Chateaba con un viejo compañero de la facultad y, en
medio de la conversación, me aseguraba que eso que él decía, lo secundaba también
B. Yo me preguntaba quién era B y B resultaba ser Beatriz, su novia. Nos
encontrábamos en mi antigua casa y la pareja nos preparaba una sopa de
zanahoria. La zanahoria parecía cruda.
Viajaba en el metro con mi novia, con destino hacia las
islas Canarias, donde nos esperaban mis padres. El metro era laberíntico y
confundo este sueño con otro de una estación o un aeropuerto de interminables
pasillos amarillos, donde subíamos y bajábamos escaleras mecánicas y nos
confundíamos de avión o de andén[1]. Debíamos
consultar en el móvil si el hotel estaba situado en la isla a la que
llegaríamos.
El tiempo avanzaba inexorablemente y temía que mis padres
fueran a enojarse. Atravesábamos torniquetes, pasos elevados y zonas con
paredes desconchadas. Descubrimos que el hotel, en efecto, estaba en la isla de
Gran Canaria, pero el metro, desgraciadamente, no llegaba hasta allí.
Consultaba entonces un mapa en tres dimensiones de las islas a través del móvil
y me parecían distintas a como las recordaba.
Tuvimos que salir a la calle y allí buscar una oficina de viajes. Era ya algo tarde y las oficinas habían cerrado. Solo quedaba una oficina abierta de Halcón viajes, en la que, antes que nosotros, había entrado una pareja, con lo que habíamos de esperar. Era posible que cuando entráramos no quedaran billetes. En la puerta de la oficina observé una inscripción que rezaba algo muy parecido a:
De lo público lo social y de lo social lo privado.
[1] Efectivamente, queda recogido en el sueño de La barandilla
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