29 de enero de 2011

El contestador

Noé acababa de guardar el Informe de riesgos en una carpeta, y la carpeta, en el cajón de su mesa de oficina, amplia y lacrada en negro. Había estado trabajando toda la semana en él y se encontraba satisfecho con los resultados; mañana, en una reunión con su equipo, daría las órdenes precisas para finalizarlo.

Recogió los subrayadores fosforitos y apagó el ordenador. La pantalla se despidió con una carga de energía estática. Ya en el parking, desanudándose la corbata y respirando un aire caliente y pastoso, colocó su maletín raso en el asiento del copiloto y esperó a que el motor de su Audi entrara en funcionamiento.

Cuando llegó a casa y colgó el abrigo, el teléfono le recibió con timbrazos. No lo descolgaría, en vez de ello depositaría las llaves en un mueble y se internaría en la pequeña cocina de su apartamento. A los cinco tonos el contestador automático reprodujo la voz de Noé, un poco distorsionada por el ruido del casete.

Hola, soy Noé. En estos momentos no puedo atender tu llamada, si lo deseas puedes dejar un mensaje después de la señal, gracias.

El contestador entonces empezó a reproducir murmullo de gente, como si quien estuviera al otro lado de la línea se encontrara en medio en un lugar concurrido. Se oían también ruidos de platos y vasos chocando unos contra otros, haciendo difícil la llegada del mensaje.

Noé, hola, soy Dios. Te he enviado en un correo electrónico las diez Tablas de la ley para que guíes a tu pueblo según mis deseos. En “no codiciarás los bienes”añade “ajenos”, por favor, para que no haya lugar a equívocos. Llámame y hablamos sobre el asunto de un arca que se me está pasando por la cabeza.

Noé se sirvió una copa de coñac, se sentó en el sofá suspirando, y cuando Dios colgó volvió atrás en los mensajes

Noé, hola, Soy Dios. Te he enviado…

Tras un pitido, se escuchó la voz de una señora. Ésta sólo tenía de fondo el rasgueo de la cinta y parecía rebotar en un pasillo estrecho y demasiado limpio y decorado.

Noé, hijo, ¿cuándo vas a pasar por casa? Y por cierto, ¿has comprado ya…

Noé pulsó la tecla entrecortando la frase, escuchó otro pitido, y a continuación otra voz distinta que tardó en reconocer

¿Noé? ¿Noé? Oye, no se escucha nada, ¿Noé, oye, estás ahí? Ah, si es el contestador.

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