11 de septiembre de 2010

La novela que siempre quise escribir I

Éste microrrelato de hoy, un poco ya mayorcito en cuanto a extensión, es también mayor de edad porque cumple nueve años, tiempo más que suficiente para que el que lo escribió se diera cuenta de que no hay cosa peor que alguien que no sirve para algo y sin embargo pone todos sus esfuerzos en servir para ese algo. Pertenece a un librillo la mar de interesante y divertido titulado El salvador del país de las musarañas. A ver qué os parece.

Después de que John McCoist, el acaudalado informático neoyorquino, descubriera que su incursión en los archivos del Servicio Secreto de la

NIIOMTPLABOPARMBETZHELBETRABSBOMONIMONKONOTDTEKHSTROMONT (y la consecuente averiguación de que el mismísimo Presidente, a través de terceros, había sido el autor de un presunto crimen pasional) podría ser nociva para su salud [a ello ayudó tres tiroteos y cuarto además de una intentona de envenenamiento por parte de una despampanante y rubia agente del FBI], decidió hacer una visita a su ex-mujer, Gloria, ex-investigadora a fin de encontrar ayuda para deshacer el nudo gordiano de la trama, que, dicho sea de paso, no era pelo de gorrino aunque era de sospechar desde la primera página de la novela, mejor dicho, desde el prólogo (la primera página era una página de cortesía). Ex-Gloria, era de verse, no se mostró entusiasta con demasía ante la reaparición de John, quien tras haber notado, no sin tardanza, la colocación de una bomba lapa (nitroglicerina y amonal) en su Cadillac del setenta y tantos llegaba algo traspuesto, comprensiblemente. John desajustó la bomba del coche, trató de desactivarla y al final, claro, le explotó en las narices. Colocaría el parabrisas del Cadillac en una vitrina de su estancia como recuerdo.

Una vez cumplido con el protocolo [asombro de Gloria y abofeteo prolongado de la calcinada faz de John] y haber rememorado los tiempos pretéritos antecedentes, John y Gloria, Gloria y John, acabaron felizmente en la cama (los dos en la misma y durante cerca de un centenar de páginas). Allí Gloria se puso al corriente del meollo, rompió un jarrón (sin flores) en la cabeza de John para después admitir que había obrado vulgarmente y manifestar que, aún estando plenamente convencida de perecer en el intento, ayudaría a su ex-marido. Para dar fe de su seguridad se comprometió a casarse con John de nuevo en el caso de que saliera ilesa del periplo.

(Continuará...)

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