« ¿A qué viene esa puñalada trapera de escribir un libro para decir que la única realidad que importa es falsa y se nos va a morir si no la protegemos con más mentiras, más apariencias y locas aspiraciones: con la desmesura de un libro? »[1].
La imaginación puede ser, a veces, un veneno. Otras veces es una droga. La imaginación es una mentira terriblemente adictiva que nos hace ver el mundo de modo placentero. Las ideas, en última instancia, no saben nada del tiempo y consumen a sus pensadores. Son cantos de sirenas.
Podemos considerar la verdad una mentira, la mentira más engañosa de todas. Muchas veces se nos muestra la verdad de forma intuitiva, bosquejada, no dejándose ver del todo. Este asomo de verdad incierta, esta visión fugaz y mística concluye en lo más cerca que podemos estar de las ideas. Al final sólo distinguimos sombras.
La vida no es sueño, la vida es el ensueño de la vida.
El hombre, desde su recto pensamiento, trata de justificarse como proyección última de los contenidos naturales, trata de identificar la naturaleza originaria como deudora de su buena voluntad. Todos los medios que el hombre antepone por medio de su pensamiento a una esperanza que sabe jamás será cumplida, ni recompensada, ni siquiera considerada, tienden a sumirle en un estado de lucha frenética e infructuosa, heroicamente autodestructiva. El hombre ve la vida como un acto de sucumbir ante la impotencia de un torbellino arrollador de fuerzas fácticas abandonadas al azar… encontrando una crueldad insultante en los entramados del universo al que llega a aborrecer por no poder identificar los anhelos más hondos y puros de su alma.
El mundo que imaginamos, sí, es el mundo que acaso podamos comprender en su última esencia; el resto del mundo, que es todo el mundo, resulta sencillamente incomprensible por su carencia absoluta de idealidad. Nos resguardamos detrás de términos tales como cultura, civilización… entidades reguladoras que nos convierten en el eje de un mundo que quizás no tenga eje ninguno. Este mundo puede no existir.
Todo idealismo, desde su mismo inicio, muestra un muy humano afán de comprensión, de aprehensión, de entendimiento. Según se asciende por los peldaños del conocimiento, se va ganando vista, distanciamiento… en definitiva, se va atesorando rechazo y entreviendo un último tramo de la escalera. El mundo, sí, tiene mucho que ver con la lógica pero cuando el mundo se identifica con la lógica esta última palabra muestra su etimología oscura y turbulenta, ática. La lógica es autosuficiente, pero no suficiente para explicar el mundo. Acudirá en auxilio la fe, pero no servirá de mucho tampoco. Tener fe es parecido a tener catarro, la fe no es voluntariosa sino, simplemente, un anhelo incontrolado e inexplicable de nuestro espíritu. La fe identifica al hombre con su origen mágico y místico… ascendiendo por la escalera del conocimiento, el hombre aprende a vivir sin lucha o, por mejor decir, en la lucha de la eterna renuncia. El azar, caprichoso, moldea la vida y nos dirigimos de un lado a otro engañándonos, creyendo que realmente somos dueños de nuestro destino.
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