en el momento, eligen unas variantes u otras con motivo de acercar su disposición a los registros óptimos presentados en las tablas de correcto funcionamiento del sector y sus integrantes. Durante algún tiempo se llegó a pensar que la música silenciosa sustituiría a las pastillas del sueño debido a su más intensa sensación de bienestar y a su reducción de efectos secundarios pero lo cierto es que, aparecidos los implantes, las pastillas se siguieron distribuyendo.
La idea del hilo musical, inicialmente, le acarreó algún problema a su autor, el investigador Herman Wildfren, no sólo por parte de los defensores de las pastillas del sueño. Herman no tenía buena prensa en el comité de empresa a pesar de que sus mentores habían hecho grandes contribuciones al sector. Se sospechaba que en su etapa de estudiante se había dedicado a experimentar con drogas digitales e incluso algunos decían que había llegado a formar parte de uno de los grupos de resistencia a la prosperidad corporativa. Esto último, por descontado, era una exageración ya que el último grupo de resistencia fue debidamente desarticulado por las autoridades antes de que el señor Wildfren fuera engendrado por inseminación artificial. Lo que llevaba a tales conjeturas era el extraño carácter creativo de Herman, un carácter que al tiempo que podía proporcionar ideas nuevas y provechosas para la corporativa, provocaba temor y desconfianza entre los alienados y tradicionalistas miembros del sector. Había otro motivo y este era el terror inoculado por el gobierno a los trabajadores a cerca de las actividades de los grupos de resistencia durante el breve periodo en que estos permanecieron en activo.
A partir de la desarticulación de estos grupos la corporativa incrementó sus tácticas de control mental pero estas tácticas fueron paulatinamente desestimadas debido a que, a medida que aumentaba el control psíquico sobre los trabajadores, disminuía su productividad. Parecía ser que, si los trabajadores necesitaban ocuparse de las máquinas, precisaban un mínimo de capacidad para tomar decisiones. La música ingeniada por Herman no mermaba esta mínima libertad al tiempo que garantizaba cierto control, de ahí que la idea resultase finalmente aprobada a pesar de la extravagante reputación de su autor.
Si bien no era cierto que Herman formara parte de la resistencia, si lo era que a veces le asaltasen ideas que no podía compartir con sus camaradas. Con el tiempo había aprendido a controlar sus rarezas y a no mencionar todo cuanto le pudiera ocasionar problemas. Cuando alguno de estos pensamientos le asaltaba se sentía solo, distinto y aterrado. De nada serviría que él ahora pudiera pensar cosas parecidas a las que los grupos de resistencia pensaron aunque, a decir verdad, él poco o nada sabía acerca de ellos y de ninguna manera se sentía identificado. A lo largo de su vida había asimilado qué era lo correcto, lo justo y lo constructivo pero… ¿y si hubiera otras formas correctas, justas y constructivas? El hecho de que no encontrara a nadie con quien compartir aquellas preocupaciones ayudaba a enterrarlas en lo más profundo de su pensamiento. En el fono el señor Wildfren sólo quería colaborar con el sector y ser considerado como uno más.
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