26 de diciembre de 2008

El viaje de Antonio

Gran aparición de un servidor en la pequeña pantalla, concretamente, en la serie Cuéntame cómo pasó, en el último capítulo de la décima temporada Ha pasado un ángel. Música de Dedos magos desde el minuto 48:14 a 50:28, algunos ya conoceréis la sintonía.
Enlace del capítulo
http://www.rtve.es/alacarta/la1/temas/series.html#368628
El capítulo fue lo más visto en el día de navidad, con 4.337.000 de espectadores y un share medio del 21,4%. Sinceramente, no sé qué es eso del share, lo que sí sé es que antes del día de navidad habíamos escuchado la pieza unas seis o siete personas, que luego, al presentar la pieza en otros lugares como la facultad e internet se convertirían en quince más a lo sumo.



Tras esta breve incursión en el mainstream retorno a los sórdidos parajes que acostumbro frecuentar. Aquí el viaje de Antonio en una grabación más nítida y algo posterior.

4 de diciembre de 2008

Carteles en la calle (donde deberían estar)





Queremos hoy realizar un recorrido por cuatro obras que han empleado medios que utiliza el ciudadano para anunciar algo. Puede tratarse de pisos en alquiler, pequeños trabajos de albañilería, clases a domicilio…

La primera de ellas corresponde a la intervención ciudadana y anónima. Posiblemente un/a tal A.O.V. declara su amor a un/a tal J.R.T. utilizando los medios de anouncement casero y marqueting urbano.
Esta obra nos lleva a otra que no está documentada. Se trataba de una barandilla en la estación de Atocha, en un lugar recoleto y apartado. La inscripción reflejaba una petición de mano manuscrita con su respuesta también, y la respuesta, por si a alguien le interesa, era un sí quiero. Ignoramos hasta qué punto esta petición es seria, pero eso no impide imaginarnos a la supuesta pareja de casados en su aniversario yendo a la estación de Atocha, a su rinconcito, para leer la inscripción. En los dos casos, esto es, en el caso de la petición de mano y el cartel de la declaración de amor, la ciudad, ese espacio común, aséptico y neutro, se convierte en depositario de una historia íntima y personalísima, de declaraciones profundas y llenas de vida. Las huellas humanas, torpes y efímeras, aparecen como anotaciones o aun dibujos descuidados en un vetusto pliego de papeles mecanografiados con margen justificado y fuente Arial, diez puntos. Este pliego de papeles es la ciudad.

El segundo trabajo también se apoya en el fenómeno ya presentado, en este vacío legal consistente en anunciarse con los escasos medios que uno dispone. Pablo Rubio, en su serie incomunicados, lo define así:

Una serie de no-signos que usurpan una técnica común de comunicación pública casera para proyectar un contenido poético.


Es seguro que si alguien  observa algo así y no está un poco sensibilizado con estas prácticas podría pensar que quien escribió el anuncio lo pegó al revés o que, con la lluvia, la tinta ha desaparecido. Puede señalarse que el enfoque artístico ha convertido este mensaje en algo a la vez que inútil, abierto a cualquier tipo de interpretación o incluso intervención. 

Eltono, artista urbano, también se ha adoptado el lenguaje de la ciudad y ha efectuado un giro irónico.
Finalmente, la siguiente obra estuvo expuesta en la feria de y la firma Busto Bocanegra. Se trata de un panel gigante compuesto a base de anuncios. Acompañando a la obra, aparecía una escueta definición de los medios de publicidad casera y algunas notas. Por ejemplo, se nos dice que los anuncios representan un sistema de economía sumergida normalmente hecho para inmigrantes y que son un medio precario y eficaz, vivo, que se superpone e invade los espacios con impunidad.



3 de diciembre de 2008

Escaleras

Las de la izquierda, bajan; las del centro suben o bajan y las de la derecha suben.

12 de noviembre de 2008

27 de octubre de 2008

FRENE


En un vagón de la red de cercanías, alguien había arrancado el logotipo de RENFE de su correcta ubicación y lo había trastocado por el de FRENE, en un perfecto anagrama. Apareció en un lugar donde no suele haber mensajes, pero de manera discreta. Algunos bordes se habían despegado, lo cual desvelaba que las letras habían sido extirpadas del lugar donde estaban.

