18 de septiembre de 2010

La isla ciudad

Todos los años suelo prodigarme en algún comentario sobre ese extraño fenómeno conocido como La noche en blanco. Este año no lo he hecho a su debido tiempo principalmente, por que la mía fue una verdadera noche en blanco y no tuve a bien tener nada que ver con lo que pasó en Madrid aquella noche.
Pues bien, anoche, cuando ya creía que había escapado de la fiebre cultural que tuvo lugar aquel día, visité de casualidad el barrio de La latina y nos encontramos con lo que han llamado un grupo de arquitectos La isla ciudad. La isla ciudad viene a ser un solar remozado que alberga una obra de sitio específico. La arquitectura efímera se presenta como lugar común de reciprocidad e intercambio y la realidad social pasa a protagonizar los contenidos e intenciones de esta obra. Es un espacio para que el ciudadano abandone un poco los usos normativos de la ciudad, se divierta, se culturice y haga un poco de sociedad, si le place. 
A pesar de tratarse de una cosa efímera, como digo, el proyecto se ha mantenido vigente pasada La noche en blanco, cosa que he de reconocer que me agrada bastante porque los actos culturales deberían de prolongarse todo lo posible y, en suma, creo que debería de haber más. Quizá así, de paso, evitaríamos la masificación de La noche en blanco. En este espacio se han realizado talleres, juegos infantiles, música, cine… me gusta el concepto de los arquitectos de generar otros mundos posibles. La verdad es que el rato que estuve no pude ver ninguna actividad, todo lo más, lo que vi fue un montón de gente consumiendo en un chiringuito que estaba en el solar estratégicamente situado. Este otro mundo estaba construido a base de tablas de madera de aspecto desordenado alrededor de una piscina artificial, recuerdo también que había unos baños y varias zonas de esparcimiento. Traigo algunas fotos pero son algo malas.
La propuesta, conceptualmente, me pareció bastante bien trabada y no pude evitar sentirme identificado en algunos puntos con los autores del proyecto. No obstante quiero señalar algunos puntos en contra, que no quiero que desmerezcan la obra sino que inviten al lector a reflexionar. Siempre es sano ir contra corriente y opinar de forma crítica, teniéndolo en cuenta más como ejercicio intelectual que como afán de polemizar.
Punto 1: El parque temático. La semejanza de La isla ciudad con un parque temático a veces puede parecer evidente, haciéndonos olvidar que en vez de encontrarnos ante un hecho artístico nos encontramos ante un fenómeno lúdico. El fomento del consumo dentro del parque (chiringuito) y el patrocinio de la cerveza Mahou no hace sino aumentar este paralelismo.
Punto 2: Intervención. Siempre he defendido que el espectador exceda sus funciones tradicionales y me gustó pensar, viendo La isla ciudad, que acaso los espectadores pudiéramos haber interactuado mejor con la arquitectura. Ciertas asociaciones llevan a la práctica este concepto mucho mejor que La isla ciudad. Dichas asociaciones suelen hacerse cargo de un solar, un edificio, una casa abandonada… y entre una comunidad sin distinción jerárquica reconstruyen ese espacio para dominio público y sin ánimo de lucro, valiéndose de medios con un alto grado de improvisación. Al fin, La isla ciudad no podía evitar parecerse, en cierta manera, a un kit de Ikea. Fácil, desmontable, etc.
Punto 3: El artista-mediador. Coincido plenamente con la idea de que el arte puede ayudar a mejorar la vida de la gente, pero cuando el artista juega el rol de demiurgo de la paz y del buen rollo no puedo evitar cierto matiz de desconfianza. Creo, como he dicho, que el arte es hasta imprescindible dentro de la vida misma, pero siempre el arte no deja de ser una cosa inútil y hasta cierto punto frívola. Una cosa completamente inútil y deseable por sí misma, no se puede pedir más. Si nuestra meta como artistas es únicamente mejorar, en cierto sentido, la vida del ciudadano, al final siempre va a resultar más práctico y efectivo actuar desde otro plano. El arte puede ser una obra social, pero en ningún caso puede convertirse en una obra social tan imprescindible como la ayuda que reciben grupos de verdaderos desfavorecidos sin la cual, posiblemente, vivir sería una misión imposible. 

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