30 de septiembre de 2020

Nadando por el Manzanares

Me encontraba en un alfeizar tratando de subir, a pulso, una gran olla llena de aceite. Una antigua compañera de la facultad me advertía sobre lo difícil de aquella maniobra y los peligros de caer detrás de la olla al piso inferior. La olla, al fin, acabó en el suelo y, el aceite derramado, hacía que bajar de aquella alta ventana fuera aún más difícil. Me prestaban una escalera, pero yo no sabía muy bien cómo colocarla. 

Estaba tratando de convencer a alguien que, en cierta ocasión, había ido nadando desde mi casa al centro de Madrid, empezando por tomar el Canal de Isabel II y llegando al río Manzanares. Hasta a mí mismo me parecía algo bastante improbable, pero, al acudir a mi memoria, pude revivir un sueño anterior en el que, efectivamente, lograba ejecutar aquella proeza.

El resto del sueño lo pasaba intentando recordar el citado sueño anterior, cuestionando algunos pasajes y reinventando algunos detalles, como que mi casa estaba al lado de la costa, que tenía que atravesar presas y saltos de aguas y que, en el Manzanares, cogía una barca.

Asimismo, algunos tramos de aquel camino de agua los recuerdo bastante sucios y contaminados, asunto que me desagradaba tanto a mi como a las personas a las que trataba de convencer que había transitado aquel recorrido de aquella manera.

22 de septiembre de 2020

Bombones de guepardo

Anoche me acercaba hasta la administración de lotería de un pueblo para cobrar un boleto que me había dado mi madre. Había bastante gente preparada para hacer cola en cuanto llegara el dependiente, pero por suerte yo había llegado el primero. 

Cuando el dependiente llegó, no tenía preparado el billete y la documentación necesaria, de modo que me hice a un lado y esperé a que una señora que iba detrás de mi fuera atendida. Dejé los papeles en la mesa, me distraje y, cuando el dependiente fue a atender a otra persona, le pregunté que qué pasaba conmigo, a lo que respondió que ya me había metido el dinero en el bolsillo. 

Tanteé un grueso fajo de billetes y no me atreví a contarlos en la administración, supuse que el importe era correcto. Pude ver que había billetes de muchos colores, algunos hasta amarillos de doscientos euros. 

Mi madre se encontraba en la playa con unos primos, y yo llegué justo a tiempo para despedirme de ellos. Les di dos besos a pesar de que no fuera muy indicado debido a la pandemia. También di el dinero del boleto a mi madre y la felicité por haber acertado. Había comprado más de cien décimos de un solo boleto y, aunque no se tratase del premio gordo, había tocado bastante, como es de verse. 

En un parque de atracciones buscaba la manera de subirme a una atracción en la que unas pequeñas motos daban vueltas por un circuito. En mi búsqueda infructuosa di con otra atracción donde había pequeños animales en jaulas llenas de paja. Unas niñas disfrazadas de princesas jugaban a un juego absurdo. También encontré otro circuito, pero este con coches más grandes. Un pelotón de ciclistas corría sin dejar espacios en otra atracción. Un perro con aspecto de bollo glaseado trataba de morderme, pero yo le sometía con relativa facilidad. 

En un país árabe, un guepardo lamía un sillón que estaba hecho con piel de guepardo. Pese a que no fuera muy ecológico, el dueño de aquella suerte de palacio tenía pensado forrarlo todo, absolutamente todo, con piel de guepardo. En una mesa recuerdo que había unos bombones de guepardo también.