7 de octubre de 2021

El robo

Acompañaba a una pareja de amigos a la puerta de su casa, después de una quedada. El barrio donde residíamos se trataba de una zona algo deprimida, una mezcla entre dos barrios que conozco. Al despedirnos, la novia del amigo me confesó que había tenido una experiencia extrasensorial; había mirado en mi interior y había descubierto que yo no estaba demasiado feliz últimamente. Me preguntó si esto era así, y yo le respondí que era cierto, obviando describir detalles que dilatarían la despedida y resignándome a que las cosas fueran de aquella mala manera, suponiendo que se solucionarían pasado el tiempo. Tampoco quería hablar mal del barrio, dado que ellos también vivían allí y no era mi intención alarmarles innecesariamente.

Trataba, en aquel mal barrio, de escanear un dibujo con el fin de colorearlo. Disponía para ello de un nuevo programa de diseño gracias al cual podría obtener prometedores resultados en mi arte, algo efectistas. Sin embargo, el cristal del escáner tenía huellas de mi mano, dejadas una vez anterior que lo había usado demasiado nervioso. Trataba de limpiar el cristal primero con jabón lavavajillas, provocando demasiada espuma y extendiendo la grasa. Posteriormente utilizaba servilletas y un limpiacristales que parecía servir mejor, pero ignoraba si acaso el producto iba a dañar la máquina.

Realizaba este trabajo en el interior del coche, enchufando el escáner en la guantera, y había de cerrar el pestillo, ante la inseguridad que me provocaban las calles del barrio.

A través de la ventana de una casa cercana, observaba a dos adolescentes vestidos en chándal azul grabando un programa para YouTube.

Mi padre y yo caminábamos por unas calles ciertamente estrechas. Mi padre me decía que por allí no podían circular ni todoterrenos ni camionetas. Doblábamos una esquina y cruzábamos una calle cerca de un paso peatonal, pero sin llegar a él. Un coche nos esperaba y, después de cruzar la calle, saltó la mediana. 

Atravesábamos una zona periférica, con menos casas y más naturaleza, algunos descampados con escombro y desperdicios, y allí encontrábamos algunos vehículos abandonados. Una furgoneta tenía sus puertas abiertas y en ella había un montón de botellas de agua. A pesar de haber objetos abandonados, estos no tenían una demasiado mala apareciencia, esto es, no daban la impresión de llevar mucho tiempo allí.

Se respiraba un ambiente parecido a la India, y mi padre y yo entrábamos con propósito de sustraer objetos de una casa. Mientras mi padre registraba otros lugares, yo me entretenía en el mueble de la televisión del salón, examinando un viejo teléfono que posteriormente descubría, estaba conectado a un router desenchufado. El objeto parecía obsoleto y dudaba que nos fuera a servir de algo. No obstante, mi padre dio con algunas cosas de valor que introdujo en una bolsa blanca de plástico y abandonamos aquella casa para inspeccionar otra.

En la segunda casa, tuvimos la mala suerte de que el dueño llegó y pasó al baño, en medio de nuestro robo. Me enfadaba con mi padre, pues este se movía lentamente y se entretenía en buscar más objetos. Salimos de la vivienda con todo el sigilo que nos fue posible, pero el dueño advirtió nuestra presencia en el último instante y nos persiguió. Volvimos a la primera casa que robamos, con el plan de encerrarnos allí, dado que tenía las llaves puestas en la puerta. De este modo lograríamos esquivar al dueño, pero nuevamente mi padre se movía con excesiva lentitud y acabábamos siendo descubiertos.

5 de octubre de 2021

Los cinco sacramentos de la Orquesta Arrecife

Palabra de El autor del viaje de Antonio, alabada sea la orquesta.

