Salté a la piscina con los ojos cerrados una sofocante tarde de verano. Cuando los abrí, dentro del agua, impresionado por la diferencia térmica, no alcancé a ver el final de la piscina. Quizá me hubiera deslumbrado o quizá simplemente aquella piscina siempre fue infinita. Buceé describiendo amplias brazadas y siguiendo una línea de baldosines oscuros, hasta encontrar la figura de una mujer con bañador rojo que desapareció de la misma manera en que apareció; de forma misteriosa y posiblemente inexplicable. Al final de aquella línea que seguí encontré una isla con su propio sol. Me tumbé a descansar bajo una sombrilla de paja hasta quedar dormido dentro de mi propio sueño. Cuando desperté, el sol de la isla se había esfumado y una araña gigantesca me miraba con sus seis ojos.
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