Un amigo mío se había ofrecido a limpiar mi casa. A mí me daba un poco de vergüenza que lo hiciera pero, de cualquier manera, se puso manos a la obra. Aunque la casa quedó limpia y había invertido bastante esfuerzo, mi amigo no había utilizado los productos adecuados, entre ellos había usado un detergente de extracto de té. Mi amigo me advirtió que había encontrado bastante suciedad en la casa, sobretodo debajo de una gran mesa que tuvo que levantar.
Hablaba por WhatsApp y quedaba con otro amigo. Un conocido me decía que tenía que llamarle por teléfono, puesto que yo disponía de llamadas ilimitadas y él no. Lo cierto es que no me apetecía mucho llamarle, y recordé que en otra ocasión anterior le había enviado textos con imágenes, la última de ellas con el logo de una ONG. Pensaba, en cierta forma, que ya con aquel envío había cumplido mis labores humanitarias.
Un poco también por compromiso, quise quedar con el primer amigo que me limpió la casa, en señal de agradecimiento por sus servicios prestados, para lo cual me desplazaba por un centro comercial mientras hablaba con él también por teléfono. Le informaba de que otro amigo (el segundo) iba a acudir a la quedada. Así seríamos más y nos aburriríamos menos. La conversación me estaba resultando un poco incómoda y no prestaba mucha atención a donde me dirigía. Acabé deambulando por la tienda de un taller Norauto sin la intención de comprar nada. No solo no había ido allí a propósito, tenía todo cuanto necesitaba. En el centro comercial había restaurantes vacíos.
Hablaba por WhatsApp y quedaba con otro amigo. Un conocido me decía que tenía que llamarle por teléfono, puesto que yo disponía de llamadas ilimitadas y él no. Lo cierto es que no me apetecía mucho llamarle, y recordé que en otra ocasión anterior le había enviado textos con imágenes, la última de ellas con el logo de una ONG. Pensaba, en cierta forma, que ya con aquel envío había cumplido mis labores humanitarias.
Un poco también por compromiso, quise quedar con el primer amigo que me limpió la casa, en señal de agradecimiento por sus servicios prestados, para lo cual me desplazaba por un centro comercial mientras hablaba con él también por teléfono. Le informaba de que otro amigo (el segundo) iba a acudir a la quedada. Así seríamos más y nos aburriríamos menos. La conversación me estaba resultando un poco incómoda y no prestaba mucha atención a donde me dirigía. Acabé deambulando por la tienda de un taller Norauto sin la intención de comprar nada. No solo no había ido allí a propósito, tenía todo cuanto necesitaba. En el centro comercial había restaurantes vacíos.
Me puse a esperar a mis amigos recostado en una pradera de césped y, junto a mí, había algunos extranjeros. Dos niñas inglesas vinieron y me preguntaron cosas absurdas a las que respondí absurdamente también, pero, según creo recordar, de manera bastante original y creativa. Y es una lástima que no me acuerde de esto último, pues debía de ser de lo más valioso del sueño.
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