23 de agosto de 2011

La gran fiesta milenaria

Antes que la autopista se extienda y lo único que se vea en el suelo sea asfalto asistimos a una reconquista por parte de los árboles que un día habitaron el parque. Hemos empleado términos bélicos porque, sin duda, se trata de una verdadera guerra donde cada enemigo trata de conquistar el territorio. Resulta sorprende la capacidad de la vida vegetal para adaptarse y sobrevivir hasta tal punto que, si las ciudades no tuvieran un ejército de jardineros a sueldo, las plantas impondrían su orden. Con el tiempo taparían carreteras e incluso derrumbarían edificios.
 
No hay motivo por el que tener miedo, este no es el guión de una película catastrofista. Sabemos que esta resurrección del parque terminará con otra crucifixión. Es cuestión de que se firmen unos cuantos papeles en los ayuntamientos, se hagan gestiones bancarias y las empresas pongan a punto su maquinaria y personal. Lo que a pequeña escala significa la tala de un puñado de árboles a gran escala implica grandes incendios, toneladas de residuos tóxicos arrojados al mar o contaminación preocupante de la capa atmosférica, por poner unos pocos ejemplos que a todos nos serán familiares. Todo para encender la pantalla con la que leen estas letras, para recargar su teléfono móvil, para abastecer hospitales o para encender los hornos en los que se funden metales que luego serán balas. Todo hasta que la barra libre del planeta cierre por agotamiento de recursos y entonces nuestros descendientes soporten la resaca de nuestra gran fiesta milenaria.  

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