 1.       Orquesta Arrecife es altamente prolífica.

Hará cosa de unos cuantos años, cuando había registrado unos trescientos tracks o algo así, presenté el proyecto a un oyente quien, en vista de las señas ofrecidas, no se mostró del todo entusiasmado con la propuesta. Ufano, declaré que con trescientos cortes era muy probable que al menos uno de ellos fuera de su completo agrado, pese a no ser exactamente su estilo. En respuesta, el oyente me miró perplejo y me dio a entender que rebuscar entre trescientos títulos para encontrar uno bueno no parecía de buenas a primeras una inversión muy rentable.

Hoy en día, habiendo sobrepasado la cifra de los dos mil cortes, reflexiono sobre una de las críticas más extendidas sobre mi trabajo, si no la que más (está bien, pero no es mi estilo) y creo que, efectivamente, los Rolling Stones seguramente tienen grabado un tema que no conozco y que podría llegar a apasionarme, pero, dado que no me gustan los Stones, habiendo escuchado diez o veinte sencillos suyos, es bastante probable que nunca llegue a descubrir el tema definitivo que de seguro me apasionaría.

A propósito de una entrevista pasada con motivo de mi centésimo álbum, bromeé un poco sobre el récord Guinness de productividad musical y en esta ocasión, para variar, me he propuesto tomármelo medianamente en serio:

Puedo echar mis números con el fin de alcanzar al bueno de Charles Segal y arrebatarle de una vez por todas el codiciado Guinness del pianista más grabado de la historia de la música. Si mantengo la constante de cuatrocientos temas por año, precisaré unos veinticuatro años (aproximadamente) para batir su marca. Esto equivaldría a triplicar la edad de la Orquesta Arrecife y a coronarme con más de sesenta años.

Es, pues, posible, pero considero complicado prolongar este ritmo durante tanto tiempo. Es más, por diversas razones, no creo que de aquí a veinticuatro años esté haciendo música, pese a que la vista de ese futuro se encuentre bastante lejos de desagradarme.

De otro lado, también es probable que pueda aumentar la producción por encima de los cuatrocientos títulos anuales, acortando distancias, pero es también probable que algún otro artista haya empezado a grabarse a los doce años o incluso antes, dado que los medios de producción están ahora más extendidos que en los tiempos de Segal o incluso los míos.

Este nuevo artista me aventajaría en años y, si se diera la circunstancia de que pudiera producir más títulos por año, pues el Guinness pasaría de las manos de Segal a este otro artista, que tendría la suerte de poder regir el podio y acaso preguntarse desde su altura elevada si realmente la gesta ha merecido la pena.

Así pues, parafraseándome en aquella entrevista del centésimo álbum, volveré a recalcar que cantidad no es calidad, y debería asimismo dejar anotado que cuanto más, mejor pues… según el modelo industrial hegemónico, la producción debe limitarse para que las leyes de la oferta y la demanda puedan ajustarse en un contexto de escasez de recursos. Es el capitalismo, amigo.

En el caso de la producción artística, por su naturaleza y aunque lo habitual es ver el arte como un negocio más, lo natural y propio es que la música se escuche, se comparta y se resista a convertirse en algún tipo de transacción monetaria.

De un lado, los artistas necesitan llenar la nevera y pagar sus facturas, de otro, una pregunta, entre tantas: ¿qué precio poner a un archivo de música que puede ser duplicado infinitamente y distribuido prácticamente sin coste alguno y sin perder calidad?

Algo que es bueno en un sentido artístico promueve el ser compartido sin ánimo de lucro, por la mera razón de que es algo bueno y consideramos que merece atención y, si algo es bueno, ¿no será siempre preferible que sea abundante?

Lejos está mi intención de levantar un tomo de filosofía acerca de este particular. Para ser concisos; el acto artístico podría interpretarse como un mero acto de comunicación; un artista dice algo a su público y esto responde a una necesidad. El público necesita escuchar música y los músicos necesitan ser escuchados. Es increíble como algo así de simple ha servido para generar una inmensa red de conexiones e intermediarios, de infraestructuras… ha generado ruido, luchas de poder e intereses e historias realmente tristes y turbulentas.

 2.       Orquesta Arrecife es diversa.

En relación con su abundancia, se puede situar su diversidad, particularmente en los estados de ánimo que reflejan las muestras, sus estilos (que, como señalamos, están bien pero no suelen ser los apropiados) y, particularmente, su amplia colección de timbres.

