Acude a mi mente el recuerdo de un relato de Borges ciertamente
interesante. El relato nos enseña que la naturaleza, con sus fórmulas rotundas,
es mucho más compleja que cualquier artificio humano.
“¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo! en Babilonia me
quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y
muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay
escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer,
ni muros que veden el paso”.
Cuando aprendía en la escuela materias más o menos útiles, dibujamos
laberintos. Era frecuente en los descansos entre clase y clase ver a todos mis
compañeros congregados en selectas agrupaciones pasando sus dedos o sus
bolígrafos por hojas de papel donde la plantilla cuadriculada era un elemento
especialmente útil para trazar pasillos, trampas, escaleras, puertas y galerías.
Ni que decir tiene que yo estaba indignado. Los artistas matemáticos que estaban
diseñando aquellos laberintos estaban empezando a desbancarme del salón de la
fama. Mi destreza dibujística ya no asombraba a mis compañeros, interesados
durante aquella breve época en recorrer trazos simbólicos que no requerían
grandes aptitudes estéticas. Recuerdo que fuéranse los laberintos complicando
de manera que los más prestigiosos diseñadores de laberintos imponían sus
propias reglas y códigos, anotando en competiciones cronometradas las marcas de
los participantes que recorrían sus dibujos. Estos participantes se
especializaron en hacer trampas y muchos llegaron a desarrollar verdaderas
destrezas intuitivas y rastreadoras.
¿Has hecho ya el
laberinto de fulano de tal? Se preguntaban, visiblemente emocionados, y yo
guardaba mis caricaturas de profesores obsoletas a la espera de que volvieran a
interesar a alguien. Entendí entonces aquello de adaptarse o morir y compuse orgulloso mi primer laberinto.
Me costó mucho trabajo conseguir que la gente viniera a
recorrerlo pero mi antigua y soterrada fama de dibujante atrajo la curiosidad
de algunos. Por fin, ya todos reunidos en mi propia secta, comenzó la
competición. El encargado de descubrir los secretos de mi laberinto, un
explorador avezado, lo recorrió en muy poco tiempo, cosa que por entonces no
debía de estar bien vista. Nadie se detuvo en apreciar las calidades artísticas
de mi esmerado trabajo. Recuerdo que había diseñado jardines y otros elementos
recreativos y ornamentales que servían para hacer del recorrido un agradable
paseo, no un reto intelectual.
Bah, es demasiado
fácil. Y el corrillo pronto se extinguió como si fuera humo. De nada servía
que mi laberinto estuviera muy bien dibujado; el público, como digo, demandaba
otro tipo de motivos. Debí romper mi laberinto en mil pedazos y comenzar a
pertrechar una campaña de desprestigio contra los laberintos, manteniéndome
alejado de los grandes hallazgos que se sucedieron en aquel campo. Con el
tiempo, los laberintos fueron volviéndose tan difíciles y encriptados que mis
compañeros necesitaban mucho tiempo o esfuerzo para recorrerlos y, quizá por
esta razón, fueron perdiendo interés paulatinamente. Me encontré con lo que
antes fueron prestigiosos diseñadores de laberintos volviendo a jugar al
fútbol.
Pasada aquella época dorada de los laberintos retomé el
asunto, esta vez intuyendo las reglas del juego que en su momento no entendí
por estar ocupado, entre demás asuntos y materias más o menos útiles, en
investigar la comicidad de los rasgos faciales de mis profesores. Ahora que lo pienso
podía haber llegado a ser un buen dibujante de laberintos pero justo cuando
empezaba a dominar la técnica ésta ya no interesaba a nadie.
En uno de estos laberintos que por fortuna conservo he
encontrado los siguientes elementos:
1. Llaves. Son necesarias una o varias llaves para llegar a
la salida. Si alguien llega a la salida sin las llaves requeridas debe volver sobre
sus pasos. Hay llaves falsas, de ahí que quien recorra el laberinto tenga que
tomarse unos minutos planteando su estrategia antes de perder el tiempo
buscando una llave inaccesible o arriesgándose a no poder volver atrás en
posesión de una llave.
2. Puertas. Le llevan a uno de un lado a otro del laberinto
traspasando paredes, de una puerta a otra. Creo que esto tampoco lo inventé yo
pero sí simplifiqué bastante su lectura sustituyendo los iconos de las puertas
por parejas de números. Así evitaba la necesidad de una leyenda bastante engorrosa.
De las puertas se podía salir y entrar. Como he dicho, yo no
presté mucha atención a los hallazgos de los diseñadores de laberintos pero sí
recuerdo que alguien, relativo a las puertas, ideó la forma de comunicarlas por
una suerte de pasadizos subterráneos alojados
en la cara posterior del papel.
3. Pasos de no retorno:
Representados por flechas. En cuanto el dedo o el bolígrafo de alguien
franqueara uno de estos pasos, no podría volver, quedando encerrado en el tramo
del laberinto que custodiaba la flecha. A veces era necesario atravesar uno de
estos pasos lo cual implicaba tomar una decisión importante.
Echo en falta un tiempo límite, ésa sin duda hubiera sido
una regla que haría el juego más interesante pero no la utilicé por alguna
razón, pese a conocerla. Quizás mi intención de disfrutar los recorridos me llevara a desconsiderar el límite de
tiempo. Por lo general, a día de hoy, sigo odiando las prisas, los plazos y los
grilletes del reloj.
Tampoco había "agua", una especie de símbolo que
hacía perder el juego a quien pasase su dedo por encima. Creo que lo suprimí
porque la habilidad de los exploradores de laberintos era tal que no constituía
realmente una trampa muy efectiva. En suma, generaba bastantes discusiones
polémicas.
El laberinto que conservo está algo manido pero no lo
suficiente. Llegué a ver laberintos que tenían que ser redibujados dada la
erosión provocada por el paso excesivo de visitantes.
Una pared mal cerrada era motivo frecuente de disputa entre
quien lo recorría y quien lo diseñaba.
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