Cuando uno se encuentra perdido en un lugar remoto de este pequeño planeta y quiere mantenerse con vida necesita cubrir unas pocas necesidades básicas: agua, comida y refugio. Puede que con sólo estas tres cosas la vida no sea muy larga ni muy confortable pero hay personas que sobreviven ahora mismo incluso sin tener cubierta alguna necesidad de las anteriormente referidas. No hay duda que la escasez de recursos es una fuente inagotable de ingenio y es asombroso cómo reacciona nuestro cuerpo y nuestra mente en una situación límite, cuando la cuestión es de vida o muerte.
Respecto a sobrevivir literariamente no hay necesidades básicas que cubrir porque podemos inclinarnos a pensar que escribir no es una necesidad básica. Incluso algo aparentemente tan necesario como la coherencia se puede evitar. Sin embargo, reflexionando más detenidamente podemos llegar a sostener que escribir es casi como respirar. Evidentemente nadie va a morir a causa de no escribir y sí en cambio a falta de agua, pero a lo mejor quien sólo sobrevive necesita, además, estar vivo. Hemos de tener en cuenta que incluso cuando las comodidades de la vida fueron bastante escasas, cuando las condiciones fueron incluso extremas, siempre en el hombre ha existido una predisposición incomprensible hacia la espiritualidad. En la misma naturaleza no todo es estrictamente necesario ni útil y existen cosas difíciles de explicar para los biólogos y físicos. Quizá de no existir estas cosas tan gratuitas y peregrinas el mundo sería al final más evidente y lógico. Y está claro que demasiadas veces es sólo una incógnita. Escribir puede ser al final una forma espiritual ciertamente sofisticada pero esta predisposición espiritual de la que hablo puede no llegar a materializarse en un contexto donde hacerla palabra, pintura o monolito no es lo más urgente. En cambio ello no significa que no exista, ni que sea innecesaria.
Suelo tener presente lo necesario que es escribir y lo innecesario de muchos textos. Creo que muchas veces para escribir quienes lo hacemos cargamos con demasiado equipaje y no nos damos cuenta de que, al final, es otra cuestión de vida o muerte donde las palabras de más pesan y las de menos hacen falta. Existe también una sobrevaloración histórica hacia los escritores muertos, cánones y reglas no escritas de todo tipo a las que hay que atenerse si pretendemos ser leídos y un vacío legal en cuanto a compensación del escritor respecta, en el que se mezcla la fortuna con la política y una idiosincrasia terrible. Entonces es cuando la profesión de escribir se convierte, en el mejor de los casos, en ese aeroplano teledirigido que pilotamos los domingos.
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