19 de enero de 2011

Manual de lectura de un reloj

Miren su reloj y comprueben la hora, no les pido que reparen en lo absurdo del movimiento instintivo, ni siquiera les sugiero que al final del recorrido de esas manecillas se encuentre la muerte. Esto, la cuestión de las manecillas, es la cuestión primordial pero no en el sentido anteriormente referido ni similar. Les desaconsejo esta lectura si no llevan reloj pues tendrán que dejar el libro para ir en busca de uno y eso puede llevarles a perderse o a reanudar la lectura en otro punto, desperdiciando información.

Es difícil saber la hora y no escribo con dobleces significativas, digo, es fácil cuando se tiene costumbre. Distinguiré entre lector acostumbrado y quien aprendió ayer (como se dice) los rudimentos de la técnica.

Una pregunta retórica: ¿cuánto tiempo nos roba este gesto? En levantar la muñeca y desenterrar el mecanismo de debajo de la manga [en el caso, por supuesto, de que se vista una prenda que contenga esta característica] apenas un par de segundos. Acto seguido se formulan una serie de planteamientos inconscientes que nos aseguran que esa es nuestra muñeca, que ese es nuestro reloj y que lo estamos mirando con motivo –axiomáticamente– de saber la hora.

1. El segundero y la enunciación horaria: un diario y avezado lector de relojes quizás tienda a interpretar en un primer término la aguja más pequeña (la de las horas). El lector poco versado fija inicialmente su mirada en el segundero, por ser, de entre las manecillas, la más larga y la única que describe un movimiento fácilmente perceptible. Pero el segundero, como sabemos, pese a su afán protagonista, nos ofrece una información de escaso interés. Constituye una información necesaria, de precisión, entiéndase, que sin segundos no habría minutos y mucho menos horas, mas saber que ahora son “las tres y treinta y cinco minutos y cuarenta y cinco segundos” es casi indignante. Decimos que son “las tres y treinta y cinco”, “las tres y media pasadas” si se recurre al uso y, desde luego, jamás diríamos al igual que decimos que son “y media pasadas”, que son “y veintiséis segundos pasados”.

El término “pasado”, quede claro, es notoriamente equívoco. Se dice “y media pasadas” cuando hace minutos que transcurrió la hora exacta pero siempre, a mi humilde entender, se tendría que añadir “pasado” a la enunciación del tiempo presente o recurrir a una fórmula profética del tipo: “serán menos cuarto” e incluso podría añadirse, para mayor precisión: “dentro de un rato”, manera muy recurrida en nuestros días y que goza de mi completo y personal favor. Aunque eso del futuro sea algo incierto decir, nada más, que el hecho de pronunciar que serán “menos cuarto dentro de un rato” es agradecido, se escucha con esperanza a menos, claro está, que la hora esperada sea una hora funesta, el augurio de una terrible sentencia o castigo, por poner. He observado que ciertos mecanismos de fabricación de relojes prescinden del segundero lo cual les resta dinamismo estético en favor de una lectura más cómoda y sintética, aunque menos precisa, todo sea dicho, si hemos de ser imparciales.

2. La fecha y su enunciación: Dado que la hora suele expresarse primero enunciando las fracciones temporales de mayor amplitud (por ejemplo: “las doce menos cinco”), siempre queda la opción de invertir el enunciado sin dañar la gramática (“cinco minutos para las doce”). La primera formulación es más apelada pese a la validez de la segunda, que tiende a considerarse como una suerte de recurso literario no exento de cierta pedantería. Me remito, para reforzar el juicio, a la lectura de los relojes digitales: siempre de izquierda a derecha (y de arriba a bajo), comenzando por las horas. Pero el caso de la fecha, a diferencia del de la hora, en su enunciación, es más intrincado. Aquí la lectura de los relojes digitales no ofrece ilustración fidedigna; algunos relojes digitales, por ejemplo, aunque no sea lo más frecuente, presentan la fecha antes que la hora. Los relojes de agujas suelen contener un pequeño espacio reservado a la muestra de la fecha y lo genérico viene dado en que sólo se especifique el día del mes.

Acorde con una explicación de lógica similar a la anterior -de cifrar el tiempo de forma jerárquica- consistiría en mostrar primero el año, después el mes, después el día, a continuación la hora y etcétera.

El año es a la simbolización horaria lo que los segundos son a los relojes; información de poco interés, sobreentendida, pero de vital importancia. A diferencia de la enunciación horaria, no obstante, la enunciación de la fecha siempre es completa en la escritura (2 de mayo de 1808) e igualmente de forma contraria, tendemos a referirnos primero al año, luego al mes, seguido al día cuando apelamos a un tiempo cada vez más remoto (se dice que el Tratado de Fontainnebleau se firmó en 1808 y, acaso en los textos específicos, se reseña el año y el mes presentándolos en forma de orden convencional: mayo de 1808). En el tiempo presente siempre destacamos por encima de todo el día en el que vivimos (“hoy es veinticinco”) y nunca usamos en el habla cotidiana las fórmulas anteriores (rara vez se dice que “hoy es veinticinco de marzo de dos mil veintinueve”; es cercano a lo descortés informar al oyente que “estamos en el año dos mil veintinueve, en marzo, en el día veinticinco”…). Volviendo a los relojes, muchos no recogen la fecha.

3. La hora, manejo: El lector de hora se sirve de partículas infinitamente divisibles (es la célebre fábula de Aquiles y la tortuga) de modo que se ve en la obligación de escoger aquellas que mejor se ajusten a la distribución que quiere hacer del tiempo. El caso de la Historia es un caso extremo, habitualmente se refiere a décadas, a siglos. El caso de determinada ciencia es aún más exagerado pues sitúa sus hechos en fracciones de tiempo milimétricas e imperceptibles, o bien en tópicos-utópicos similares al de “hace mil millones de años, el Universo…”. El caso de determinada literatura es despreocupado, se sirve de expresiones del tipo “tiempo atrás”, “en un futuro”, “al caer la noche”… Esta última sistemática (como el patrón “dentro de un rato”) es la que yo de manera personal recomiendo a la hora del manejo diario. Son tiempos esperanzadores y ligeramente sentimentales.

4. El minutero y la aguja de las horas: El segundo paso que supongo dará el lector habitual es el de mirar el minutero. Quizás tienda el novel a mirarlo en segunda instancia también a tenor de que es la segunda aguja con mayor longitud, no así sea la más gruesa [esa, veremos, es la de las horas y débase su grosor quizá para contrarrestar el efecto contraproducente]. Las agujas señalan siempre una sección, un punto, en la esfera que debemos subdividir de acuerdo con la aguja que seguimos. Dividiremos la esfera en sesenta segmentos equidistantes si seguimos el segundero o el minutero y en doce si seguimos la aguja de las horas. Hay pues, sesenta segundos, sesenta minutos y doce horas en la siguiente relación:

3.600 s = 60 m = 1 h

Determinados relojes de agujas facilitan el cálculo; tanto para indicar la hora como para indicar los minutos, reflejando la numeración correspondiente [las horas suelen indicarse, por tradición, con números romanos y para evitar el exceso de información los minutos se señalan de cinco en cinco, partiendo del cinco y terminando en cincuenta y cinco (el uno y el sesenta no suelen indicarse por ocupar la posición meridional de las doce horas).

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