8 de agosto de 2019

La afrenta

Anoche soñé que alguien, con nocturnidad, estrellaba el coche de mi familia contra mi casa, metiéndolo en la cocina. Me pareció motivo para llamar a la policía. Tuve problemas para recordar el número y, cuando conseguí contactar con el comisario, este se entretuvo en hacerme completar un largo formulario del todo intrascendente e inoportuno. Me desesperaba viendo que mi casa y mi coche estaban destrozados, y parecía que nadie iba a hacer nada por remediarlo. Finalmente, algunos operarios vinieron a reparar las paredes e incluso, el mismo comisario, llegó a personarse en el lugar de los hechos. 

Arremetía contra él y le argumentaba que era más bien una persona tranquila, pero que aquello era, como poco, para hacerme perder los estribos. Cuando el comisario peritó los daños y descubría que el vehículo siniestrado también era nuestro (no sé por qué motivo el automóvil cambió de color), parecía que empezaba a compadecernos. Había también congregada una nube de vecinos y curiosos por allí merodeando, lo cual era de todo punto bastante molesto.

Los operarios levantaron una pared y sellaron la vivienda, pero no dejaron el hueco de las ventanas que allí hubo en un principio. Mi padre me dijo que no me preocupara, que siempre habría tiempo de hacerlas.

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