28 de julio de 2018

El cadáver exquisito (Introducción)


Nunca he sido un apasionado oyente de música. Descubrí hace poco una entrevista a Mike Oldfield en la que confesaba que, fuera de su música, era raro que escuchase otros autores. Tampoco Kant, según dicen, viajó demasiado. Estos y algunos otros raros ejemplos suponen para mí cierto consuelo pues, en mi soledad y aislamiento, no me siento tan raro. 

Cuando he hecho patente mi falta de referencias musicales a otras personas, rara es la vez que no ha sido vista como una tremenda falta, como un despropósito, como un sinsentido. Aún hoy día me da cierto pudor confesarlo. Escuchar música tendría, a la fuerza, que hacerte mejor músico igual que leyendo libros descubres nuevas ideas para contrastar las tuyas, mejoras tu gramática, tu capacidad de expresión, tu entendimiento… si he visto más lejos ha sido subido a lomos de gigantes

Sin embargo, en la práctica, escuchar mucha música, para un músico, puede ser también perjudicial y no es raro el ejemplo del bibliotecario acaparador que, abrumado por la cantidad y perfección de las obras precedentes, renuncia a sus torpes ensayos. Avanzar en el conocimiento por caminos ya trazados puede que te motive a encontrar nuevas bifurcaciones a partir de una distancia considerable recorrida con relativa facilidad, pero también puede convertirte en alguien que, por temor, por comodidad… nunca se separará de los caminos ya trazados. De otro lado, la inspiración llega de cualquier parte y así habrá pintores que nunca hayan pisado un museo, cantantes que no sepan quien es Bach o diestros en cualquier disciplina que, a falta de referencias en su campo, las encuentren en otros, en la vida misma, o en la mera, sencilla e impetuosa, irracional y primitiva, necesidad de crear. 

No creo que Mike Oldfield crea que su música esté por encima de otras hasta llegar al punto de ser la única que merezca ser escuchada. Supongo que a Campoviejo le pasará lo que a mí y, lejos de considerar su música sublime, encontrará en ella aproximaciones, pistas, huellas, de lo que quiso expresar en algún momento, lo que fue su vida, todas las posibilidades, aciertos y errores que quedaron registrados para siempre en el vinilo. Él mismo recurre a motivos viejos y los reinterpreta años después, reviviéndolos, aportándoles nuevas perspectivas, reinventándolos. Habrá caminos más cortos, más largos, más sinuosos o más llanos, más bellos o mejor trazados, también menos frecuentados o más sombríos… pero él es consciente de que ese y no otro es su camino, su único camino. 

Raro es el disco que aguanto entero sin que me suponga un esfuerzo y ya desde joven tuve una cosa clara: sería maravilloso poder hacer la música que te gustaría escuchar. Y dentro de esta idea cabría, quizás, algo nuevo y distinto. Soporto mejor mis discos que los de otros (a las hembras del cuervo y la mona también le parecen sus crías hermosísimas) y si mi música es una realidad, estando más o menos cerca de lo pretendido, es porque creo que es necesaria. No puedo intentar imponer mi criterio y entiendo perfectamente que alguien prefiera escuchar cualquier otra cosa antes que Orquesta Arrecife. Sería estupendo agradar a la mayor cantidad de oyentes posibles, pero, antes que agradarlos, yo debo ser mi primer oyente agradecido. Si mi música gustase a todo el mundo y a mí no, dejaría de hacerla; y si solo a mí me gustase y a nadie más le gustara, seguramente seguiría desarrollándola. 

Sirva esta pequeña introducción para poner de manifiesto mi ignorancia en asuntos musicales, mi falta de referencias y completo desconocimiento. No soy un entendido, ni un estudioso, ni un virtuoso. Trato solo de aportar mi pobre perspectiva y aunque puede parecer que solo trato de buscar justificación, mi meta es ir en pos de la verdad.

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