Los integrantes de un grupo de música estaban tocando la
flauta. Me acercaba a ellos y me interesaba por el instrumento. Observaba que
las flautas que tocaban eran muy cortas, también negras y que los labios no los
apoyaban en lo que llamé técnicamente la embocadura. Pregunté si eran flautas
celtas, a lo que me respondieron de forma afirmativa. Me parecía curioso
que se tocasen de lado, como la flauta travesera y no de frente, como la de
pico, asunto que también tuvimos oportunidad de comentar.
Al ser tan cortas las flautas, tenía dificultades para integrar todos los dedos en ellas, de modo que uno de los músicos procedía a darme pequeños cacahuetes para que los tocara. Los cacahuetes que me iba dando aumentaban de tamaño con el fin de que, cuando llegase la flauta a mis manos, no me pareciera tan pequeña en comparación con los cacahuetes.
Cuando finalmente alcancé la flauta, esta parecía más bien una ocarina, pues tenía un cuerpo grueso y redondeado, similar al de un escarabajo, con tres filas de agujeros, de modo que mis manos no podían taponarlos todos a la vez.
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