Tenía un abrigo negro de plumas y trataba de limpiarlo.
Entre sus pliegues había pelos que se me habían caído. Me sorprendía encontrar
tantos, había verdaderas matas que se enredaban por doquier. Hallé incluso pelos largos de cuando estudiaba en la universidad y llevaba el pelo de esa manera.
Mis padres me decían que tendría que quedarme hasta por la noche a arreglar aquel desaguisado, pues los pelos también se habían caído por los suelos de mi antigua casa y era difícil barrerlos sin dejar rastro. Argumentaba que había pasado mucho tiempo despeluchando el abrigo, que continuaría al día siguiente, puesto que por la noche quería disponer de algo de tiempo libre.
Al final, accedí a pasar la noche restaurando el abrigo, pero entonces mis padres cambiaron de opinión y me aconsejaron que fuera a descansar.
Mi madre me decía que, de pequeño, siempre había buscado el cobijo y la sombra de las casas. Reflexioné sobre ello y me di cuenta de que, sobre todo en verano, sí era cierto que tendía a refugiarme en los espacios cerrados, más frescos y sombríos, como la antigua casa de mis primos.
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