29 de septiembre de 2010

La novela que siempre quise escribir III

Segunda parte. Lloró John y juró venganza, de modo que desmanteló la sede del Servicio Secreto del Laboratorio para operaciones de encofrado, estructuras, hormigón y hormigón (armado) para construcciones monolíticas del Departamento de Tecnología de la Construcción-operaciones de montaje del Instituto de Investigaciones de la Organización para la mecanización de la construcción y asistencia técnica de la Academia de Construcción y arquitectura de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que había lavado el cerebro a Gloria y se retiró a su ostentoso bungaló en el bosque.

La felicitación del Presidente no se hizo esperar. John pidió perdón a su amigo de la infancia por haber dudado de él mas, cuando estrechó su mano, descubrió que el Presidente portaba con gracia un anillo de la difunta Gloria (que no había muerto, pero eso ya es parte de la segunda novela). Sin pensárselo dos veces (con una bastaba y sobraba) John asesinó al presidente y fue encarcelado con lo que, ya en prisión, John descubrió que había padecido una grave esquizofrenia paranoica y que tanto su ex-mujer como el Presidente habían sido buenas personas.

(Fin de la entrega).

24 de septiembre de 2010

La novela que siempre quise escribir II

Y aquí tenemos la continuación de aquel magnífico relato protagonizado por John.

Ambos lograron no sin apuro entrar en la acordonada escena del crimen (el apartamento del motel-burdel en donde el Presidente…) y no sin dificultad dar con los planes de Gobierno que se escondían celosamente en el cajón de una mesilla de noche (buen sitio para guardar documentos). Gloria, linterna en mano, examinó a conciencia los documentos y los juzgó de altísimo secreto de Estado, inmorales, ilícitos, antidemocráticos, y escandalosos en general. John, caprichos del sino, que además de pardillo fuera -a todo esto que pequeño es el mundo-, íntimo amigo del señor Presidente, se debatió en el conflicto entre creer a un político o a su ex-mujer. Difícil tesitura que solventó confiando en la segunda, craso error, como a continuación se verá.

Con el tiempo y unas cuantas averiguaciones John descubrió que durante su matrimonio Gloria ésta le había sido infiel amén de que pertenecía al Servicio Secreto de la

NIIOMTPLABOPARMBETZHELBETRABSBOMONIMONKONOTDTEKHSTROMONT justo en el momento en el que ésta le iba a apuñalar por la espalda con no muy buenas intenciones. Gracias a que el maestro de kárate de John le había enseñado a la edad de cinco años cómo desviar un ataque sorpresa, el informático pudo atrapar el puñal, encajar un puño en su ex-mujer y paladear una ensaimada al mismo tiempo y a ritmo de tango. Sin embargo no pudo evitar que Gloria se precipitase, del impulso, por una de las ventanas del décimo piso y que cayese justo encima de su recién estrenado Ford del sesenta y tantos.

(Continuará...)

