12 de diciembre de 2010

El estilo

Es un buen título para un manual de diseño gráfico, sin duda.

El sustrato del presente artículo corresponde a una experiencia artística que tuvo lugar durante la infancia de este humilde narrador. Me dispongo ahora, con su permiso, a desgranar lo vivido;

Andaba yo por entonces preocupado por un libro que me robaba el sueño a la anochecida. Con posterioridad los libros se fueron sustituyendo por mujeres. Uno no sabía cómo acabarlo, otras sabía que no me querían. Dado que creía con soterrada firmeza que era indiscutiblemente el mejor escritor de toda la Historia de la literatura universal (por que así son los niños y algunos mayores), se me ocurrió cerrar el libro parodiando el estilo de los escritores que por aquel entonces tenía a mano. Eran, la gran mayoría, unos señores que, si salían en alguna foto, salían en blanco y negro vestidos como en el cartel de un aseo para caballeros.
Según el mayor o menor conocimiento que tenía de los escritores mi pantomima era más o menos grotesca, pero no siempre se cumplía esto como norma general. Recuerdo vagamente casos en los que cambiaba alguna máxima célebre suya, potenciando algún aspecto cómico de su ideología o incluso de su apariencia. En otros casos exageraba el uso de cualquier tipo de palabra a la que recurrieran con frecuencia, siendo esto bien difícil pues cuando los escritores usan mucho un recurso es con plena consciencia, dejándose llevar por su vicio y durante periodos no muy extensos de su obra. Los escritores antiguos eran más sencillos de imitar que los actuales, por aquello del desuso de la lengua y los latines empleados. Finalmente había casos de escritores que conocía muchísimo mejor en comparación con otros y que no acertaba a imitarles por mucho que me devanara los sesos. Por culpa de algunos traductores, la mayoría de los autores extranjeros me parecían de un estilo idéntico. Por culpa de los traductores y también por culpa mía, por no aprender idiomas.

Comprenderán que no conserve el resultado de aquel arrogante experimento pero a día de hoy, la verdad, me ha parecido un ejercicio literario ciertamente entretenido. Proponerse escribir de otra forma a como uno acostumbra a hacerlo puede significar el principio de una revolución en su estilo. Queda claro que quien aspire a decir algo nuevo debe procurar decirlo a toda costa, pero teniendo siempre por máxima incontestable que no va a decir nada distinto de lo que ya se halla dicho con anterioridad. Aspirará a decir algo nuevo pero a lo sumo repetirá con sus propias palabras algo que ya está presente en el mundo y, en la gran mayoría de los casos, incluso escrito. De ahí la importancia del estilo, de decir las cosas de otra manera, de añadir puntos de fuga a los interiores de la palabra.
La literatura mantiene vínculos con otras artes y, en este caso, deberíamos destacar que la literatura puede ser un poco teatro, no digo teatrera aunque quizás pudiera decir teatral aludiendo a uno de los usos de la acepción. Todos saben que el género teatral puede incluirse dentro de la literatura pero yo me refería más a efectos propios del teatro, no meramente textuales, traspasados al papel. El habla y la escritura no dejan de ser préstamos de la palabra oral y la oralidad está en íntima comunión con otros lenguajes.

En general quienes quieran forjar su estilo pueden optar por ser convencionales o vanguardistas. Entre los primeros es fácil encontrar historiadores, entre los segundos, poetas. La poesía, para sus fines, recurre al desvío; una alteración voluntaria del grado cero con fines retóricos. Dicho de otro modo: cuando alguien se encuentra con lo que no puede nombrar puede inventar una palabra o añadir semántica a una ya existente, corriendo el riesgo de perder comunicación por falta de convención entre comunicadores. Si eres convencional, no sorprendes; si eres vanguardista, no te entienden…

El consejo de nuestro pequeño esbozo de retórica para jóvenes amantes de las letras es que no sean predecibles ni cacofónicos, sean ustedes mismos. Esto, en la gran mayoría de los casos, no suele requerir mucho esfuerzo y no tiene ningún mérito pues la personalidad viene de serie.

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