El transporte público a menudo es objeto de campañas más o menos artísticas o más o menos organizadas, es el caso de la Red Retro:


Estos sistemas de transporte onírico, a través de sutiles intervenciones de carácter poético y crítico trastocan la cartelería propia de la red componiendo mensajes, alterando recorridos. Como botón, la indicación de la estación “Palos de la frontera” por “Palos en la frontera”.

En estos casos hablamos de autores que, por motivos legales, prefieren permanecer en el anonimato. ¿Es arte? ¿No es arte? Al margen del debate que suelen provocar manifestaciones últimas que no se pueden reconocer fácilmente de acuerdo a nuestras convenciones artísticas más ortodoxas, sí es claro que no hablamos de objetos comerciales. Son expresiones que pueden surgir en cualquier lugar, de cualquier forma; que pueden ser realizadas por cualquiera y observadas por todo el mundo. No son diestras ni especializadas, ni, como señalamos, mucho menos susceptibles de ser intercambiadas por un valor monetario. Podríamos ir más lejos todavía añadiendo que el residuo de estas intervenciones, en el caso de ser reproducidas y comercializadas, siendo extraídas de su contexto, pierden sentido. Aunque actualmente manifestaciones de arte de todo tipo tengan cabida en museos y galerías, especialmente aquellas inspiradas en el idealismo del 68, no deja de ser extraordinario este hecho y hasta cierto punto contradictorio.

15 de octubre de 2008

A guiso de explicación de algunas fotos aparecidas en esta página

El paseo por la ciudad es, a mi ver, una impostura, todo lo contrario que vagar por el medio natural donde el acto parece envuelto de cierta espiritualidad. Esto ya lo he dicho en otros sitios pero no me importa repetirlo nuevamente. Las calles son vías que pretenden organizar y pautar los desplazamientos y esto las hace ciertamente incómodas. Entiéndase, son muy cabales los órdenes planificados, pero a veces nuestras necesidades no son, por decir, siempre prácticas y cabales. Lo que quiero expresar es que quizá sea lo más práctico vivir en un cuadrado donde cada cosa está en su sitio –valga la aproximación– pero a lo mejor uno se siente más a gusto, por poner, en un óvalo. Lo característico de aquel cuadrado es que será siempre eso mismo, un cuadrado, mientras que el óvalo puede convertirse en círculo, o en huevo, esto es; que no tenemos que conformarnos con adaptarnos a un sitio cuando el sitio puede adaptarse a nuestro pensamiento. Los efectos y las formas del ambiente geográfico repercuten directamente sobre las emociones del individuo y el comportamiento de las personas. Esto ya lo advirtieron, entre otros, los situacionistas, elaborando propuestas de lo que se hoy consideramos un urbanismo alternativo. Si vives en un cuadrado probablemente acabes pensando de forma cuadrada. Estos situacionistas eran unos personajes ciertamente entrañables que no querían vivir en cuadrados ni andar las calles para ir de casa al trabajo, del trabajo al centro comercial y del centro comercial a casa. En este sentido, me imagino la vida de un antiguo romano viviendo en una de sus antiguas ciudades, todo lleno de cuadrados del mismo lado y de calles de la misma medida, algo así como vivir en el ensanche de Barcelona o en cualquier otro sitio donde nuestros queridos urbanistas colocan un papel cuadriculado y dibujan un tablero de ajedrez. Si pensamos cabal y prácticamente es imposible perderse en uno de estos lugares por la sencilla razón de que todo está, en apariencia, más ordenado, pero lo artificial de este hecho convierte la geografía en un laberinto. No importa cuánto has andado, siempre te parecerá estar en el mismo sitio porque todo es igual. En el sentido opuesto estarían quizá esos antiguos palacios persas con su sistema de apadana, un complejo ingenioso de tapices corredizos que convertían el edificio en un espacio multifuncional y adaptable a capricho. Si el jerarca se levantaba ese día de buen humor corría los tapices y celebraba una fiesta en un gran salón y, si acaso venía su primo a visitarle, pues le preparaba una habitación. A simple vista puede parecer una mera cuestión de espacio, pero es, como digo, mucho más; la concepción de un espacio va ligada al pensamiento.


