27 de marzo de 2020

Discusión política

En el sueño de anoche me encontraba en el rellano de la escalera de mi antigua casa. Pablo Iglesias y Pedro Sánchez estaban discutiendo. Tras aquel desencuentro, se pusieron a hacer mi cama. Quise fotografiarlos sin que lo advirtieran para informar a mis contactos de tan insólito acontecimiento. En cierto modo, que los dos políticos trabajasen en una misma obra resultaba algo tranquilizador, o eso quería pensar. 

Hablaba con mi madre de la difícil situación política que atravesaba el país y mi madre decía que mi padre quería meter a mi hermano en el gobierno, quizá como embajador de Italia. Yo preguntaba si no sabiendo italiano era eso posible, si con saber inglés bastaba. No era un buen momento para aprovecharse de las instituciones, pero en un futuro esta designación podría ser viable. Había que permanecer a la espera de cómo se desarrollase la crisis sanitaria.

Mi padre estaba desinfectando un baño que se comunicaba con otro baño, en el que yo me encontraba, y veía pelusas yéndose por el desagüe.

22 de marzo de 2020

La tabla de surf

Soñé anoche que realizaba con mi hermano un viaje a la costa. Nos alojábamos en un hotel antiguo, con oscuros patios de luces y pasillos idénticos, puertas de madera. Fuimos a la playa y teníamos intención de visitar un puerto de aguas verdosas. Llevábamos con nosotros una tabla de surf para bañarnos.  

En la playa había un hotel, o un restaurante que era también una suerte de barco. El director de aquel alojamiento, trajeado, nos informaba que, si pretendíamos llevar la tabla de surf de vuelta a nuestro alojamiento, debíamos de recurrir a los servicios del hotel-barco. Pensé que era algo inusual que el propio director del alojamiento llevara a cabo personalmente aquella mundana tarea. También me pregunté si no sería posible esquivar aquel engorroso trámite, pero opté por ser legal.

Mi hermano y yo llegamos hasta una suerte de tienda y allí un empleado se ocupó de embalar cuidadosamente la tabla de surf, para lo cual, hubo de desmontarla primero. Le ayudé a poner cinta adhesiva y papel de burbujas, labor dificultosa y que no tuvo muy buen resultado. Pregunté a los empleados si aquello iba a acarrear un alto coste, a lo que una compañera del dependiente que estaba embalando me reveló que los empleados de aquella tienda cobraban seis euros la hora. Traté de calcular cuánto me correspondería pagar por el servicio, pues la cifra que me habían facilitado era de lo que se componía su sueldo, pero yo no tenía por qué pagarlo íntegro. Me pareció un sueldo bastante exiguo, de otro lado. 

Aguardaba a que mi hermano llegara al paseo marítimo, una vez hubimos dejado la tabla en la tienda, y desde allí pude ver un comedor del hotel, que en aquel momento se encontraba ocupado por la tripulación, vestida como si fueran pilotos de avión.

Volvíamos a nuestra habitación y yo trataba de recordar el camino hasta ella. Antes de emprender la marcha, me asaltó la duda de si habíamos hecho bien en dejar la tabla de surf en la tienda, pues lo mismo habíamos iniciado el trámite para venderla, siendo nuestro beneficio, irrisorio comparado con el que la tienda iba a obtener. Al margen de esto, como dije, nuestra intención era simplemente traerla con nosotros.

7 de marzo de 2020

Local Symphony

Una satisfacción secreta e insustituible, un ritual, es grabar un cd del último anuario.

4 de marzo de 2020

Música en el bar

Anoche, en sueños, asistía a la facultad. Las aulas eran grandes, algunas de ellas al aire libre y contaban con altas mesas blancas. Muchas de estas mesas estaban ocupadas por alumnos y era difícil escoger una que quedase cerca del profesor. Afortunadamente, el profesor disponía de un micrófono y gracias a esto no era difícil seguir la clase. 

A la salida de la facultad, caminé por una calle céntrica de la ciudad. En la terraza de un bar, había un músico conocido con su grupo, grabando un videoclip. Yo andaba por la acera y trepaba por una suerte de escultura de letras. Estaba investigando un crimen, o algo así. Trabajaba, también, para una productora audiovisual, y los jefes estaban entrevistando en un parque a un candidato para la directiva. Los jefes, que eran dos, y el candidato, vestían de forma similar, e incluso tenían similar apariencia. Pensaba que si te presentabas a una entrevista y los jefes se identificaban contigo por tu aspecto, tendrías más posibilidades de trabajar allí. 

Estaba tocando música en un bar, junto con otros dos músicos. Uno de ellos tocaba el piano de pared y el otro la guitarra. Tocaban temas difíciles que a duras penas conseguía seguir. Trataba de desencriptar aquella música desordenada encontrando patrones. Alguien del público nos increpaba por tocar mal, a lo que yo replicaba que, personalmente, no estaba tocando gran cosa.

Me encontraba improvisando algo cuando dos señoras algo mayores llegaron al bar y preguntaron por mi primo. Seguidamente, nombraron mis dos apellidos. Les informé que los apellidos eran míos y que yo mismo me conocía muy bien. Debía hablar con estas señoras, para lo cual, bajé del escenario y me dispuse a servirles un vino que me solicitaron.

No identificaba el vino que me habían pedido, así que supuse que se trataba de un vino tinto, pero no encontraba vinos de esa clase en el bar. En una nevera, di con una suerte de vinos rosados y temía que fueran a ser demasiado caros. Consulté con uno de los músicos y este extrajo del frigorífico una botella a la que quitó la etiqueta. Informé a las señoras de que disponíamos de vasos helados para tomar el vino y también de que el hielo del bar con toda seguridad no iba a ser de su agrado.

Ni los vasos ni el hielo, en efecto, lo fueron.