Podemos encontrar desde temas dramáticos y profundos hasta frívolos divertimentos y chistes musicales, cruzando un abanico de modos: terror, suspense, épico, cinemático, baladas, canciones positivas, alegres y desenfadadas, rock, boogie-woogie, pseudo jazz… todo abordado desde un punto de vista muy personal, lo cual nos lleva directamente al último sacramento que en su debido momento desgranaremos.

Durante largo tiempo, mi paleta estuvo constreñida a un millar de timbres obtenidos mediante la misma síntesis de un viejo y malo teclado Casio. Antes de probarlos, cuando vi el instrumento en la tienda, jamás concebí que llegaría a emplear todas sus fuentes, pero, para mi sorpresa, recorrí esta biblioteca primigenia hasta prácticamente recordarla mejor que las tablas de multiplicar en relativamente poco tiempo.

A fin de ampliar este material solo había entonces una simple solución: invertir más dinero en costosos equipos que estaban fuera de mi alcance. De modo que, cuando prácticamente pude disponer de fuentes ilimitadas de sonidos a costa de un buen número de esfuerzos y debacles informáticas, podéis imaginar mi gozo.

Un sonido nuevo viene a asimilarse a una nueva droga; la primera vez que la pruebas es cuando más percibes su efecto y, si te acostumbras a ella, ya es más difícil recrear esa primera y mágica sensación y más fácil valorar su alcance y propiedades.

A pocos se les escapa, en cambio, que las drogas no son buenas. Constantemente corres el peligro de quedar estancado en la dopamina de los sonidos nuevos y olvidar que, al fin y al cabo, solo son una pieza más del puzle.

Mi primera escasez de recursos me ha llevado a convertirme en un Diógenes digital, un yonki tecnológico que acapara material obsoleto que aún no tiene ganado el pedigrí de retro o vintage, lo cual suena cool en vez de cutre. También la escasez me ha llevado quizá a valorar más fuentes que seguramente muchos artistas desecharían sin demasiados miramientos.

A este respecto, suscribo plenamente algo afirmado por el omnipresente Hans Zimmer: no existe una mala biblioteca, todo depende del propósito y de la pericia del artista que se sirva de ella.

En mi periplo, me he topado con fuentes que, en el momento de probarlas, he asegurado: esto no va a servir para nada, pero al cabo del tiempo me sitúo en el track preciso que requiere el uso de aquella singular fuente que en su momento deseché y que casi había olvidado por completo. Una fuente que en su momento consideres inservible puede terminar siendo útil en revisiones posteriores y viceversa. Cuánta razón tienes, Hans.

Hay pianistas que, disponiendo de un buen sonido de piano, no necesitan nada más y pueden ahondar en él prácticamente toda una vida, encontrando siempre nuevos matices y significados.

Este apasionante trayecto nunca me ha llamado demasiado la atención. El hecho de pulsar una tecla de plástico y reproducir prácticamente cualquier cosa imaginable, por muy imperfecta y enlatada que pueda sonar, aunado a otras facilidades (trampas) del entorno digital, creo que ha sido un factor más que decisivo en el desarrollo de mi humilde labor.

En cierta ocasión, pregunté a un oyente si lo que había escuchado no le parecía acaso Un poco MIDI, como suele ser habitual, y me sorprendió al formular: ¿Qué diferencia hay entre alguien que graba un saxofón en su casa y alguien que coge las grabaciones de un saxofón de un estudio cualquiera, las samplea y las reedita en una nueva composición?

Diferencias las habrá, como es obvio, pero la clave, a mi entender, reside en esa pregunta incisiva.

3.       Orquesta Arrecife es elemental:

Si vienes aquí a escuchar a Jacob Collier te vas a encontrar casi con su antítesis, en el sentido que no vas a poder recrearte con armonías sofisticadas y elaboradísimas, una técnica apabullante o una complejidad y riqueza revolucionaria o abrumadora en materia teórica.

