El álbum cuenta con una producción ambiciosa de efectos de sonido más propios de un trabajo experimental y profundo que de lo que viene a ser una pachanga burlesca, lo cual despista bastante y no juega del todo en contra.
Composicionalmente La gran evasión está dominada por un piano que suena a caja de clavos, adornos de guitarras y violines de plástico, clarinetes y extraños sintes psicodélicos, metales rotos y chirriantes del Korg M1, los limitados samplers de baterías de entonces que la mayoría de las veces encajan mal, y unos bajos mal ecualizados con bastante poco que salvar.
Se aprecia la voluntad de hacer un álbum inspirado en la música en vivo pero que, en parte debido a la cuantificación, en parte debido a la latencia, concluye en un resultado extraño, poco orgánico y creíble. Muchas de las versiones abordadas eran piezas recurrentes en el repertorio de El autor del viaje de Antonio, y por ello se advierte en ellas cierta profundidad. Por momentos se respira el cariño del estudio y de algo de vida en el proceso, quizás fomentado por el descontrol de la mezcla o por la pasión que se volcó en las grabaciones.
En favor de La gran evasión queda la voluntad de narrar y de sorprender en cada cambio, de alcanzar cotas más altas que no se alcanzaron, además de divertir, factor que por lo menos vuelve atractivo el disco. Aunque no sea ni de lejos el álbum definitivo, es muy difícil no sonreír escuchando algunos pasajes y se cumple lo que un oyente dejó escrito en un comentario, con motivo de un trabajo distinto, eso sí:
“No puedo evitar la sensación de, mientras escucho esta música, encontrarme en un circo o un parque de atracciones”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario