27 de noviembre de 2012

Sin título



– Pero hombre, si es mi narrador preferido, ¿qué tal se encuentra hoy?
Perplejo, la verdad, hasta hace bien poco no me había propuesto hacerme una pregunta para responderme acto seguido.

– ¿Sigue en busca de un título de verdad para su libro? ¿Debería haber un título pero no lo hay o acaso Aquí debería haber un título es de por sí un título? Imagino que cuando algo no tiene título, o nombre o forma ninguna de llamarse surge la imperiosa necesidad de nombrarlo de alguna manera con el fin de referirse a ello. Un libro, efectivamente, debería tener título. Incluso si nos refiriéramos a algo mediante el silencio deberíamos de caracterizar este gesto de forma particular para entendernos y no confundirlo con otros silencios que se refirieran a otras cosas o acaso que no se refirieran a nada. Así, su libro puede ser esto, eso o aquello; una obra, un montón de párrafos, una soberana falta de sentido común… Su libro se podría haber titulado así: Sin título, a secas, pero eso sería al fin como si a alguien le preguntáramos por su nombre y respondiera: me llamo Sin nombre. En mi opinión, si hubiese querido que su libro no se titulara de forma ninguna debería haber dejado en blanco la portada y los espacios donde el título figura. Sería un libro sin título en vez de un libro cuyo título no hace referencia a nada. Ni siquiera a la obra que usted ha escrito. Está presente, en cierta forma, un título, pero se trata de un título, si me permite que le hable con franqueza, ciertamente desafortunado.
Debo reconocer que no sólo el título, también el libro es bastante desafortunado y no creo que se trate de un libro de verdad aunque pueda tener título, páginas y hasta prefacio. De hecho, muy pocas personas al margen de mí mismo y, si acaso, de este personaje que en realidad soy yo desdoblado, saben de su existencia. Lo cual tiene su punto frustrante y su aliciente estético. Hemos de entenderlo como un mensaje en una botella arrojada al mar. Pasa lo del título, lo de las páginas, lo del prefacio pero que no lo lea nadie… un libro sin que nadie lo lea es como la representación de un actor que interpreta un papel solo delante de un espejo. Pero esto último se trata de una aproximación, la cuestión es ¿existe el yo sin el otro? Imposible. Con lo cual todo esto no existe en realidad. Sólo mientras tú lo lees cobra sentido. 

24 de noviembre de 2012

Sin título II


- Qué sorpresa. Mi narrador preferido narrándome otra de sus magníficas historias. ¿Cómo se titula? Ah, ya veo, ahí arriba… un momento, no me alcanza la vista… ¿Sin rótulo, Sin… Sin título? Oh, qué proeza. Estoy realmente entusiasmado, permítame estrecharle la mano.
Cuando tendí la mano a este personaje desconfié un poco. Esto es porque la experiencia me dicta que es conveniente recibir cualquier halago con algo de desconfianza.

- Le noto extraño, no sé, como desconfiado ¿se encuentra bien, tiene algún problema?
Perfectamente, gracias por su interés. Al margen que suelo ser desconfiado cuando alguien me halaga -cosa que ya he escrito por segunda vez- simplemente he detectado su interrogante… cómo decirlo… salpicado de ironía, en cursiva vamos, de modo que no sabía muy bien si estrecharle la mano con verdadero afecto o acaso con cortés indiferencia. Actuar de manera violenta no me parecía muy civilizado y responderle también en clave de ironía, ridículo. Con lo que resumiendo; sí, desconfiaba, me encuentro perfectamente pero tengo un problema: usted.

- Está bien, si es así me marcho, tampoco quería estorbar en éste su texto sin título.
Haga lo que quiera. En cuanto a mí, prefiero no entorpecer la escritura de sus Grandes Obras. Imagino que tendrán título, páginas, prefacio… le darán muchísimo dinero, le harán famoso, le concederán el Premio Nobel y se recordarán hasta el ocaso de nuestra civilización.

- No sea cruel. De sobra sabe que todo eso no me preocupa.
¿Entonces? ¿A qué viene arremeter contra un frustrado intento de hacer literatura? ¿Tiene gracia que no se me haya ocurrido ningún título? ¿No le parece más bien triste ironizar sobre la desgracia ajena?