18 de septiembre de 2010



La isla ciudad

Todos los años suelo prodigarme en algún comentario sobre ese extraño fenómeno conocido como La noche en blanco. Este año no lo he hecho a su debido tiempo principalmente, por que la mía fue una verdadera noche en blanco y no tuve a bien tener nada que ver con lo que pasó en Madrid aquella noche.
Pues bien, anoche, cuando ya creía que había escapado de la fiebre cultural que tuvo lugar aquel día, visité de casualidad el barrio de La latina y nos encontramos con lo que han llamado un grupo de arquitectos La isla ciudad. La isla ciudad viene a ser un solar remozado que alberga una obra de sitio específico. La arquitectura efímera se presenta como lugar común de reciprocidad e intercambio y la realidad social pasa a protagonizar los contenidos e intenciones de esta obra. Es un espacio para que el ciudadano abandone un poco los usos normativos de la ciudad, se divierta, se culturice y haga un poco de sociedad, si le place. 
A pesar de tratarse de una cosa efímera, como digo, el proyecto se ha mantenido vigente pasada La noche en blanco, cosa que he de reconocer que me agrada bastante porque los actos culturales deberían de prolongarse todo lo posible y, en suma, creo que debería de haber más. Quizá así, de paso, evitaríamos la masificación de La noche en blanco. En este espacio se han realizado talleres, juegos infantiles, música, cine… me gusta el concepto de los arquitectos de generar otros mundos posibles. La verdad es que el rato que estuve no pude ver ninguna actividad, todo lo más, lo que vi fue un montón de gente consumiendo en un chiringuito que estaba en el solar estratégicamente situado. Este otro mundo estaba construido a base de tablas de madera de aspecto desordenado alrededor de una piscina artificial, recuerdo también que había unos baños y varias zonas de esparcimiento. Traigo algunas fotos pero son algo malas.
La propuesta, conceptualmente, me pareció bastante bien trabada y no pude evitar sentirme identificado en algunos puntos con los autores del proyecto. No obstante quiero señalar algunos puntos en contra, que no quiero que desmerezcan la obra sino que inviten al lector a reflexionar. Siempre es sano ir contra corriente y opinar de forma crítica, teniéndolo en cuenta más como ejercicio intelectual que como afán de polemizar.
Punto 1: El parque temático. La semejanza de La isla ciudad con un parque temático a veces puede parecer evidente, haciéndonos olvidar que en vez de encontrarnos ante un hecho artístico nos encontramos ante un fenómeno lúdico. El fomento del consumo dentro del parque (chiringuito) y el patrocinio de la cerveza Mahou no hace sino aumentar este paralelismo.
Punto 2: Intervención. Siempre he defendido que el espectador exceda sus funciones tradicionales y me gustó pensar, viendo La isla ciudad, que acaso los espectadores pudiéramos haber interactuado mejor con la arquitectura. Ciertas asociaciones llevan a la práctica este concepto mucho mejor que La isla ciudad. Dichas asociaciones suelen hacerse cargo de un solar, un edificio, una casa abandonada… y entre una comunidad sin distinción jerárquica reconstruyen ese espacio para dominio público y sin ánimo de lucro, valiéndose de medios con un alto grado de improvisación. Al fin, La isla ciudad no podía evitar parecerse, en cierta manera, a un kit de Ikea. Fácil, desmontable, etc.
Punto 3: El artista-mediador. Coincido plenamente con la idea de que el arte puede ayudar a mejorar la vida de la gente, pero cuando el artista juega el rol de demiurgo de la paz y del buen rollo no puedo evitar cierto matiz de desconfianza. Creo, como he dicho, que el arte es hasta imprescindible dentro de la vida misma, pero siempre el arte no deja de ser una cosa inútil y hasta cierto punto frívola. Una cosa completamente inútil y deseable por sí misma, no se puede pedir más. Si nuestra meta como artistas es únicamente mejorar, en cierto sentido, la vida del ciudadano, al final siempre va a resultar más práctico y efectivo actuar desde otro plano. El arte puede ser una obra social, pero en ningún caso puede convertirse en una obra social tan imprescindible como la ayuda que reciben grupos de verdaderos desfavorecidos sin la cual, posiblemente, vivir sería una misión imposible. 

11 de septiembre de 2010

La novela que siempre quise escribir I

Éste microrrelato de hoy, un poco ya mayorcito en cuanto a extensión, es también mayor de edad porque cumple nueve años, tiempo más que suficiente para que el que lo escribió se diera cuenta de que no hay cosa peor que alguien que no sirve para algo y sin embargo pone todos sus esfuerzos en servir para ese algo. Pertenece a un librillo la mar de interesante y divertido titulado El salvador del país de las musarañas. A ver qué os parece.

