11 de noviembre de 2022

Cebollas en el Antiguo Egipto

Mi hermano y yo nos encontrábamos en una casa grande, con jardín. Debía celebrar una fiesta en el porche y, cuando mis amigos abandonaron la casa, mi hermano cerró las puertas, guardándose las llaves, de modo que yo no podía volver a entrar. Aquello me enfadó mucho y recuerdo llamar a los bomberos, pero para cuando una bombera llegó, mi hermano me dio acceso.

La siguiente vez que se celebró una fiesta en esa casa fue con los amigos de mi hermano. En principio pensé que iba a venir solo uno, pero llegaron varios. Bromeé diciendo que un amigo se había multiplicado y es que, en efecto, algunos se parecían.

Durante la celebración, hablé con varios de estos amigos y algunos se internaron en mi habitación, donde el equipo de música estaba encendido. Creía escuchar música a gran volumen, pero no parecía provenir de mi equipo.

Uno de los amigos de mi hermano me regaló como tres parejas de cascos para escuchar música, y yo los fui probando. De los primeros que probé, solo funcionaba un auricular, pero el amigo me dijo que, combinándolos con otros, podría tener la pareja completa. A medida que usaba los auriculares, se convertían en mandos de videoconsola y me servían para desplazarme por la pantalla del ordenador.  

Hablaba también con un chico extranjero y, puesto que no dominaba el castellano lo suficiente, sugerí que hablásemos en inglés para así igualar condiciones. De este modo los dos estaríamos hablando en una lengua que no era la propia, pero él no sabía hablar inglés.

 

Estaba inquieto dado que toda aquella gente parecía tener poco cuidado con la casa y temía especialmente por el estado de mi equipo de música.

Cuando los amigos de mi hermano se fueron, la casa estaba prácticamente destrozada y me enfadé con mi hermano puesto que él, anteriormente, me había dejado en el jardín, en la fiesta con mis amigos, que solo tuvo lugar en el porche de la casa; mientras que la de mi hermano había ocupado toda la casa y había dejado atrás bastantes destrozos. En suma, yo no le había dicho nada a mis padres de esta última fiesta.

Mi hermano estaba en la cocina, tratando de restaurar el suelo y las paredes.

 

Me encontraba en un centro comercial que también era una suerte de estadio de fútbol. Iba caminando con una banda de vientos, y yo tocaba una melodía de dos notas pulsando los botones de una calculadora, o un móvil. El sonido que emitía aquel artefacto era similar al de una harmónica. Cuando trataba de aumentar el número de notas, tenía miedo de incurrir en disonancias.

Conversaba con un trompetista, y me decía que, como yo era compositor, no tenía suficiente calidad musical. Con esto no quería decir que yo no fuera un buen músico, sino que, como intérprete, pues no era muy destacado. Hay que advertir que el concepto de calidad musical hacía referencia a algún tipo de disciplina o faceta, y no lo que normalmente se entiende por ello.

El trompetista consideraba que él sí era un gran músico, y que también podría desarrollarse en el campo de la composición, pero por el momento no le interesaba. Mientras tocaba aquella especie de armónica-calculadora en patrones de pregunta y respuesta con la banda de vientos, tuve que parar para dejar espacio a un solo y, acompañando este solo, escuchaba también un contrabajo y quizá algo de percusión.

 

El trompetista y yo pretendíamos visitar una exposición sobre el Antiguo Egipto. Rodeábamos aquel centro comercial-estadio de futbol, en cuyo eje se estaba disputando un partido importante. Dado que no encontrábamos el lugar concreto de la exposición, llamé por teléfono para localizarla. Primero me saltó un contestador automático y después un amable agente me atendió y me explicó que era importante acudir a una especie de terraza donde tomaríamos psicodélicos. Aquello me extrañó un poco y debí protestar, no obstante, dimos la vuelta al centro y encontramos la exposición.

Primeramente, intentamos acceder a una sala, pero aquella sala debía verse después de una primera sala. Así pues, accedimos a la primera sala y me senté en unas grandes escaleras, apartado del público y cerca de otro espectador.

El espectáculo sobre el Antiguo Egipto estaba dando comienzo y pronto unos actores se pusieron a hacer una pantomima cerca mío. Recuerdo que uno de ellos repetía mis respuestas intentando aumentar el efecto cómico de ellas.

 

El espectáculo siguió su cauce y pronto uno de los actores, vestido de faraón, empezó a lanzar cebollas a las que yo tenía que dar una patada. No conseguí dar a ninguna y, tras varios intentos, empecé a lanzar cebollas contra las cebollas que me lanzaban, como si mi lanzamiento de cebollas fuera un sistema antiaéreo.

