Me asomaba a la ventana y veía en la casa del vecino un grupo de trabajadores con sudaderas blancas y logos azules del año dos mil introduciendo por el garaje montones de tierra. Pensé que alguno de mis vecinos había muerto a causa del coronavirus y, ante la falta de lápidas, lo iban a enterrar en el jardín, sin embargo, la cosa no era así.
Uno de los trabajadores, que resultaban ser miembros de alguna secta religiosa y no parecían tomar muchas precauciones con la pandemia, llamó a nuestra puerta y nos dijo que los vecinos iban a celebrar una boda, para lo cual necesitaban que estuviéramos festejando en el balcón.
Yo traté de cerrar las contraventanas para que no me
molestaran, pero estas estaban desvencijadas y el viento, una vez cerradas, las
volvía abrir. Los vecinos estaban tratando por todos los medios de que alguna
princesa o alguien importante acudiera al evento, pero esto era difícil,
especialmente con la crisis sanitaria.
Veía en las noticias la boda. Los novios conducían un descapotable y en el maletero, abierto y lleno de flores, viajaban dos niños, uno de los cuales se aproximaba a un peligroso insecto, similar a un escarabajo verde, que se encontraba en la flor de una orquídea.
Los periodistas criticaban la boda por el riesgo que estaba asumiendo el infante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario