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30 de noviembre de 2015
Relaxing cup
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29 de noviembre de 2015
24 de noviembre de 2015
El teléfono
Me encontraba en Palma de Mallorca con mi familia y mi padre había adquirido recientemente una gran casa en obras que recuerdo había aparecido en otros sueños anteriores a este. Dadas sus grandes dimensiones, iba a ser difícil alquilársela a alguien, pero por mediación de una agencia encontramos un posible cliente. El cliente era extranjero y quedamos con él en la otra punta de la isla con motivo de efectuar un contrato de arrendamiento.
Cogimos el coche y, subiendo una cuesta empedrada, nos encontramos con un enorme todoterreno de frente, que no frenó hasta que lo tuvimos a unos escasos centímetros de distancia. Se enfadó mi padre y yo le daba la razón, alegando que si nosotros subíamos la cuesta y el todoterreno la bajaba, teníamos preferencia de paso.
Tratábamos de encontrar aparcamiento en un centro comercial y tenía pinta que no íbamos a llegar a tiempo para la firma del contrato, pero mi padre argumentó que, en cualquier caso, podía pedir los datos por teléfono.
Deambulamos por el centro comercial para luego salir a la calle. Allí, nos encontramos con el resto de mi familia y decidimos coger el coche para volver a casa. Esperaríamos a que mi padre trajera el coche a una calle, de manera que nos apostamos en un lugar donde podría apartarse de la carretera sin obstruir la circulación. Pero mi padre se había sentado en un portal. Me acerqué a ver qué ocurría. Mi padre se descalzó y dijo que tenía un rasguño en el pie que le provocaba daño al andar.
Así pues, tomé las llaves del coche y me dirigí hasta el centro comercial. Atravesé un campo donde me desorienté, así que utilicé el GPS del móvil hasta que encontré una casa. Trepé un poco sobre el tejado, pero detrás de la casa no estaba el centro comercial. Al lado de la casa, había una verja con algunos agujeros y, detrás de la verja, sí estaba el centro. Me disponía a escalar por la verja cuando la dueña de la casa anexa, que estaba en la piscina, llamó mi atención. Le expliqué que tenía el coche aparcado en el centro y que solo iba a recogerlo. Siendo así, pareció tranquilizarse.
Unos guardias de seguridad vinieron del otro lado de la verja y tuve que volver a explicarme. Los guardias abrieron una puerta y les devolví la llave de un pequeño candado con la que me había quedado.
Al volver al centro comercial, este se había transformado en una especie de prisión. Fui al nivel donde recordaba haber aparcado el coche y allí se estaban celebrando varios partidos de fútbol. El vehículo no estaba. Subí otro nivel más, a una especie de buhardilla, y allí había otro partido de fútbol, ni rastro tampoco del coche.
Permanecí recluido en un nivel, junto con otros presos y descubrimos una forma de hacer señales de luz con un pequeño espejo hacia el resto de las ventanas de la prisión. No servía de mucho pues todas estaban tapiadas con contraventanas de acero que tenían grafitis pintados.
Hablé con los guardias de seguridad y al final acordaron concederme la libertad. Me metieron en un autobús, a mí y a otros presos. A medio camino protesté pues, recordamos, había quedado con mi familia en una calle aledaña al centro, así que cuando el autobús había recorrido cierto camino, me apeé. Dos chicas también se bajaron del autobús.
Me agradó su
compañía, pues el camino de vuelta era largo y así no tendría que hacerlo solo.
Intentaba contactar con mi familia por el móvil, pero este se desmontaba y no
le quedaba mucha batería.
23 de noviembre de 2015
La cama Renault
Mi hermano y yo íbamos a recoger las llaves de un edificio viejo. Hablamos con el portero y nos dijo que los vecinos estaban muy enfadados porque, a causa de una falta de luz en nuestro piso, el ascensor había dejado de funcionar. De este modo, me aseguré nada más acceder a la vivienda de subir los plomos, mientras escuchaba algunas airadas protestas de vecinos enojados procedentes del descansillo.
Nos dedicamos a comprobar el estado de la vivienda y dejamos la puerta entornada, pues los antiguos inquilinos habían quedado en llevarse algunas cosas. Esto provocó que varios vecinos entrasen en la vivienda. Observé que había un televisor con el logo de un antiguo bar, que había sido retocado con algunas líneas. Sin duda aquellos cambios habían arruinado bastante la imagen original. Se deben de haber gastado una pasta en diseño, pensé.
Mientras llegaban los inquilinos, mi hermano, los vecinos que habían entrado al piso y yo, nos pusimos a jugar al fútbol en un patio. El patio estaba sucio, lleno de alquitrán. Por fin, los antiguos inquilinos llegaron. Me encontraba un poco preocupado porque toda aquella gente hubiera entrado sin permiso y sin preservar la intimidad de su casa, y me dispuse a ayudar a los inquilinos a sacar de la vivienda unas cajas de tornillos.
Cogí tres cajas de golpe, no pesaban demasiado. Mi hermano pretendió ayudarme mezclando los tornillos de dos cajas, cosa que no me pareció del todo bien. - No lo hagas si no estás muy seguro - me avisaron. Con las cajas, descendí dificultosamente por los bordes de una vieja escalera de madera y llegué a la recepción lujosa de un antiguo hotel. Había espejos, alfombras y puertas giratorias. Ya en la calle, vi que había abandonado el número 41 y, según creía, la casa debía ser el 30 o el 31, así que tenía que dar la vuelta a la manzana para dejar los tornillos en la furgoneta blanca que habían traído los antiguos inquilinos para la mudanza.
Nos dispusimos a dormir. Éramos cinco, así que preparamos tres camas. Yo compartía una litera elevada con dos niños y me fui deslizando hacia otra, acabando encima de un chico. No conseguía conciliar el sueño, me sentía incómodo, así que pregunté al chico si le molestaba. Aunque me dijo que no, era evidente que le estaba aplastando. Decidí, en vista de todo esto, preparar otra cama. Mientras retiraba un montón de cojines azules, quedé dormido en ella. Me dormí dentro de mi propio sueño pensando que era una cama Renault.