Después de que John McCoist, el acaudalado informático neoyorquino, descubriera que su incursión en los archivos del Servicio Secreto de la

NIIOMTPLABOPARMBETZHELBETRABSBOMONIMONKONOTDTEKHSTROMONT (y la consecuente averiguación de que el mismísimo Presidente, a través de terceros, había sido el autor de un presunto crimen pasional) podría ser nociva para su salud [a ello ayudó tres tiroteos y cuarto además de una intentona de envenenamiento por parte de una despampanante y rubia agente del FBI], decidió hacer una visita a su ex-mujer, Gloria, ex-investigadora a fin de encontrar ayuda para deshacer el nudo gordiano de la trama, que, dicho sea de paso, no era pelo de gorrino aunque era de sospechar desde la primera página de la novela, mejor dicho, desde el prólogo (la primera página era una página de cortesía). Ex-Gloria, era de verse, no se mostró entusiasta con demasía ante la reaparición de John, quien tras haber notado, no sin tardanza, la colocación de una bomba lapa (nitroglicerina y amonal) en su Cadillac del setenta y tantos llegaba algo traspuesto, comprensiblemente. John desajustó la bomba del coche, trató de desactivarla y al final, claro, le explotó en las narices. Colocaría el parabrisas del Cadillac en una vitrina de su estancia como recuerdo.

Una vez cumplido con el protocolo [asombro de Gloria y abofeteo prolongado de la calcinada faz de John] y haber rememorado los tiempos pretéritos antecedentes, John y Gloria, Gloria y John, acabaron felizmente en la cama (los dos en la misma y durante cerca de un centenar de páginas). Allí Gloria se puso al corriente del meollo, rompió un jarrón (sin flores) en la cabeza de John para después admitir que había obrado vulgarmente y manifestar que, aún estando plenamente convencida de perecer en el intento, ayudaría a su ex-marido. Para dar fe de su seguridad se comprometió a casarse con John de nuevo en el caso de que saliera ilesa del periplo.

(Continuará...)

10 de septiembre de 2010

Quiero quedar contigo



Notas de jazz acompañaban a María mientras limpiaba la barra del bar que regentaba. Anteriormente se había ocupado en colocar los taburetes en una ordenada fila, vaciando copas y ceniceros, repasando mentalmente qué había de comprar mañana…

Enrique la rodeó con sus brazos, sorpresivamente, y le dio un beso en la mejilla. María encontró descanso en el abrazo de Enrique pero no pudo evitar el cansancio, la insatisfacción y cierta tristeza que se había instalado en su ánimo con propósito de permanecer allí una larga temporada. ¿Hacía lo correcto? ¿Era aquel bar lo que deseaba en su vida? Mientras Enrique descendía al sótano descubrió el sonido de una trompeta y esta trompeta fue el cicerone de un acceso a un extraño mundo. Una luna en medio del claro de una selva palpitante e inexplorada. Detuvo sus labores nuestra protagonista cuando el sonido del instrumento se extinguió, dando un profundo respiro. Desde el sótano llegó un golpe sordo; algo había caído de algún estante, una puerta se había cerrado de golpe… Enrique era un hombre fuerte pero quizás cargaba a menudo con demasiado peso. Llegaría el día en el que no podrían mantener aquel local, llegaría el día en el que no podrían desempeñar aquella condenada rutina. Aquel escenario sólo era la antesala de un futuro poco prometedor.

Mientras reflexionaba sobre todo esto advirtió que algún cliente debía haber olvidado un objeto. Descansaba en una silla. María lo examinó. Se trataba de un muñeco, una especie de marioneta. Era raro porque no recordaba que algún niño hubiera entrado al bar ese día. Quizá se trataba de un regalo pero el muñeco parecía sucio y viejo. Mientras repasaba mentalmente todas las personas que había visto, de súbito su celular empezó a repiquetear y María abandonó descuidadamente el muñeco.
Era ya tarde, la gente dormía… pero bien pudiera tratarse de algún amigo suyo -solían pasarse por el bar- que hubiera olvidado algo… quizá la misteriosa marioneta fuera, al fin, la clave. De cualquier forma María decidió no descolgar el teléfono. Cuando éste enmudeció, sintió un profundo alivio. Nada más terminó de limpiar la barra, se dispuso a llenar de agua el cubo de la fregona. El jazz se detuvo y nuestra protagonista se concentró en el sonido del grifo. El agua caliente despedía vapor. Mientras fregaba, se sintió observada y en un acto reflejo dirigió la vista a través de las empañadas ventanas del local. La calle permanecía muda, oscura y solitaria. Era aquella marioneta la que había permanecido vigilándola hasta que María la retiró de la mesa donde había quedado postrada, inerte, recogiéndola en una caja.

