Como todos saben dentro del vegetarianismo hay varios niveles más o menos radicales. Unos no comen pescado; otros no comen pescado ni carne; otros no comen ni pescado, ni carne, ni huevos; otros no comen ni pescado, ni carne, ni huevos, ni leche... hace 40.000 años los hombres se alimentaban de raíces, legumbres, bayas y de cualquier animal que pudieran cazar. Bien, dicen los vegetarianos, vamos a evolucionar y a no ser tan primitivos, que ya está bien, que los animales también tienen sentimientos. No se ofendan; relativo a lo personal, me desagrada profundamente el trato que reciben algunos animales estabulados pero me niego a eliminar la carne de mi dieta. Sí, soy un animal. Si no comiera animales, sería lógico también que no comiera plantas. También las plantas tienen sentimientos, ¿no? Alguien podría alegar aquí que las plantas carecen de sistema nervioso y que es perfectamente lícito comerlas o, cuanto menos, comer sus frutos, que para eso están. Yo creo que sobre esta cuestión lo ideal sería que pudiéramos alimentarnos a partir de nuestros propios excrementos, así no haríamos daño a nada y a nadie. No es una barbaridad, creo que las agencias espaciales llegaron a estudiar métodos de reciclaje para la orina. Algunos ascetas también han vivido a base de eso durante largas temporadas... el caso es que un animal que tenga la posibilidad de obtener nutrientes a partir de mi muerte no va a pensar mucho en la posibilidad de ser vegetariano. Esto justifica a uno, en un momento dado, aunque sepa que no es suficiente. Dentro de los carnívoros también hay niveles; están los que sólo comen carne proveniente de establos ecológicos, están quienes no les importa las condiciones de sus alimentos aun a costa de su salud... así hasta llegar a los que no les importa comer a sus semejantes incluso si tiene que matarlos previamente.
Vengo a decir que es justo que uno se enorgullezca de su humana condición a la vista de una colección fasciculada de grandes clásicos de la literatura universal, pero también es justo que no espere demasiado de su especie, al final, un atajo de animales. Con esto no estoy posicionándome a favor de todas las atrocidades del ser humano cometidas a lo largo de la historia, sólo digo que, cuanto menos, no nos deberían extrañar teniendo en cuenta que ya hace 40.000 años aplastábamos cráneos con piedras. Las piedras se convirtieron en lanzas, las lanzas en espadas, las espadas en armas de fuego... Y si en el fondo somos sociales hasta tal punto de contar con complejas estructuras lingüísticas para expresar asuntos metafísicos es porque nos ha sido más útil para sobrevivir. Lo que quiero expresar, en cuentas resumidas, es que está muy bien que tratemos de ser menos animales pero que en el fondo éso es lo que somos y, dado que muchos de nosotros tenemos conciencia moral, tenemos que aprender a vivir con un sinfín de contradicciones entre lo que debería ser y lo que es la realidad. Filósofos como Schopenhauer ya hablaban de lo trágica que resulta la voluntad de vivir, ajena a planteamientos morales. En cuanto al asunto del vegetarianismo creo que sí, que efectivamente los vegetarianos son más humanos y menos animales. Los vegetarianos no hacen otra cosa sino tratar de reducir el mal que infringimos al mundo, que no es poco. Está claro que para llevar a cabo esta misión pueden emprenderse otros caminos. Por eso precisamente, por ser un poco vegetariano aunque coma carne, escribo de vez en cuando ciertas cosas en vez de... bueno, otras que no voy a nombrar.
Como sabrán quienes han leído la entrada anterior iba a aclarar por qué creo que los extraterrestres somos nosotros mismos. Es algo que tiene poco que ver con toda la parrafada anterior de modo que me disculpo por la licencia.
La foto es de la ciudad de Tokio y está tomada por un tal Don Pettit, por supuesto que astronauta y suponemos que francés. A la vista de la imagen no resulta extraño pensar que somos extraterrestres o lo que es lo mismo; si ésta fuera la primera imagen que nos lleváramos de nuestro planeta no nos parecería nada humana y no porque hablemos de Tokio, que también puede ser. Aprovecho ya, sobre el tema de las luces, para recomendaros un blog sobre contaminación lumínica ciertamente interesante que he añadido a la lista de blogs que sigo y que además he titulado así: blogs que sigo. Sus autores deben ser un grupillo de astrónomos hippies bastante majos. No les conozco. (risas) No, es broma, muy bien el blog, ¿eh? (Buenafuente) Dense una vuelta, dense una vuelta. Bueno, no está mal, vamos a seguir. (Se frota las manos).
Supongamos que los marcianos somos nosotros y después de atravesar la exosfera y el resto de capas atmosféricas nos vamos acercando poco a poco a esas luces clavadas en la corteza del planeta. ¿Será algún nuevo material?, ¿no desprenden acaso esas luces un brillo demasiado tóxico? Bien, llevamos trajes espaciales preparados contra toda clase de radiación cósmica. Todos estos planteamientos nos asaltan conforme nuestra nave se va aproximando y aterriza en la acera de una calle cualquiera. De repente, una luz intensa a través de un anuncio tintado atrae nuestra atención. Vemos lo siguiente:
(Música de tensión típica de los thrillers)
(Música de tensión típica de los thrillers)
¿Qué diablos vemos aquí? ¿acaso hay imagen más marciana? A mí, personalmente, me parece más marciana que la portada de la película Avatar. No creo que eso que está en la foto esté vivo. Me remite a una especie de futuro lleno de clones, robots-humanoides o alienígenas perversos.
No hay duda de que si hubiéramos llegado como extraterrestres a nuestro propio planeta estaríamos aterrados. Como el experimento puede resultar costoso; trasladarse, nacer en otro planeta y demás, les invito a hacer lo siguiente: apaguen la televisión durante un mes. Pasado ese mes vuelvan a encenderla y vean el primer anuncio publicitario que salga en pantalla. Su sensación de extrañeza aumentará cuanto más extiendan en el tiempo este apagado y cuanto más corto sea el visionado del anuncio publicitario. Pasados los cinco años sin ver televisión se preguntarán: ¿televisión? y la sola palabra les remitirá a una de esas filmaciones con saltos en el tiempo en sus guiones, tele-transporte, tele-tienda, tele-novela o tele-le.
Volvamos ahora sobre nuestra historia de ciencia ficción. Después de ver aquella imagen, aterrados por completo, echamos a correr por la calle comercial sin dejar de mirar atrás, sin quitar la vista de ese cartel terrorífico, no le vaya a dar por moverse. Dado ésto, que mirábamos atrás, nos damos de bruces con un escaparate. En el suelo, sentados, nos frotamos la cabeza y vemos lo siguiente.
A ver quién le explica a un marciano qué es todo ésto. Si quisiéramos hacerlo tendríamos que remontarnos a una perorata sempiterna que abarcaría desde los orígenes de la actividad mercantil hasta los hábitos reproductivos de la especie humana.
Ya han llegado los alienígenas para arrasar nuestra civilización, somos nosotros.
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