Conozco a gente famosa, lo cual no es ninguna extravagancia. Supongo que no es ninguna extravagancia porque la sociedad genera un famoso cada cinco minutos, de ahí que haya muchos y se les llegue hasta conocer algún día. Ese día lo más seguro es que sea un día inesperado porque, sencillamente, uno no espera conocer a un famoso a menos que salga a la calle con la idea de conocer a un famoso, cosa que no se suele hacer a menos que uno se mueva dentro de un círculo excepcional de personas famosas.
Si empezara a escribir de nuevo lo que llevo escrito corregiría las primeras palabras: conozco a gente famosa. No es preciso que la conozca, más adecuado es decir que conocí a gente que fue famosa antes de que yo la conociera.
Todo esto me ha llevado a reflexionar sobre la fama y a anotar posteriormente mis reflexiones para compartirlas.
La fama puede parecer a primera vista un fenómeno extraño por las circunstancias azarosas en las que se produce pero para simplificar vamos a determinar que es como el caramelo que se le concede a un niño. Pero en vez de uno, por ser más gráficos, vamos a decir que se trata de una montaña. Estos caramelos son atenciones desmedidas de nuestros semejantes y generalmente una cantidad considerable de pasta. También una sucesión de acontecimientos generalmente precipitada, por mucho que se anticipe. La fama, en un alto porcentaje de casos, llega a uno como por arte de magia y pocos o prácticamente ninguno son los famosos que descubren el truco para ser famosos antes de que lo sean. Hay famosos que les lleva toda una vida ser famosos y parecen haber nacido para ello, pero no son estos los famosos que he tenido el placer de conocer. Otros nacen famosos y así, en ocasiones, podemos decir que la fama es hereditaria.
Pero volvamos al niño ¿Qué pasa cuando a un niño, al día siguiente de haberle regalado la montaña de caramelos, no se le presta el exceso de atención al que está mal acostumbrado? el niño llorará, no sé si es lógico, pero al menos sí instintivo. La sociedad genera un famoso cada cinco minutos, he dicho, pero mejor puedo decir que la sociedad genera un héroe cada cinco minutos y un villano cada tanto. Y ni héroes ni villanos, señores míos, son ante todo personas. Personas que han consumido emociones a una velocidad vertiginosa, personas con sus particularidades concretas e infinitas, con un yo personal e intransferible.
Es fácil volverse loco y caer en las drogas cuando uno es famoso, no lo duden. Lo digo no porque ocurra en muchos casos sino porque lo creo de verdad, aunque no lo haya experimentado en mis propias carnes. Cosas del instinto otra vez. Hay famosos que no caen en las drogas, o eso dicen, yo no les conozco. No olviden que lo que sabemos de los famosos es lo que se dice de los famosos y no lo que ellos son en realidad. Y aunque no es fácil ser famoso puede darse la circunstancia ¿por qué no? Pero aunque ocurra, una persona no dejará de ser una persona. No deberíamos olvidar esto cuando hablemos de los famosos.
Dejemos los héroes y los villanos para la novela. Con esto no digo que dejemos de lado a los famosos. Necesitamos a los famosos. Necesitamos las novelas y el mainstream. Necesitamos sentir ese elemento canalizador de reflejos sociales que es la cultura. Ese elemento que nos identifica y que nos permite estar en comunión con nuestros semejantes.
Llegado este punto tengo que confesar que aborrezco la parte borrega de la cultura y quiero pronunciarme contra ella pero sería una espada de doble filo con la que me acabaría cortando pues todavía no me he echado al monte, como se suele decir en una locución adverbial bastante curiosa.
Pensar de forma introspectiva y dialogar con otros son cosas distintas y deben procurar alternarse todo lo posible, siempre estando bien delimitadas.
No creo que vaya a articular ahora una frase más inteligente que la última en vista de lo cual abandono el acto comunicativo con la promesa de regresar cuanto antes. Deseo, de todo corazón, que SS. MM. Los magos les dejen muchos regalos depositados en sus calcetines.
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