En el colegio, los alumnos teníamos que entregar una maqueta. Me refiero a una maqueta de modelismo, no a una maqueta musical. En el aula, había pocas mesas libres y escogí una de las de la primera fila para sentarme. Al punto reparé en que me había olvidado la maqueta en otra clase.
Iba a haber un concierto o una retransmisión de rap importante, y mis compañeros permanecían expectantes ante el estreno. Anuncié a propósito que, justamente, iba a publicar una entrada en mi blog Las torres de papel, una entrada que no sabía muy bien en qué iba a consistir y que, por la fecha de publicación, como el concierto de rap, iba a tratarse de algo señalado.
En los pasillos del colegio se empezó a oír una polifonía de sopranos. Fantaseaba con entremezclar mi voz grave en aquella armonía, a ratos funcionaba, a ratos no. Lo mismo, aquellos cantos, se trataba del concierto de rap, pero no lo parecía. Las escaleras mecánicas de un enorme centro comercial podrían llevarme hasta el aula donde me había dejado olvidada la maqueta. Había nuevos alumnos que entraban en la clase, pero, por suerte, yo ya había escogido y reservado mi sitio en la primera fila de mesas.
No esperaba que la entrada de mi blog fuera a atraer a mucho público, aún así, una alumna me rogó que no fuera a hacer esperar demasiado a mis lectores. Para sacudirme presión y obligaciones, alegué que disponía de veinticuatro horas para publicar, y que la entrada podría estar en línea en cualquier momento del día.
Andaba un poco inquieto pues, a la vista estaba, el blog iba a tener más audiencia que de costumbre pero, mucho me temía, los contenidos iban a presentar una calidad no muy distinta a la habitual. Evité planear los contenidos de la entrada y confiaba en que, en el momento de redactarla, improvisando, fuera a hacerlo lo mejor posible.
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