¿No estaba Enrique tardando demasiado en subir? María se asomó a la puerta del sótano y vio luz al fondo de la escalera. Llamó a su novio, pero no obtuvo respuesta alguna.

Era posible que Enrique no le oyera pues las paredes del sótano eran bastante gruesas. Consideró descender las escaleras en su busca pero había bastante por hacer y no quería demorarse más de lo que ya lo había hecho.

La música reanudaba su programa. María quitó el disco antes que una cantante negra dibujase brillantes escalas. Aquella canción delataba su presencia, acentuando su soledad. Los músicos tocaban para nadie, el local se asimilaba entonces al comedor de un barco hundido, con todas las mesas servidas, con todas las luces encendidas, pero sin nadie en él e inundado de agua. María revisó los grifos y los cajones, incluso la caja donde había guardado la marioneta pero el juguete ya no se encontraba allí. Quizás no lo guardó en aquella caja o quizás sí, pero con posterioridad lo había cambiado de sitio. Se imaginó a la marioneta mirándola desde el rincón menos iluminado y más insospechado.

Nerviosa, consultó la hora en el teléfono móvil. Definitivamente Enrique estaba demorándose más de lo habitual. Alguien, entretanto, había dejado un mensaje de texto en su buzón, posiblemente ahora sabría el motivo de la llamada anterior.

¿De qué tienes miedo?

María le restó importancia. Imaginó que se trataría de una broma de mal gusto.
Maldito Enrique, ¿por qué tardas tanto?

Volvió al pie de la escalera del sótano. Ya no había luz allí abajo. De nuevo María llamó a Enrique unas cuantas veces sin obtener respuesta. Iba a descender la escalera cuando el teléfono volvió a repiquetear. Se trataba de otro mensaje.

Baja si quieres ver a tu novio muerto en el sótano.

María sintió un nudo en la garganta. Todo aquello no podía ser real. De súbito cerró la puerta del sótano y tomó la resolución de escapar de allí. No importaba lo que estuviera ocurriendo. No quería descubrirlo, sólo despertar de aquel mal sueño en el resguardo de su hogar, con la clara luz del día. ¿Dónde estaba Enrique? ¿Quién le estaba enviando aquellos mensajes macabros? La puerta del bar se encontraba cerrada, había de encontrar las llaves si pretendía salir. Pero no sabía donde estaban. Quizás Enrique las tuviera pero ahora… ahora estaba muerto en el sótano. ¿Realmente era así? ¿Quién más podía estar allí abajo? Los acontecimientos empezaban a confundirse, el tiempo se contraía y se dilataba como un acordeón…

No intentes contactar con nadie, tranquilízate. No encontrarás las llaves y la puerta es demasiado resistente como para intentar tirarla abajo. Esto es lo que vamos a hacer: apaga las luces, siéntate en una mesa y espera a que las cosas sucedan.

Coge el teléfono la próxima vez que te llame.
  Sé buena, María, pórtate bien.

Viajes




Un poco de turismo

En Mallorca, concretamente en el municipio de Manacor, tuve el privilegio de ver de cerca un yacimiento prehistórico muy bien conservado. Las dos primeras fotos corresponden a las culturas naviformes que se asentaron en la isla alrededor del 1.400 a.c. Las siguientes, son obra de culturas talayóticas en asentamientos que posteriormente serían ocupados por romanos y musulmanes. Todavía se están realizando excavaciones y el acceso es libre lo cual está muy bien porque es un poco absurdo pagar por ver cuatro piedras.