La mayoría de los espacios de la ciudad son vías de tránsito, no de estancia. Quedarse parado en la ciudad es difícil pues no sólo hay pocos lugares destinados a tal fin sino que el hecho de pararse parece suponer un retroceso en la ferviente actividad productiva. Esta actividad gobierna el trazado de la ciudad. No sé si viene a cuento o no, el caso es que el otro día visité el blog de un colectivo artístico cuyo nombre no recuerdo y descubrí a un señor tumbado en medio de la calle. Supongo que algo de todo esto le vendría a la cabeza. Un aspecto particularmente molesto de aquella relación tránsito-producción es la sobreabundancia de carteles, letreros luminosos, simbología... estos mensajes son de todo tipo; indicativos, informativos, publicitarios, comerciales e incluso personales y hasta subversivos. Por norma general son grandes para que se puedan ver desde cualquier sitio y cortos para que se puedan leer con prisa y sin esfuerzo. Unos mensajes que tenemos la obligación de ver y a los que no podemos contestar, la analogía con la televisión, en este caso, me parece clara. La única diferencia con la televisión estriba en que tú puedes apagarla y no verla mientras que toda la parafernalia a la que me refiero es imposible evitarla. En algunos sitios se ha tratado de regular este fenómeno y las propuestas han sido varias; desde la ciudad de São Paulo, donde se ha suprimido toda publicidad, hasta Madrid, donde el gobierno habilitó no hace demasiado tiempo unos polémicos espacios especialmente concebidos para ubicarla. El clásico conflicto de los gobiernos contra el graffiti es otro ejemplo de lucha contra la contaminación visual que, ya digo, puede ser varia y diversa.

Mi propuesta se centra en alterar este tipo de realidades como respuesta a aquellos mensajes. En principio, estoy tomando fotografías de letreros y cambiando el orden de las letras para formar nuevas palabras en un juego más o menos poético pero sin descartar la posibilidad de intervenir directamente sobre los carteles, siempre y cuando dicha intervención fuera respetuosa.

29 de septiembre de 2008

- ¿qué opina usted de rémora, don Matías? -. Don Matías no se acostumbraba al don ni a aquellas odiosas preguntas. - ¿De quién? - De rémora ¿no le parece escultural, culminante, como cenagal? - Me convence más vincapervinca, qué quiere que le diga. - No sé, don Matías, a mi me parece un juego de palabras - y a don Matías la poesía le parecía eso mismo. - ¿Y maltusiano, no le suena culminante maltusiano? - Da lástima, parece una enfermedad. - ¿Cárdeno, quizás? - No, cárdeno no, más bien cimarrón. - ¿Cimarrón le parece culminante? - No hombre, maltusiano me parece más cimarrón que cárdeno. - Yo le proponía cárdeno antes que rémora. - Ah, en ese caso, usted perdone, lleva razón; cárdeno, sí, suena escultural.- ¿Y cenagal se lo parecía? - Sí, pero me quedo con cárdeno. Muchas gracias don Matías, me había quedado trabado. - Encontró una rémora, querrá decir. - ¿Cómo? - Sí, un obstáculo. - Ruego que me disculpe, don Matías, pero me tiene en ascuas. - Déjelo, era un chiste desafortunado -. El otro repuso, muy serio: - si quiere ser poeta, don Matías, debe empezar por olvidarse de los significados. - Ya, ya, la poesía me interesa sobremanera pero yo me marchaba, adiós y buenas noches. - ¿Tan pronto? - Mañana tengo que personarme en el periódico. - ¡Oh, el arte es mercenario! mercenario suena a mecenas, a mercantil, a mercurio, a mercería y a merluza ¿no cree don Matías? - Mucho, mucho. ¿Sabe usted que esto de la poesía dentro de poco va a ser considerada como una enfermedad cerebral? - ¿Qué me dice? ¡Lo que faltaba! -. Interrumpió la conversación una dama - a propósito, don Marías, leí su artículo en el adelantado, qué duro es usted don Marías -. Matías Gris se envaneció un poco y llegó a agradecer el cumplido - sería más duro si no me censuraran siempre medio artículo en cuanto a mi nombre, es don Matías señora…. - Señorita Rosaura, Rosaurita para mis amigos. - Señorita Rosaura, de momento, yo don Matías, encantado, Ma-tí-as. - Quizá ese artículo tan duro que leí no fuera suyo, usted dispense, creí que usted se llamaba Marías. - ¡Oh, el arte es fugitivo! fugitivo evoca fuego, fusil…. - Por cierto señores, permítanme hacer una pregunta a don Matías...
[Las torres de papel. Cap. XIII].