Sin descartar que Orquesta Arrecife pueda ser algo bastante innovador y hasta curioso, llegado el caso, no lo es desde luego en el sentido de lograr complejos cálculos y ecuaciones propias de las leyes de la astrofísica más avanzada. El álgebra de la orquesta es muy básica y viene dada en parte por el escaso bagaje teórico de su autor quien, con recurrir a una simple forma de blues, ya tiene prácticamente todo dispuesto en un sinnúmero de ocasiones.

Existen en la orquesta operaciones básicas: sumas, restas, multiplicaciones… pero no hay logaritmos, ni derivadas, ni fractales.

Esto desemboca muchas veces en consecuencias funcionales y sonoridades, por poner, clásicas. Igual es este el momento de hablar de minimalismo. Igual no. Podríamos, en cualquier caso, sostener que sí, que suena a clásica, por su formal apariencia canónica y culta, ¿Acaso aquí huele a incienso? Denota cierta profundidad, contemplación y espiritualidad… pero a la vez, con un enfoque pop, de fácil escucha, como de usar y tirar y hasta trivial, llegando hasta alcanzar el tono paródico de una orquesta de pueblo.

En otro orden de asuntos, resulta bastante habitual observar el uso de motivos repetitivos y vertebradores, ideas clave en torno a las cuales son desarrollados muchos ejemplos. Y estas ideas, o rifts, o partículas, se asemejan a bloques de ladrillo: toscos, viejos, cuadrados y relativamente sólidos que no presentan demasiadas variaciones, adornos ni desarrollos.

 4.       Fuerza narrativa:

Es algo que también puede extrapolarse a otras facetas artísticas del autor.

Cuando comencé a escribir, lo hice de manera instintiva, irreflexiva, inconsciente… esto es, comencé con una palabra, luego una frase y a partir de ahí desarrollé textos completos sin muchas ideas preconcebidas.

Puede parecer lo correcto, pero, si pretendes abordar una novela o algo que tenga pretensiones de ser leído, quizás no resulte mala idea previamente trazar una suerte de esquema presentando las partes fundamentales para luego entretenerte en pulir los detalles. Establecer algún tipo de estructura… en esencia, tener algún plan.

Y esto, como digo, que es lo propio, que es lo que desemboca en un mejor resultado, que es algo que te evita incurrir en muchos errores innecesarios, es algo que rara vez realizo por la sencilla razón de que, como creador, disfruto enormemente improvisando y provocando desenlaces a los que solo llego prácticamente de manera fortuita, por mera fuerza narrativa, que seguro que esperaban iba a tratarse de otro asunto distinto a este.

Con fuerza narrativa pretendo referirme al impulso caótico y primitivo que me llevó en su día a llenar páginas y páginas de dibujos apresurados y mal hechos, de textos inconexos difícilmente comprensibles, de partituras inexpertas que adolecían de grandes carencias… donde el espectador puede albergar la sensación de que nada funciona, de que todo es azaroso, arbitrario… pero al mismo tiempo, está siendo arrastrado por la voluntad ciega e implacable de contar algo.

Así, muchas canciones de la Orquesta Arrecife están mal grabadas, presentan deficiencias, no son lógicas ni coherentes en un sentido estricto… pero en el momento de ser escuchadas se advierte en ellas que hay un motor, una corriente, hasta cierto punto atrayente, que en ciertos momentos es el principal y casi único valor de la obra en cuestión.

En el caso aplicado de la composición musical, cuando un autor clásico acometía una obra, disponía una serie de motivos, herramientas y recursos narrativos formales que daban legibilidad y cohesión a su historia. A pesar de su sello y las innovaciones, contaba con una plantilla y unas reglas definidas que seguir. Su personaje estaba en tierra, después tomaba un barco para realizar un viaje hacia un destino, con un propósito. Todo ello sin olvidar en el camino transmitir emociones ni dejar de ser, por decirlo de alguna manera imprecisa y puede que, hasta desacertada, creíble.