10 de noviembre de 2022

Chuck Berry hacía reguetón

El reciente fallecimiento de Jerry Lee Lewis, el último sobreviviente de la primera avanzadilla del rock clásico, me ha animado a tratar un poco de pasada asuntos musicales remotamente emparentados con él que tengo intención de compartir con ustedes, siempre que no sea mucho pedir.

Sospecho que el reguetón ha venido para quedarse. Digo esto porque cuanto antes lo asimilemos, menos doloroso será el pesar de las viejas generaciones.

 

Repasemos un poco la historia; el reguetón, según dicen, bebe del reggae y el hip hop. Del primer estilo, de hecho, toma el nombre. El bautismo fue oficiado por un tal Daddy Yankee, no sé si les suena. Allá en Puerto Rico, los jóvenes de los noventa empezaron a cantar a la droga, a la violencia, a la amistad, al amor o al sexo. En los garajes de los suburbios se fraguaba el estilo y empezaban a rular los primeros mixtapes clandestinos, junto con otro tipo de sustancias y quién sabe qué cosas más. Solo diez años después, el reguetón se había masificado y viralizado hasta cotas insospechadas.

Efecto dominó: millones de jóvenes se dejaron seducir e identificarse por una música nueva y prohibida, y esos jóvenes, tiempo al tiempo, asociarán esos sonidos, esas letras, posiblemente con nostalgia, a la primavera de su existencia.

Les vaticino que en el futuro no habrá señores mayores en Benidorm bailando pasodobles, Daddy Yankee sonará a todo trapo.

 

A la gente mayor no nos gustó aquella moda y criticarla, teniendo en cuenta su dudosa moralidad y su simplismo musical, era bastante fácil.

Pero ahí tienen de nuevo a Jerry Lee Lewis, un ángel caído del mundo del espectáculo a pesar de su talento incuestionable por su reprochable conducta. Conducta no muy distinta de la del propio y omnipotente Elvis -que sí ganaría el cielo- y no muy distinta, que es a lo que vamos, de la de muchos iconos del reguetón.

Lo del simplismo musical, curiosamente, ya se colgó en su día como cartel al rock, refiriéndose a él despectivamente en términos de esa música de tres acordes o, más recientemente, se colgó la etiqueta de chunda chunda, para llamar así a determinados ritmos ramplones de la entonces incipiente música electrónica. Todo parece apuntar que, desde la perspectiva geocéntrica del oyente conservador, hay una tendencia a ver lo diferente como una manifestación reducida y burda, reflejo de la mentalidad de su público.

 

Los contenidos de las letras incendiarias del reguetón; violentas, machistas, arrogantes, libidinosas, perversas, provocadoras, escandalosas, lascivas, ofensivas, sicalípticas… eran el día a día de las viejas y veneradas vacas sagradas del rock.

El mensaje del rock y del reguetón, en la mayoría de los casos, es el mismo, con unas formas, eso sí, en el primero de los casos, más reposadas y contenidas. Pero no creo que lo fueran por respeto, pudor o prurito estético, sino porque simplemente hablamos de épocas y latitudes con poco en común.

Hay más de un abuelo que escuchó a Chuck Berry de tapadillo, ante la desaprobación de los bisabuelos, que optaban por músicas tradicionales o clásica (cuando no entendían que la música, en general, era perversa); que luego desaprobó el heavy que escuchaban sus hijos, y estos hijos heavies, a su vez, critican a sus hijos que, claro está, gastan reguetón.

 

Los propios artistas de blues y rock de hace décadas, ante la deriva que estaba experimentando su música, se cuestionaron si acaso no andaban equivocadamente profanando un noble arte ligado al sumo hacedor para transmutarlo en un canal de los más bajos instintos.

El colmo fue ver a los blancos tocando y bailando música de negros y al final, contra las numerosas y airadas voces de protesta que pretendían una juventud decente, uniformada, familiar, tradicional y religiosa, se erigió por consenso una cultura popular que enfrascó disconformidades, sueños y sensibilidades, en himnos que hoy nadie cuestiona.

Denle unos años más al reguetón y verán si es o no cuestionado.

 

El reguetón, sí, viene a ser como ese presidente que nadie ha votado y que ha acabado elegido.

Tocante a lo personal, dudo bastante que me encuentren algún día escuchando reguetón, no obstante quiero, desde aquí, invitarles a cogerle cariño pues quizá lo que venga después nos haga añorar estos raros tiempos de trap y reguetón.