4 de abril de 2011

La invasión de los poetas funcionarios zombis IV

Año 2250. La esperanza capitalista ha dejado de ser una realidad. A pesar del correcto funcionamiento de la trama empresarial y la posibilidad de aplacar la invasión de los poetas funcionarios zombis, las máquinas están empezando a obrar con autonomía y a revelarse contra cualquier tipo de control. No queda mucho para el desarrollo del terrible PZ-250, un entorno computarizado capaz de desplegar planteamientos complejos, capaz de aprobar oposiciones y capaz de multiplicarse gracias a tecnología nanotécnica. Invisibles máquinas microscópicas se unen en organismos electrónicos que adoptan formas cada vez más amplias y monstruosas. El propio PZ-251 ya no es obra ni de los capitalistas ni de los poetas funcionarios zombis sino un engendro mecánico inteligente y cruel, capacitado incluso para deleitarse con poemas y desollar cualquier tipo de vida orgánica, esté viva o muerta.

LA INVASIÓN DE LOS POETAS FUNCIONARIOS ZOMBIS IV

Mi nombre es Edgar Poison, soy escritor. Nací en un pequeño condado de Arkansas. En el año 2011 me ofrecieron trabajar para una publicación titulada Las torres de papel. Parecía un inofensivo espacio dedicado a asuntos artísticos pero pronto descubriría terribles secretos. Las torres de papel era en realidad una agrupación experimental entre cuyas ambiciones se encontraba producir estados alterados de consciencia en el lector mediante textos, imágenes, sonidos y sustancias psicoactivas.
Empecé a escribir para esta publicación una historia fasciculada: La invasión zombi. Pronto la redacción me sugirió cambiar el título por La invasión de los poetas funcionarios zombis y trasladar la acción al año 2250. Hasta aquí todo parecía algo turbio pero no en demasía inquietante. Justo en el momento en el que me fueron sugeridas ciertas técnicas narrativas me vi inmerso en la historia y yo, Edgar Poison, me convertí en un personaje más de una trama fatídica y apocalíptica, trasladado al año 2250 y en convivencia con capitalistas rebeldes, máquinas diabólicas y, por supuesto, poetas funcionarios zombis.

Mi destino sólo depende de mi inventiva, soy el autor de la historia, me digo pero, por cuestiones de coherencia, no puedo modificar el desarrollo de los personajes estando, en cierta manera, sometido al devenir de fuerzas discursivas inconscientes y absurdas. Si esto ya es de por sí peligroso hay que tener en cuenta algo más:

Soy un zombi.

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