20 de diciembre de 2019

La comida navideña

Me disponía a rodar unas escenas de un corto en casa de un amigo. Buscaba un estacionamiento que no fuera zona azul, lo cual era labor complicada. Tras encontrar un sitio, encontré otro mejor, después de andar unos metros, y moví el coche que, para aparcarlo, lo había plegado como si fuera un acordeón. No quise desplegarlo demasiado, pues se trataba de no ir muy lejos con él, y pensé en que mi amigo lo empujase hasta su nuevo lugar, pero temía que lo deterioráramos. Una vez en el nuevo aparcamiento, no vi necesario estacionar, decidí llevar el coche atado a la cintura, como si fuera un jersey. 

De camino a su casa, íbamos departiendo sobre música. Habíamos de ascender una suerte de promontorio, describiendo una espiral, atravesando una suerte de descampado.

Un hombre con su perro, que lo había sacado a pasear, caminaba más rápido que nosotros, y hubimos de cederle el paso. Cuando llegamos a la casa, ya era casa de mi novia, y mi novia entraba haciendo topless. Le pregunté si iba a entrar de esa guisa algo extrañado y ella dijo que no, que no se había dado cuenta. 

Dentro de la casa, había colocada decoración navideña. Reparé en varias velas encendidas cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Saludé efusivamente a la hermana de mi novia y a su madre, que parecían extranjeras. Faltaba por encender una gran vela en el centro de la mesa, y me dispuse a hacerlo.

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