17 de enero de 2011

Laberintos




Acude a mi mente el recuerdo de un relato de Borges ciertamente interesante. El relato nos enseña que la naturaleza, con sus fórmulas rotundas, es mucho más compleja que cualquier artificio humano.

“¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo! en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso”.


Cuando aprendía en la escuela materias más o menos útiles, dibujamos laberintos. Era frecuente en los descansos entre clase y clase ver a todos mis compañeros congregados en selectas agrupaciones pasando sus dedos o sus bolígrafos por hojas de papel donde la plantilla cuadriculada era un elemento especialmente útil para trazar pasillos, trampas, escaleras, puertas y galerías.

Ni que decir tiene que yo estaba indignado. Los artistas matemáticos que estaban diseñando aquellos laberintos estaban empezando a desbancarme del salón de la fama. Mi destreza dibujística ya no asombraba a mis compañeros, interesados durante aquella breve época en recorrer trazos simbólicos que no requerían grandes aptitudes estéticas. Recuerdo que fuéranse los laberintos complicando de manera que los más prestigiosos diseñadores de laberintos imponían sus propias reglas y códigos, anotando en competiciones cronometradas las marcas de los participantes que recorrían sus dibujos. Estos participantes se especializaron en hacer trampas y muchos llegaron a desarrollar verdaderas destrezas intuitivas y rastreadoras.

¿Has hecho ya el laberinto de fulano de tal? Se preguntaban, visiblemente emocionados, y yo guardaba mis caricaturas de profesores obsoletas a la espera de que volvieran a interesar a alguien. Entendí entonces aquello de adaptarse o morir y compuse orgulloso mi primer laberinto.
Me costó mucho trabajo conseguir que la gente viniera a recorrerlo pero mi antigua y soterrada fama de dibujante atrajo la curiosidad de algunos. Por fin, ya todos reunidos en mi propia secta, comenzó la competición. El encargado de descubrir los secretos de mi laberinto, un explorador avezado, lo recorrió en muy poco tiempo, cosa que por entonces no debía de estar bien vista. Nadie se detuvo en apreciar las calidades artísticas de mi esmerado trabajo. Recuerdo que había diseñado jardines y otros elementos recreativos y ornamentales que servían para hacer del recorrido un agradable paseo, no un reto intelectual.

Bah, es demasiado fácil. Y el corrillo pronto se extinguió como si fuera humo. De nada servía que mi laberinto estuviera muy bien dibujado; el público, como digo, demandaba otro tipo de motivos. Debí romper mi laberinto en mil pedazos y comenzar a pertrechar una campaña de desprestigio contra los laberintos, manteniéndome alejado de los grandes hallazgos que se sucedieron en aquel campo. Con el tiempo, los laberintos fueron volviéndose tan difíciles y encriptados que mis compañeros necesitaban mucho tiempo o esfuerzo para recorrerlos y, quizá por esta razón, fueron perdiendo interés paulatinamente. Me encontré con lo que antes fueron prestigiosos diseñadores de laberintos volviendo a jugar al fútbol.

Pasada aquella época dorada de los laberintos retomé el asunto, esta vez intuyendo las reglas del juego que en su momento no entendí por estar ocupado, entre demás asuntos y materias más o menos útiles, en investigar la comicidad de los rasgos faciales de mis profesores. Ahora que lo pienso podía haber llegado a ser un buen dibujante de laberintos pero justo cuando empezaba a dominar la técnica ésta ya no interesaba a nadie.

En uno de estos laberintos que por fortuna conservo he encontrado los siguientes elementos:

1. Llaves. Son necesarias una o varias llaves para llegar a la salida. Si alguien llega a la salida sin las llaves requeridas debe volver sobre sus pasos. Hay llaves falsas, de ahí que quien recorra el laberinto tenga que tomarse unos minutos planteando su estrategia antes de perder el tiempo buscando una llave inaccesible o arriesgándose a no poder volver atrás en posesión de una llave.

2. Puertas. Le llevan a uno de un lado a otro del laberinto traspasando paredes, de una puerta a otra. Creo que esto tampoco lo inventé yo pero sí simplifiqué bastante su lectura sustituyendo los iconos de las puertas por parejas de números. Así evitaba la necesidad de una leyenda bastante engorrosa.
De las puertas se podía salir y entrar. Como he dicho, yo no presté mucha atención a los hallazgos de los diseñadores de laberintos pero sí recuerdo que alguien, relativo a las puertas, ideó la forma de comunicarlas por una suerte de pasadizos subterráneos alojados en la cara posterior del papel.

3. Pasos de no retorno: Representados por flechas. En cuanto el dedo o el bolígrafo de alguien franqueara uno de estos pasos, no podría volver, quedando encerrado en el tramo del laberinto que custodiaba la flecha. A veces era necesario atravesar uno de estos pasos lo cual implicaba tomar una decisión importante.

Echo en falta un tiempo límite, ésa sin duda hubiera sido una regla que haría el juego más interesante pero no la utilicé por alguna razón, pese a conocerla. Quizás mi intención de disfrutar los recorridos me llevara a desconsiderar el límite de tiempo. Por lo general, a día de hoy, sigo odiando las prisas, los plazos y los grilletes del reloj.
Tampoco había "agua", una especie de símbolo que hacía perder el juego a quien pasase su dedo por encima. Creo que lo suprimí porque la habilidad de los exploradores de laberintos era tal que no constituía realmente una trampa muy efectiva. En suma, generaba bastantes discusiones polémicas.

El laberinto que conservo está algo manido pero no lo suficiente. Llegué a ver laberintos que tenían que ser redibujados dada la erosión provocada por el paso excesivo de visitantes.
Una pared mal cerrada era motivo frecuente de disputa entre quien lo recorría y quien lo diseñaba.

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