11 de marzo de 2011

La invasión de los poetas funcionarios zombis III

(Viene de la entrada anterior)

Agente gubernamental – ¿Es usted el autor de La invasión de los poetas zombis II?
Autor de la historia – Sí, ¿qué desea, un autógrafo?
Agente gubernamental, mirando fijamente a los ojos de su interlocutor – Entre en casa sin hacer ruido, por favor.

Después de guardarse la placa acreditativa de la OIPP, el agente gubernamental extrajo una pistola láser de su chaqueta y con ella indicó el camino al autor hasta el salón. Luego se enfundó unos guantes higienizados.

Nuestro autor estaba desconcertado porque aquel no parecía un emisario del departamento de represión sexual y empezaba a temerse lo peor. En vista de ello decidió mantener la calma y tratar de no ofrecer muestras de nerviosismo.
AH: Empecemos con la entrevista, pues. ¿Va a preguntarme cómo descubrí que los funcionarios zombis estaban en apuros?
El agente gubernamental permaneció en silencio y se entretuvo en cargar la batería de su pistola láser, con gesto de desdén.

AH: Había descubierto una máquina del tiempo, la escritura.

La escritura es una herramienta capaz de deshacer la realidad en pedazos, pero esto le importa poco a la realidad.

Los  poetas funcionarios zombis, una vez extinguida la amenaza capitalista, empezaron a no hacer su trabajo, delegando esta tarea a máquinas cada vez más sofisticadas y perfectas. Pero, entresijos de la trama, los dueños de estas máquinas no eran otros sino los mismos capitalistas, quienes habían creado una red empresarial de la que no se sabía que eran propietarios.

El agente gubernamental aferró un cojín del sofá y zancadilleó al autor, de manera que quedase de rodillas sobre la alfombra del salón. A continuación, impulsó la cabeza del autor con la mano enguantada que tenía libre hacia el pecho del propio autor, colocando el cojín a modo de silenciador entre la cabeza del autor y la pistola. Iba a apretar el gatillo cuando un señor del público interrumpió la escena.

Señor del público: Un momento, agente gubernamental, si mata al autor todos sus personajes, incluido usted, ya no participarán en el desarrollo de la trama.
Agente gubernamental: Es igual, desde que las máquinas pugnan por dominar el planeta Tierra la vida no tiene sentido aquí. Mejor cortarla por lo sano y acabar con todo de una vez y para siempre.
Señor del público: Pero deje al menos acabar la historia al pobre hombre.
Señora del público: ¿O que cambie la historia no? Para eso es el autor.
Autor: Antes muerto. ¡Moriré defendiendo mis ideas!
Agente gubernamental: Termine su historia, luego terminaré con usted.
Autor, tras carraspear: bien, cursiva, por favor

Antes de que los capitalistas volvieran a tener capital gracias a la venta de máquinas al Estado, las máquinas acabaron siendo tan inteligentes que crearon el primer robot autónomo: el PZ-250. A este modelo siguieron otros como el PZ-251, en el marco de un proyecto militar. Como ya adivinarán los lectores dicho proyecto se les fue de las manos a los poetas funcionarios zombis y el PZ-251 aniquiló a toda la población, incluidos funcionarios zombis y capitalistas rebeldes.

Señor del público: ¿Y aquí acabará la saga?
Autor del blog: No, de ningún modo. Después de lo acaecido, los poetas funcionarios zombis resucitarán y saldrán de sus tumbas, listos para aprobar las oposiciones de nuevo.
Agente gubernamental: ¿Resucitarán? ¿Quiere decir que vamos a morir y luego a nacer?
Autor del blog: Sí, más o menos, solo que esta segunda vez que nacéis lo haréis un poco más podridos.

Entonces, el agente gubernamental soltó la cabeza del autor con desprecio y abandonó el salón. El autor se incorporó trabajosamente y consultó su reloj de pulsera. Eran las siete y llegaba tarde a su cita.

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