10 de septiembre de 2010

Quiero quedar contigo



Notas de jazz acompañaban a María mientras limpiaba la barra del bar que regentaba. Anteriormente se había ocupado en colocar los taburetes en una ordenada fila, vaciando copas y ceniceros, repasando mentalmente qué había de comprar mañana…

Enrique la rodeó con sus brazos, sorpresivamente, y le dio un beso en la mejilla. María encontró descanso en el abrazo de Enrique pero no pudo evitar el cansancio, la insatisfacción y cierta tristeza que se había instalado en su ánimo con propósito de permanecer allí una larga temporada. ¿Hacía lo correcto? ¿Era aquel bar lo que deseaba en su vida? Mientras Enrique descendía al sótano descubrió el sonido de una trompeta y esta trompeta fue el cicerone de un acceso a un extraño mundo. Una luna en medio del claro de una selva palpitante e inexplorada. Detuvo sus labores nuestra protagonista cuando el sonido del instrumento se extinguió, dando un profundo respiro. Desde el sótano llegó un golpe sordo; algo había caído de algún estante, una puerta se había cerrado de golpe… Enrique era un hombre fuerte pero quizás cargaba a menudo con demasiado peso. Llegaría el día en el que no podrían mantener aquel local, llegaría el día en el que no podrían desempeñar aquella condenada rutina. Aquel escenario sólo era la antesala de un futuro poco prometedor.

Mientras reflexionaba sobre todo esto advirtió que algún cliente debía haber olvidado un objeto. Descansaba en una silla. María lo examinó. Se trataba de un muñeco, una especie de marioneta. Era raro porque no recordaba que algún niño hubiera entrado al bar ese día. Quizá se trataba de un regalo pero el muñeco parecía sucio y viejo. Mientras repasaba mentalmente todas las personas que había visto, de súbito su celular empezó a repiquetear y María abandonó descuidadamente el muñeco.
Era ya tarde, la gente dormía… pero bien pudiera tratarse de algún amigo suyo -solían pasarse por el bar- que hubiera olvidado algo… quizá la misteriosa marioneta fuera, al fin, la clave. De cualquier forma María decidió no descolgar el teléfono. Cuando éste enmudeció, sintió un profundo alivio. Nada más terminó de limpiar la barra, se dispuso a llenar de agua el cubo de la fregona. El jazz se detuvo y nuestra protagonista se concentró en el sonido del grifo. El agua caliente despedía vapor. Mientras fregaba, se sintió observada y en un acto reflejo dirigió la vista a través de las empañadas ventanas del local. La calle permanecía muda, oscura y solitaria. Era aquella marioneta la que había permanecido vigilándola hasta que María la retiró de la mesa donde había quedado postrada, inerte, recogiéndola en una caja.

¿No estaba Enrique tardando demasiado en subir? María se asomó a la puerta del sótano y vio luz al fondo de la escalera. Llamó a su novio, pero no obtuvo respuesta alguna.

Era posible que Enrique no le oyera pues las paredes del sótano eran bastante gruesas. Consideró descender las escaleras en su busca pero había bastante por hacer y no quería demorarse más de lo que ya lo había hecho.

La música reanudaba su programa. María quitó el disco antes que una cantante negra dibujase brillantes escalas. Aquella canción delataba su presencia, acentuando su soledad. Los músicos tocaban para nadie, el local se asimilaba entonces al comedor de un barco hundido, con todas las mesas servidas, con todas las luces encendidas, pero sin nadie en él e inundado de agua. María revisó los grifos y los cajones, incluso la caja donde había guardado la marioneta pero el juguete ya no se encontraba allí. Quizás no lo guardó en aquella caja o quizás sí, pero con posterioridad lo había cambiado de sitio. Se imaginó a la marioneta mirándola desde el rincón menos iluminado y más insospechado.

Nerviosa, consultó la hora en el teléfono móvil. Definitivamente Enrique estaba demorándose más de lo habitual. Alguien, entretanto, había dejado un mensaje de texto en su buzón, posiblemente ahora sabría el motivo de la llamada anterior.

¿De qué tienes miedo?

María le restó importancia. Imaginó que se trataría de una broma de mal gusto.
Maldito Enrique, ¿por qué tardas tanto?

Volvió al pie de la escalera del sótano. Ya no había luz allí abajo. De nuevo María llamó a Enrique unas cuantas veces sin obtener respuesta. Iba a descender la escalera cuando el teléfono volvió a repiquetear. Se trataba de otro mensaje.

Baja si quieres ver a tu novio muerto en el sótano.

María sintió un nudo en la garganta. Todo aquello no podía ser real. De súbito cerró la puerta del sótano y tomó la resolución de escapar de allí. No importaba lo que estuviera ocurriendo. No quería descubrirlo, sólo despertar de aquel mal sueño en el resguardo de su hogar, con la clara luz del día. ¿Dónde estaba Enrique? ¿Quién le estaba enviando aquellos mensajes macabros? La puerta del bar se encontraba cerrada, había de encontrar las llaves si pretendía salir. Pero no sabía donde estaban. Quizás Enrique las tuviera pero ahora… ahora estaba muerto en el sótano. ¿Realmente era así? ¿Quién más podía estar allí abajo? Los acontecimientos empezaban a confundirse, el tiempo se contraía y se dilataba como un acordeón…

No intentes contactar con nadie, tranquilízate. No encontrarás las llaves y la puerta es demasiado resistente como para intentar tirarla abajo. Esto es lo que vamos a hacer: apaga las luces, siéntate en una mesa y espera a que las cosas sucedan.

Coge el teléfono la próxima vez que te llame.
  Sé buena, María, pórtate bien.

1 comentario:

Ainiktés dijo...

La solución es que Enrique es el asesino