Low-tech music

30 de agosto de 2008

Respecto al matrimonio

nuestra sociedad es pluralista y acepta sus dos formas básicas: la monógama y la polígama, siendo más frecuente la poliandria que la poliginia, mas esta última también es lícita. También son lícitos los matrimonios entre homosexuales y los matrimonios grupales mas estos, si cabe, son quizás menos frecuentes que la poliginia. Los primeros no perpetúan la especie, los segundos son proclives a disolverse en una red de celos y discordia. Nuestro sistema matrimonial ha sido diseñado para adaptarse a las condiciones naturales; según sea mayor el número de individuos de un sexo u otro el Estado establece el régimen de casamiento, equilibrando la diferencia y asegurando la correcta perpetuidad de la especie. Por lo habitual, excluyendo la poliginia y demás casos poco habituales, conforme a la riqueza del consorte femenino a este se le permiten tener más o menos esposos. La reina, por poner, creo que tiene cerca de ciento doce y es que el matrimonio está estrechamente relacionado con el poder adquisitivo y el status social. El primer consorte masculino tiene prioridades sobre los demás, estando al cargo de los fetiches de la casa. El segundo consorte tiene el deber de afeitar la cabeza a su esposa y cortarle las uñas. El tercer consorte tiene la misión de caminar sobre las palmas de las manos para favorecer el agrado de los dioses. El cuarto consorte ha de caminar sobre ascuas al rojo vivo cada vez que la esposa no acude al templo, al quinto se le prohíben comer habas… así en lo sucesivo, imponiéndose cada vez trabajos más difíciles y denigrantes conforme se desciende en el sistema piramidal de forma que así se impide que el casamiento lastre el progreso social pues nadie quiere ser un décimo esposo -. Intrigado, pregunté a Daín por los fetiches del primer esposo. - Son objetos en los que residen las almas o espíritus de los difuntos, importantes en los rituales religiosos. Cada familia conserva sus fetiches y contra más fetiches se conserven más prestigiosa es entonces la tradición familiar. Nuestra poliandria es del tipo fraternal. Así, cuando un hombre se casa, se convierte también en consorte de todas las hermanas de su mujer. La endogamia sólo está reservada a los dioses y a los reyes por causas evidentes: sólo alguien de la más alta condición puede casarse con su igual. Nuestros dioses, de hecho, sólo pueden casarse consigo mismos. En suma, el Estado determina como conveniente la exogamia; así la sociedad se renueva, aumenta sus vínculos de amistad y relación. El traspaso de los bienes antifernales, de gran importancia en nuestra cultura, se producen en un ceremonial en el que se establecen los derechos sobre el cónyuge, el carácter legal del matrimonio y el status de los vástagos. Si no se pagan los bienes antifernales decimos que el matrimonio es inmoral y los hijos de este matrimonio tendrán dos cabezas. Si una mujer no paga los bienes antifernales su consorte puede hacer uso de la siguiente fórmula: “¿puedo preguntarte dónde orinó tu ganado?” lo que quiere decir que es demasiado pobre o ruin para haberse casado en debida forma con él. La orina del ganado representa un papel importante dentro del matrimonio. Si el consorte está interesado en una dama, para averiguar su condición o status, ha de sumergir la cabeza en los orines del ganado. Si el ganado no orina, orina poco o de forma irregular, esto es seña de que la dama no proviene de buena familia -.
[El salvador del país de las musarañas, cap. 5].

