8 de octubre de 2010

La carta

Ya no se escriben cartas. Bueno… cierto es que se escriben, las escriben otros y de distinta forma. A lo que quiero referirme es que antes se estudiaban toda suerte de fórmulas corteses y protocolarias que le ahorraban a uno gastos elocuentes tan desafortunados como el que me ocupa. Pensaba en todo esto porque primero he pensado mucho en cómo empezar esta carta y también he pensado otro tanto en si hacerlo o no. Finalmente me he decidido por escribir, por hacerlo de este modo y, si este texto llega hasta ti, huelga decir que también lo habré enviado lo cual todo tilda de evidentísimo y poco fascinante. La historia de esta carta es, a parte del prólogo, laboriosa porque la he escrito cien veces cuanto menos y la he destruido otras tantas. Esa historia a la que no tengo intención de hacer más referencia guarda un sinnúmero de borradores que algún día editaré en un grueso tomo y me harán famoso por la cantidad de sandeces que puedo llegar a decir.

Acabado el embarazoso proceso de empezar a entablar correspondencia, me siento realmente extenuado hasta tal punto que he olvidado lo que quería decirte, que era lo verdaderamente importante de todo el asunto. De cualquier forma acabo de recordar que me dejé olvidado en tu casa un jersey gris de cuello alto. Espero poder aclararte en otra misiva el asunto que me movía a escribirte antes de que me enredara en los placeres que encierran las formas. Así, puedes tirar esta carta pues, recapacitando, me doy cuenta de que sólo es digno de recuerdo lo del jersey, lo cual es bien triste, dicho sea de paso.

Espero que estés bien.
Atentamente y todo lo demás


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