- Lo siento de verdad, desconocía que se titulara así por falta de imaginación o de talento. Lamento mi ironía y quería pedirle disculpas estrechándole nuevamente la mano.
Parecía, esta vez, sincero aquel personaje, de modo que le estreché la mano.

Por supuesto que volví a desconfiar. No es que sea conveniente recibir cualquier saludo con algo de desconfianza. Es la costumbre.

21 de noviembre de 2012

El pianista


Cuando el protagonista de esta modesta historia era pequeño soñaba con ser pianista. Cuando tuvo dinero para comprarse un piano no dispuso de tiempo suficiente para aprender a tocarlo. Cuando tuvo el piano y tiempo de aprender, padeció Alzheimer. Después de esto, abandonó el mundo tal y como vino: con las manos vacías.

Hoy, es claro, nadie recuerda a este hombre como un gran pianista. No es que no se le recuerde porque no llegara a ser un gran pianista sino que, encerrado en esta historia que es su vida como personaje, se tiende a recordar, en cualquier caso, su historia. Y esta historia que tildé de modesta, amigos míos, será olvidada pese a que usted la recuerde apenas cierre el libro.

Pocas tribus del Amazonas, de otro lado, han tenido la oportunidad de recordar a Dante. Y no creo que estén faltos de cultura. La realidad de un indio del Amazonas se le presenta de forma tan nítida como a nosotros la nuestra. En muchos casos ambas realidades tienen poco o nada que ver. En otros casos las realidades son una y la misma.  

Este hombre -protagonista de esta historia y eterno olvidado- tuvo un sueño en el que era pianista igual que un indio de la tribu de los Uaiás soñó alguna vez con escuchar la voz de Arasy, madre del cielo. Y toda vez que soñaba, de tanto que debió soñar, se convertía a cada rato en un pianista distinto. Un pianista, al cabo y seguro que en alguna ocasión el mejor que nunca se haya recordado y se recordará jamás. Hasta en lo más profundo y oscuro del Amazonas debió ser conocido. Él, en cierta manera, interpretó todas las piezas del mundo. Solo o acompañado de los mejores músicos. En el Royal Albert Hall o en el salón de su casa. Eso, sin saber nada sobre música, sin necesidad de una sola hora de ensayo… en el sueño de nuestro protagonista él era capaz de ejecutar la música más bella.

Tuvo un piano y también Alzheimer. Jamás supo tocar el piano. Olvidó todo lo que aprendió. Marchó igual que vino.
Pero tuvo un sueño. No es que los sueños no suelan hacerse realidad; los sueños siempre son parte de la realidad.

17 de noviembre de 2012

Montaje



Ante la realidad plena y desbordante debemos seleccionar sólo unas pocas cosas para entendernos y entender la realidad. Nuestro cerebro se ve obligado a realizar constantemente un montaje. Nada es real sino que está falsificado por nuestra individual percepción de las cosas. Somos espectadores de la película de nuestra vida en la que aparecen otros. La única película que veremos. Una película cuyo desenlace no conocemos y cuyo comienzo recordamos borroso.

No se me ocurre nada más que añadir, o sí, pero no es necesario. El silencio debe convivir con la música, la muerte con la vida.

Paz

Mensajes en botellas

Ni usted ni yo sabemos nada de ese mensaje encerrado en una botella y arrojada al mar. Suponemos que hay mensajes en botellas arrojadas al mar pero encontrarlos puede resultar una tarea hercúlea. Y, en suma, lo mejor de los mensajes de estas características es que aparezcan por casualidad.

¿Qué puede encerrar un mensaje en una botella arrojada al mar? Desde algo escrito por Robinson Crusoe, por un indígena, por un poeta o por un loco. También puede haberlo escrito un hombre inglés, chino, ruso… quizá lo que escribió sólo era algo que no dijo él sino alguien hace mucho tiempo. Quizá no tenga ningún sentido. También puede ser que debido a las inclemencias medioambientales el mensaje resulte ilegible.

Que es lo más probable que suceda contra más tiempo pase ese mensaje a merced de las olas.

12 de noviembre de 2012

La playa

Hoy he recibido el primer y de momento único ejemplar de La playa. Me ha costado 12,35 euros y debo ajustar algunas cosas todavía. 

Desde que se escribió la primera palabra de esta obra hasta su encuadernación en un taller de Holanda han pasado doce años. Ahora es tangible y un poco más real. 

Para quien quiera leerlo de forma completamente gratis aquí puede hacerlo.