6 de agosto de 2008

“Un día, desocupado lector, te levantas sin más,

al igual que te levantas cada día después de otro. Te levantas todos los días y si no te levantaras un día, tendrías que levantarte otro, porque quien no se levanta ni un día ni otro es porque está muerto. Ese día, lector desocupado, no trates de retenerlo en tu memoria, no merece la pena, a menos que suceda algo absolutamente excepcional no podrás recordarlo”. Lo confundirás con otros días, lo terminarás olvidando, supondrás, simplemente lo que Wenceslao suponía, que se levantó un día como se levantaba otro día más. “Quizás te revelaras contra esta pedantería, quizá ese día no te diera la gana levantarte, qué vainas, aunque tuvieras que hacerlo, quizá no te levantaras ese día precisamente por tenerte que levantar; bastan las obligaciones a veces para intrigarte con planteamientos contrarios que nunca te atreverás a cumplir. Haces bien en no atreverte; si te atrevieras no serías un héroe, ni un loco, simplemente serías cadáver. Asimismo, como no, es igualmente probable que encontraras ánimos para emprender un nuevo día, quizá hasta te detuvieras a reflexionar unos instantes. "Habría que agradecerle a Dios" o "había que agradecer al menos a Nadie", habría que agradecer, concluyes, el inmenso privilegio de levantarte en un día como aquel. Miraste la calle inundada por las primeras luces desapacibles de la mañana agradecido, cada vez más admirado de tu dicha, ya que aunque no poseas todo cuanto se puede poseer, al fin y al cabo, sí tienes cuanto necesitas junto con lo más importante: voluntad suficiente como para conseguir cuanto puedas necesitar. Miraste la calle pero lo mismo te inundó la incomprensión y el vértigo, la náusea, reparando en tu insignificancia en estado de avance irremediable, en lo absurdo de aquella calle y en lo absurdo de tus inútiles pertenencias, tan inútiles como su posesor. Un día decidiste llevar la contraria a este texto abominable, nada más que un puñado de letras inconexas, "aunque no pueda recordar este día (a menos que suceda algo absolutamente excepcional), sí puedo vivirlo tal si de mi último día se tratara, aprovechar agradecido cada segundo, luchar por cada instante que pueda ganar". No, ese día en realidad no decidiste nada, los días no han de servirte de nada, ¿para qué los días? Sólo han de servir, en algún caso, para prolongar una agonía sin sentido.

Que un día te levantaras, pese a mirar la calle, o a reflexionar de una u otra manera, pese a que te levantaras en un día excepcional, no podrías recordarlo. Si reflexionas entusiasmado o hastiado se debe posiblemente a que hallas cenado bien o mal la noche anterior, eso, si has cenado. Si no has cenado posiblemente te levantes y reflexiones hambriento pero no te equivocas; el grado de tristeza o alegría de una persona, ya lo sabes, depende más de su estado interior o de su disposición física que de exteriores circunstanciales. Adviertes esto: si a todos los hombres les ocurriera una desgracia, iguales ante esa misma desgracia, no todos se sentirían en la misma medida desgraciados o, lo que es lo mismo, no todos los hombres sufren el mismo hambre aun padeciéndolo. Lo sabes, no te aflige el hambre pero ahora te martiriza el frío. Imaginas que habrá quien viva en esa gran explanada rusa cuyo nombre no acude a tu recuerdo pero lo tiene aunque no lo recuerdes[1], y a ese alguien posiblemente le cuelguen carámbanos de hielo de la nariz y no sea capaz de distinguir con la vista una locomotora a cinco metros aunque el mismísimo Zar Nicolás I la conduzca, a causa de la ventisca de nieve. Imaginas que ese entrañable ruso, pese a todo, se dirá que no tiene tanto frío, que el invierno pasado por aquellas fechas fue peor. Mas tú tienes frío, aunque ni nieve ni llueva tan siquiera, aunque el ruso no lo tenga y aunque tú puedas imaginártelo.
La verdad es que no reflexionas entusiasmado o hastiado si no se trata de una vez excepcional. El resto de los días que no son excepcionales te levantas y punto. Que te dirijas cabizbajo y sumiso al matadero o con la cabeza alta y triunfal hasta las puertas del Olimpo no importa demasiado. El destino que se abate sobre ti te alcanzará pienses lo que pienses, seas quien seas o quien digas ser, te guste o no. ¿Tiene ahora sentido hacer lo que haces? Tú lo haces y punto. A lo que haces no le buscas un profundo sentido, si buscases un profundo sentido estarías buscando un profundo sentido y no haciendo lo que haces.

[1] De Siberia podría tratarse aunque Rusia esté llena de explanadas y aunque Rusia misma, dado el extremo, pudiera considerarse (poéticamente, esto es, erróneamente) una explanada helada.

[Las torres de papel. Cap. VI].

...

El punto, en una apurada definición, es el final de la frase. Eso no basta. Habría que atender también a su función lógica, al comprender a través del punto el orden, el enlace y la dependencia de las ideas. ¿Y de aquella puntuación que permite traducir la ironía, la emoción; aquella puntuación que produce un cambio de registro que introduce cierta melodía en la frase? Un punto es el final de la frase, sea, pero tres puntos seguidos son tres puntos suspensivos. Utilícense para ahorrarle a uno palabras previsibles, vocablos molestos… omitir intervalos, dejar frases inconclusas…