24 de noviembre de 2015

El teléfono

Me encontraba en Palma de Mallorca con mi familia y mi padre había adquirido recientemente una gran casa en obras que recuerdo había aparecido en otros sueños anteriores a este. Dadas sus grandes dimensiones, iba a ser difícil alquilársela a alguien, pero por mediación de una agencia encontramos un posible cliente. El cliente era extranjero y quedamos con él en la otra punta de la isla con motivo de efectuar un contrato de arrendamiento.

Cogimos el coche y, subiendo una cuesta empedrada, nos encontramos con un enorme todoterreno de frente, que no frenó hasta que lo tuvimos a unos escasos centímetros de distancia. Se enfadó mi padre y yo le daba la razón, alegando que si nosotros subíamos la cuesta y el todoterreno la bajaba, teníamos preferencia de paso.

Tratábamos de encontrar aparcamiento en un centro comercial y tenía pinta que no íbamos a llegar a tiempo para la firma del contrato, pero mi padre argumentó que, en cualquier caso, podía pedir los datos por teléfono.

Deambulamos por el centro comercial para luego salir a la calle. Allí, nos encontramos con el resto de mi familia y decidimos coger el coche para volver a casa. Esperaríamos a que mi padre trajera el coche a una calle, de manera que nos apostamos en un lugar donde podría apartarse de la carretera sin obstruir la circulación. Pero mi padre se había sentado en un portal. Me acerqué a ver qué ocurría. Mi padre se descalzó y dijo que tenía un rasguño en el pie que le provocaba daño al andar.

Así pues, tomé las llaves del coche y me dirigí hasta el centro comercial. Atravesé un campo donde me desorienté, así que utilicé el GPS del móvil hasta que encontré una casa. Trepé un poco sobre el tejado, pero detrás de la casa no estaba el centro comercial. Al lado de la casa, había una verja con algunos agujeros y, detrás de la verja, sí estaba el centro. Me disponía a escalar por la verja cuando la dueña de la casa anexa, que estaba en la piscina, llamó mi atención. Le expliqué que tenía el coche aparcado en el centro y que solo iba a recogerlo. Siendo así, pareció tranquilizarse.

Unos guardias de seguridad vinieron del otro lado de la verja y tuve que volver a explicarme. Los guardias abrieron una puerta y les devolví la llave de un pequeño candado con la que me había quedado.

Al volver al centro comercial, este se había transformado en una especie de prisión. Fui al nivel donde recordaba haber aparcado el coche y allí se estaban celebrando varios partidos de fútbol. El vehículo no estaba. Subí otro nivel más, a una especie de buhardilla, y allí había otro partido de fútbol, ni rastro tampoco del coche.

Permanecí recluido en un nivel, junto con otros presos y descubrimos una forma de hacer señales de luz con un pequeño espejo hacia el resto de las ventanas de la prisión. No servía de mucho pues todas estaban tapiadas con contraventanas de acero que tenían grafitis pintados.

Hablé con los guardias de seguridad y al final acordaron concederme la libertad. Me metieron en un autobús, a mí y a otros presos. A medio camino protesté pues, recordamos, había quedado con mi familia en una calle aledaña al centro, así que cuando el autobús había recorrido cierto camino, me apeé. Dos chicas también se bajaron del autobús.

Me agradó su compañía, pues el camino de vuelta era largo y así no tendría que hacerlo solo. Intentaba contactar con mi familia por el móvil, pero este se desmontaba y no le quedaba mucha batería.

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