Parte de la maestría del compositor radicaba en que todas las etapas de este viaje resultasen fluidas y progresaran de manera convincente, describiendo una curva hasta alcanzar un desenlace satisfactorio.

En la Orquesta Arrecife, frecuentemente, por el contrario, el personaje está sentado comiendo una pera en el salón de su casa y en la escena siguiente está dando volteretas en un cable-ski, mientras una morsa aplaude. Orquesta Arrecife es la morsa.

 5.       Afán de experimentación:

Como ya advertimos en el sacramento tercero, Orquesta Arrecife, en muchos aspectos, no es nada del otro mundo. Para nada supone un eslabón más alto ni más desarrollado en la evolución histórico-musical. Contrae, de hecho, muchas deudas con músicas precedentes y, confrontada con ellas, la propuesta arrecife vendría a ser un sucedáneo bastante descafeinado.

Aun así, con todo, cabe destacar el carácter personal del proyecto y su voz única y distintiva, muy difícil de encontrar en artistas similares. De hecho, es difícil encontrar artistas similares, para bien y para mal.

Cabría definirlo en términos de algo alternativo, indie o incluso, como ya se planteó en sus orígenes, underground.

No se trata de dos mil bandas sonoras que suenan todas parecidas y que podrían quedar bien prácticamente en cualquier escena. Son composiciones únicas que, dado el caso, podrían añadir cierto valor a una escena. Pero no es para eso para lo que fueron concebidas porque son, más que otra cosa, el evangelio de su autor, un lugar que habita gran parte del tiempo.

Como la fuerza narrativa (sacramento cuarto), el afán de experimentación viene a constituir algo en detrimento del resultado final, pero que a cambio proporciona incentivos a la hora de componer, ayudando a hacer la práctica creadora algo poco monótono, asegurando el disfrute, la novedad, la sorpresa y, por lo tanto, generando continuidad en el proyecto.

Digamos que es importante obtener buenos resultados, pero casi es más importante pasarlo bien.

El afán de experimentación, como ya señalé, entronca con la variedad de planteamientos (sacramento segundo) y desemboca frecuentemente en la inconsistencia de ciertos experimentos dignos de olvidar.

Creo firmemente, relativo a esta cuestión, que ha de ser raro el artista que no haya renegado al menos alguna vez de parte de su obra, sino de su totalidad.

A veces, en efecto, paso mucho tiempo encerrado en compañía de mis fetos en formol y, de tanto escrutarlos, empiezo a convencerme de que realmente son la cosa más bella que existe sobre la faz de la tierra. Los fetos despiden un halo de luz verdoso y contemplo con éxtasis inconmensurable sus diminutos pliegues y sus burbujas. Abandono el sótano solo porque no me queda más remedio y, cuando retorno, descubro desconcertado que se trata de aberraciones monstruosas. Incluso me asusto y planeo destruirlos, haciendo desaparecer todo rastro de ellos en una alta pira incendiaria y purificadora.

Esto se debe en gran parte a que en el tiempo que permanezco fuera del estudio no dejo de dirigirme a ellos, imaginándolos como apuestos querubines danzando grácilmente en perfecta levitación, en armonía y consonancia con el todo. Concibo que con ellos ahí, en sus frascos, mi vida es dotada de algún sentido puro, noble y elevado, pero, en mi descenso a las profundidades del sótano, un sentido de realidad me sacude y se apodera de mi y, al compararlos con la plenitud del mundo que acabo de observar hace unos breves instantes, los encuentro muertos y horrendos. Unas auténticas execrables abominaciones.

Poco a poco mi vista se va acostumbrando a la penumbra y empiezo a distinguir otra vez la tenue luz verdosa que emana de los frascos. Quedo hipnotizado, entro en trance y me dirijo a la consola del órgano de formol que los nutre y trato, mediante acordes y melodías, de reconducir su miserable existencia.

Mientras los fetos suben, bajan y burbujean, me vuelvo sensible a su belleza extraña, con lo que el ciclo vuelve a dar comienzo.