15 de julio de 2018

El parking

Hará cosa de dos días que dejé un poco de lado mis labores musicales (demasiado calor en el estudio), y me dio por firmar una entrevista informal en la que hice un pequeño sumario de mi labor artística desde sus comienzos hasta hoy día. No por nada en concreto, simplemente por ordenar un poco mis ideas y tomar panorámica de mi trayectoria, a efectos personales. Esto me permitió recordar que tengo una faceta literaria y todo. A tenor de esta entrevista estuve hablando con mi colega Carlos Mínguez, quien me animó a invertir más esfuerzos en dicha actividad. Tratamos, además, sobre samurais y zombies. Sopesé la posibilidad de emprender una nueva obra literaria pero, como ya dejé anotado en la publicación, me encontraba un poco desanimado por la más que discreta acogida que seguro iba a tener un nuevo proyecto. 
Aún recuerdo hace cuatro años más o menos, cuando la publicación de el Aquí debería haber un título era inminente, que una amiga me ofreció su ayuda desinteresada y quiso promocionar la obra ni siquiera a cambio de una jugosa comisión que al punto le ofrecí como muestra adelantada de mi eterno agradecimiento. El asunto de la cosa literaria siempre me ha parecido muy restringido y, para ser franco, nunca he tenido la menor esperanza no solo de que alguno de mis libros me de dinero, sino que alguien los lea, con gusto o sin él. Así pues, mi amiga trabajó de mánager una temporada hasta que se dio cuenta que, efectivamente, el mercado de la literatura en estos tiempos y en estas latitudes es algo complejo e intrincado. No hay prácticamente de donde rascar, por decirlo de algún modo.

No obstante, pese a todo, me había vuelto a aguijonear el asunto de la escritura y de mera casualidad, barajando posibilidades, me acordé de un relato que había escrito tiempo atrás y que en su momento no me había parecido gran cosa, motivo por el cual no había sido publicado y debía permanecer conservado en algún espacio de uno de mis más viejos discos duros. Este disco duro, concretamente, actualmente no lo uso y lo adquirí para mis labores de estudiante en la facultad. Tampoco mi colega, Carlos Mínguez, por aquel entonces pensó que El parking se tratara de algo encomiable. Recuerdo haberlo propuesto como guion de un vídeo promocional de la orquesta, pero era algo complicado de adaptar y, entre unas cosas y otras, la idea al final no se plasmó en celuloide. Sin demasiada fe, busqué el disco duro y el archivo de una edición obsoleta de word, solo por ver si se podía aprovechar aquel material y cual fue mi sorpresa que, al revisarlo, el relato no me pareció tan malo como recordaba. Tampoco, de otro lado, me pareció una genialidad absoluta. 

Decidí, ante la titánica labor que supondría emprender un nuevo proyecto desde el punto cero, rescatar El parking, convertirlo en algo publicable al menos, para lo cual invertí un día entero, en una jornada de diez horas lo menos, puliendo y retocando detalles en un derroche ilimitado de amor. Creo que el resultado es bastante óptimo, aunque quizás deba reconocer que no sea mi mejor historia. Igual a ojos de otra persona resulta serlo, de otro margen. 
Me seduce la idea que he pretendido transmitir; una reflexión sobre los valores equivocados e insostenibles de nuestro mundo contemporáneo a través de una trama desprovista de innecesarias complejidades, con leves toques de comedia en clave de absurdo. La soledad, el gran hermano, la alienación, el consumo, el materialismo, la sobreinformación, la desconexión con lo esencial y consiguiente desorientación en entornos puramente artificiales... son objetos de análisis y la moraleja o perspectiva global de todo este desarrollo es la pregunta, tanto necesaria como evidente, de si por alguna razón no nos hemos vuelto un poco majaras al intentar imponer una cotidiana normalidad, un mundo ilusorio que en el fondo es pura sombra. 

Por lo demás, me llevó trabajo fechar la obra. Tuve que guiarme por los datos del archivo y estos me remitían al año 2009, tiempo en el que estaba, paralelamente, elaborando el Aquí debería haber un título y aún por entonces la Orquesta Arrecife no existía. Espero que los lectores lo encuentren interesante y lo disfruten tanto como yo lo he disfrutado. Gracias y bienvenidos al parking.

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