Una exposición sobre Hergé en el Círculo de Bellas Artes me ha enseñado algunas cosas, entre ellas, destaco tres:
1 Hergé era, por decirlo breve y mal, un pintor frustrado.
De haber tenido oportunidad, posiblemente, se hubiera dedicado a algo que en su momento consideró más interesante o elevado en lugar del asunto de las viñetas. Esto es porque las viñetas le llenaban la nevera, los cuadros no. Seguramente esto tenga mucho que ver con que adquiriera obra de otros artistas.
En mi opinión, a la vista de sus obras, bien hubiera podido destacar en el campo de la pintura, pero, si lo hubiera hecho, posiblemente hubiera tenido menor repercusión que dibujando tintines. Hubiera hecho feliz a menos gente, si así se prefiere, aunque nada es seguro en el movedizo terreno de las especulaciones.
2 Era un gran planificador.
Toda su obra gráfica la documentaba, la bocetaba y la perfeccionaba a conciencia, con un método bien estructurado y definido. El final del proceso, siempre desembocaba en una idea lo más esquemática y simple posible, fácil de ser transmitida además de concisa.
Contrastando este análisis de su método de trabajo con mis antiguas y torpes viñetas, me he dado cuenta de que empecé la casa por el tejado y que Hergé hizo, si no lo correcto, al menos algo tremendamente correcto, que fue trabajar el concepto y la estructura narrativa desde líneas generales para luego ir acotando detalles o provocando refinamientos.
Así es como, contrariamente a lo que pudiera darse, rehúye el exceso y lo enrevesado. No adita planteamientos que germinan en algo obscuro y difícil, sino que, partiendo de algo más o menos madejo, lo aclara y lo expone de forma asequible, pop o moderna, tales eran sus preferencias, gustos o concepciones.
Porque podrá existir belleza e interés en la confusión, el hermetismo y lo boscoso, pero eso no es Hergé.
3 Fue un artista de fondo.
El propio autor habla modestamente de sus comienzos y, sin ánimo de desmerecerle, señala que en principio no obtuvo grandes resultados artísticos ni se encontró del todo cómodo en su labor. Esto es el contrapunto de talentos más tempranos y explosivos que muestran en sus albores unas facturas notorias.
Serían lo que entendemos como niños prodigio o talentos excepcionales. Puede quedar claro que Hergé no fue uno de ellos, pero sí un dibujante de fondo y oficio que, con muchas horas de esfuerzo y dedicación, llegó a donde muy pocos han llegado.
Poco a poco, esta desmitificación del genio artístico va calando en el público a medida que este tiene acceso a cimientos y borradores de obras importantes, y puede ayudarnos a reconocer que el éxito o una gran obra artística en un 99% de los casos es fruto de una progresión.
No quiero descartar que puedan darse casualidades o casos excepcionales e inspirados y, la primera vez que alguien tense un arco, pueda atinar en el centro de la diana. Es seguro que, en toda la historia del arte, nadie haya conseguido el disparo perfecto pero parece que Hergé andó bastante cerca.
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