Mi hermano y yo nos encontrábamos en una casa grande, con jardín. Debía celebrar una fiesta en el porche y, cuando mis amigos abandonaron la casa, mi hermano cerró las puertas, guardándose las llaves, de modo que yo no podía volver a entrar. Aquello me enfadó mucho y recuerdo llamar a los bomberos, pero para cuando una bombera llegó, mi hermano me dio acceso.
La siguiente vez que se celebró una fiesta en esa casa fue con los amigos de mi hermano. En principio pensé que iba a venir solo uno, pero llegaron varios. Bromeé diciendo que un amigo se había multiplicado y es que, en efecto, algunos se parecían.
Durante la celebración, hablé
con varios de estos amigos y algunos se internaron en mi habitación, donde el
equipo de música estaba encendido. Creía escuchar música a gran volumen, pero
no parecía provenir de mi equipo.
Uno de los amigos de mi
hermano me regaló como tres parejas de cascos para escuchar música, y yo los
fui probando. De los primeros que probé, solo funcionaba un auricular, pero el
amigo me dijo que, combinándolos con otros, podría tener la pareja completa. A
medida que usaba los auriculares, se convertían en mandos de videoconsola y me
servían para desplazarme por la pantalla del ordenador.
Hablaba también con un chico extranjero
y, puesto que no dominaba el castellano lo suficiente, sugerí que hablásemos en
inglés para así igualar condiciones. De este modo los dos estaríamos hablando
en una lengua que no era la propia, pero él no sabía hablar inglés.
Estaba inquieto dado que toda
aquella gente parecía tener poco cuidado con la casa y temía especialmente por
el estado de mi equipo de música.
Cuando los amigos de mi
hermano se fueron, la casa estaba prácticamente destrozada y me enfadé con mi
hermano puesto que él, anteriormente, me había dejado en el jardín, en la
fiesta con mis amigos, que solo tuvo lugar en el porche de la casa; mientras
que la de mi hermano había ocupado toda la casa y había dejado atrás bastantes destrozos.
En suma, yo no le había dicho nada a mis padres de esta última fiesta.
Mi hermano estaba en la
cocina, tratando de restaurar el suelo y las paredes.
Me encontraba en un centro comercial
que también era una suerte de estadio de fútbol. Iba caminando con una banda de
vientos, y yo tocaba una melodía de dos notas pulsando los botones de una
calculadora, o un móvil. El sonido que emitía aquel artefacto era similar al de
una harmónica. Cuando trataba de aumentar el número de notas, tenía miedo de
incurrir en disonancias.
Conversaba con un trompetista,
y me decía que, como yo era compositor, no tenía suficiente calidad musical.
Con esto no quería decir que yo no fuera un buen músico, sino que, como intérprete,
pues no era muy destacado. Hay que advertir que el concepto de calidad
musical hacía referencia a algún tipo de disciplina o faceta, y no lo que
normalmente se entiende por ello.
El trompetista consideraba que
él sí era un gran músico, y que también podría desarrollarse en el campo de la
composición, pero por el momento no le interesaba. Mientras tocaba aquella
especie de armónica-calculadora en patrones de pregunta y respuesta con la
banda de vientos, tuve que parar para dejar espacio a un solo y, acompañando
este solo, escuchaba también un contrabajo y quizá algo de percusión.
El trompetista y yo
pretendíamos visitar una exposición sobre el Antiguo Egipto. Rodeábamos aquel centro
comercial-estadio de futbol, en cuyo eje se estaba disputando un partido
importante. Dado que no encontrábamos el lugar concreto de la exposición, llamé
por teléfono para localizarla. Primero me saltó un contestador automático y
después un amable agente me atendió y me explicó que era importante acudir a una especie
de terraza donde tomaríamos psicodélicos. Aquello me extrañó un poco y debí
protestar, no obstante, dimos la vuelta al centro y encontramos la exposición.
Primeramente, intentamos
acceder a una sala, pero aquella sala debía verse después de una primera sala.
Así pues, accedimos a la primera sala y me senté en unas grandes escaleras,
apartado del público y cerca de otro espectador.
El espectáculo sobre el
Antiguo Egipto estaba dando comienzo y pronto unos actores se pusieron a hacer
una pantomima cerca mío. Recuerdo que uno de ellos repetía mis respuestas
intentando aumentar el efecto cómico de ellas.
El espectáculo siguió su cauce
y pronto uno de los actores, vestido de faraón, empezó a lanzar cebollas a las
que yo tenía que dar una patada. No conseguí dar a ninguna y, tras varios intentos,
empecé a lanzar cebollas contra las cebollas que me lanzaban, como si mi
lanzamiento de cebollas fuera un sistema antiaéreo.
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